Huir de la pobreza y la violencia yihadista de Burkina Faso picando piedra en la mina de Pissy
Más de 3.000 personas extraen granito por cuatro euros al día en un yacimiento de Uagadugú, que ha visto incrementado el número de trabajadores en el último año por la llegada de desplazados internos que buscan refugio en la capital
Brigitte camina con una bandeja de latón llena de piedras de granito sobre su cabeza. Escala con sus chanclas gastadas por un pequeño sendero que zigzaguea desde las profundidades de un cráter. Cubierta de polvo gris, sus pendientes de fantasía son dos faros en medio de la polvareda que cada día se levanta en la mina de granito de Pissy, una excavación situada en la periferia de Uagadugú, la capital de Burkina Faso. Pero este paisaje de polvo y piedra, en el que trabajan más de 3.000 personas, gran parte de ellas mujeres, se ha convertido en el refugio de burkineses obligados a huir de su hogar por la crisis climática, la pobreza y, sobre todo, el aumento de la violencia yihadista.
Más de 10.000 muertos y dos millones de personas desplazadas internas (el 10% de la población) son algunas de las cifras de la tragedia que afecta a un país asediado por las masacres de grupos armados y milicias locales vinculadas a Al Qaeda y al Estado Islámico, que han expandido el miedo por el Sahel. Al menos dos terceras partes de Burkina Faso están fuera del control del Estado.
La mina de Pissy ha incorporado en sus filas en el último año a 500 personas desplazadas
Sitiada por un muro de tres metros coronado por concertinas que delimitan el límite hasta donde crecerá, la mina de Pissy es una depresión que año tras año y de manera informal se ha ido abriendo paso hasta la carretera. La avalancha de civiles procedentes de las aldeas rurales asediadas por la violencia extremista ha ejercido una fuerte presión demográfica sobre las grandes ciudades de Burkina Faso. Los recursos son escasos y la afluencia de personas desplazadas ha aumentado la competencia en la búsqueda de un empleo. La mina de Pissy, por ejemplo, ha incorporado en sus filas en el último año a 500 personas desplazadas, según confirma la directora de la excavación, Abiba Tiemtore.
Sin embargo, no hay granito suficiente para todos. “Ahora es difícil recolectar rocas, lo que está afectando a nuestros ingresos diarios”, lamenta Brigitte. Las mineras, que solían ganar aproximadamente ocho euros por día, dicen que ahora tienen suerte si ganan cuatro euros. Porque a medida que el yacimiento ha ido creciendo en profundidad, los derechos de quienes se ganan allí la vida han ido cayendo en el abismo. El relato compartido de todos ellos es que nunca pensaron que su medio de vida sería literalmente picar piedra.
Brigitte llegó a Pissy en 2011, cuando una inundación arrasó parte de la ciudad de Uagadugú. Miles de personas perdieron sus hogares, aunque fueron los barrios empobrecidos, con casas de barro, los que peor soportaron la embestida de las riadas. Brigitte fue una de las damnificadas. Antes del desastre, era peluquera en su barrio, donde tenía un local en el que atendía a sus clientes. Pero tras la inundación, se vio obligada a buscar un nuevo hogar y llegó a la mina aconsejada por una vecina para poder ganar algo de dinero con el que alimentar a sus hijos. Desde entonces, viene todos los días, a primera hora de la mañana y hasta bien entrada la tarde, sube bandejas de piedra desde las profundidades de la cantera y luego las convierte en gravilla a golpe de martillo.
Este trabajo es muy duro. Tengo las manos destruidasMariama, minera en Pissy
Es la misma decisión que tomaron agricultoras, costureras, ganaderas, cocineras, campesinas, amas de casa, madres, hijas y abuelas. Miles de mujeres de las diferentes regiones de Burkina Faso convergieron en este socavón. Y siguen convergiendo.
Mariama llegó a la mina empujada por la violencia yihadista y la sequía que diezmó los cultivos en su aldea, en el noreste del país. “Este trabajo es muy duro. Tengo las manos destruidas” dice Mariama. Con la derecha asesta golpes con un hierro macizo, que es en realidad una parte del sistema de dirección de un camión, y con la izquierda coloca las piedras de granito esquivando la embestida de astillas de piedra a su pecho y su rostro. Cuenta que todo lo que gana es para garantizar un plato de comida para sus seis hijos.
Cae la tarde, el polvo gris transita hacia el ocaso junto a las últimas pulsiones de la mina. Un grupo de mujeres vuelca su molienda en la parte trasera de un motocarro, algunas pliegan las telas que ofrecían refugio para el sol abrasador, mientras otras esperan a un comprador que les salve el día. Brigitte recoge sus herramientas, revisa su mano izquierda y registra las magulladuras de sus manos: el esfuerzo de su trabajo ha quedado grabado en sus dedos a golpe de martillo. Ajusta su pañuelo negro en la cabeza, guarda el dinero recaudado en el interior de su camisa negra con volados y abandona la mina con sus pendientes fantasía marcando el camino.
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