Superviviente de una mara hondureña: “No me enteré de que a mi hija la habían violado a punta de pistola hasta que ya estábamos en España”
Una joven madre de 35 años salió de su casa en Tegucigalpa con sus tres hijos para escapar de las amenazas de uno de los grupos más activos del país
Alma tuvo que huir de Honduras por miedo a acabar igual que su vecina o el hijo de esta: muerta. Hace unos años, salía de su casa de camino al trabajo y tuvo la mala suerte de presenciar un ajuste de cuentas entre dos maras, como se llama a los grupos de jóvenes armados y violentos que controlan el país. “Abrí la puerta y vi que cuatro chicos tenían a otro retenido. Ahora cada vez que miro a mis hijos recuerdo su cara, que me decía ‘¡ayúdeme, auxilio!’, pero yo no podía hacer nada”, narra esta madre soltera de 35 años, que prefiere utilizar un nombre ficticio y que hace un año que aterrizó en España con sus tres niños.
“Mi casa colinda con una colonia residencial dividida por un muro. A este chico lo trasladaron al otro lado y ahí lo golpearon, lo torturaron y lo mataron. Aún no han encontrado el cuerpo”, rememora, con evidente tristeza. La noticia de la desaparición del joven de la Colonia 19 había corrido como la pólvora. Una noche, dos miembros de Barrio 18 aparecieron con “una pistola y una piocha [una especie de pico]” y al ver a Alma, que volvía del trabajo, la amenazaron. “Uno de ellos empezó a decirme cosas como que a los sapos los matan”.
Ese fue el comienzo de una serie de eventos que terminaron con Alma y sus tres hijos en España. La madre del joven asesinado “colgó anuncios en Facebook y salió en la televisión pidiendo información”. “El mismo calvario de la mamá lo tuve yo durante seis meses. Si yo venía de trabajar, ellos estaban ahí. Amenazándome. En una ocasión le dijeron al mediano que se lo iban a llevar para formar parte de la pandilla”. Su hijo solamente tenía 15 años en aquel momento. Un día, la mara Barrio 18 decidió que no quería seguir lidiando con la madre del desaparecido, así que “entraron en su casa y la apuñalaron”.
El problema de las maras no es nuevo en el país. La Mara Barrio 18, que nació en los años sesenta en Los Ángeles (Estados Unidos), es un grupo de pandilleros que han ido reclutando a otros mientras “pelean por el territorio”. Las pandillas, aunque tienen muchas presencia en países de Centroamérica, tienen sus grupos en Europa y Norteamérica, por lo que esta joven madre de tres hijos ha preferido no dar su nombre. En la Colonia 19 de septiembre, en la que vivía la familia, la 18 y la Salvatrucha son las que más presencia tienen. “Llegó un momento en el que se volvió un caos. Los pandilleros desfilaban de un lado a otro, según ellos, cuidando la colonia. Cuando había algún pleito, entraban a las casas, golpeaban a las personas e incluso han llegado a echar a gente de sus hogares para quedarse ellos”, explica Alma.
Con el asesinato de la mujer, la tensión que habían generado los dos grupos enemigos en el barrio disminuyó y Alma creyó que todo había terminado. Pero las maras y su violencia no opinaban lo mismo. Entre septiembre y octubre del pasado año, explica, uno de los miembros de la pandilla se obsesionó con su hija mayor, Daniela (nombre también ficticio), de tan solo 17 años.
El acoso y derribo continuó durante semanas, de tal manera que hasta la “personalidad alegre” de la chica cambió radicalmente. “No me enteré de que a mi hija la habían violado a punta de pistola hasta que estábamos ya en España”, explica la madre. Según le contó en el hospital Vall d’Hebron de Barcelona, donde la atendieron de urgencia, ella ya había ido con una amiga en Honduras a que la viesen y le habían diagnosticado un embarazo ectópico, es decir, que un óvulo fecundado se había implantado y crecía fuera de la cavidad principal del útero. Los médicos le habían prohibido volar, pero ella decidió seguir adelante con el viaje.
Daniela ha sido “un pilar” para su madre, ya que “siempre ha cuidado de sus hermanos”, sobre todo teniendo en cuenta que Alma salía de casa al amanecer y volvía pasadas las seis de la tarde. “Para mi hijo pequeño, que tiene ahora cinco, es como la segunda mamá”, explica con ternura. Su hija decidió no contarle nada ni del abuso ni del embarazo por miedo a que su madre se enfrentase al marero que la había violado y acabase muerta, como su vecina.
El viaje que no termina
La familia viajó hasta Panamá, de ahí a Madrid y finalmente a Barcelona. “En el aeropuerto de Panamá, mi hija estaba con muchas molestias, aunque me decía que era por la menstruación. Pero a cada hora iba a cambiarse la compresa”. Alma aclara que ya sospechaba que algo no andaba bien. En Barcelona, el asunto se puso serio y fue cuando acudieron a las urgencias del Vall d’Hebron. “Gracias a Dios expulsó el óvulo por si sola sin que este estallase”, suspira aliviada la madre.
Antes de decantarse por España, Alma pensó en fugarse a Estados Unidos, destino deseado por miles de ciudadanos que emprenden la ruta por México. Sin embargo, le dio miedo porque la gente le había advertido de la alta probabilidad de que secuestrasen a sus hijos y abusasen de ella y de la hija. Además, para poder llegar a Norteamérica se necesita un coyote, como se conoce a las personas que ayudan a los migrantes a cruzar las fronteras de manera irregular a cambio de dinero. En su caso, 10.000 euros por persona (40.000 en total). Un dinero que con su salario de estilista autónoma no podía afrontar. Al final, gracias a una exmujer de su padre, que vive en Madrid, tomó la decisión de huir a España. “Al día siguiente de que mi hija fuese al hospital, saqué las maletas por el muro que separa mi zona de la colonia residencial. Nos fuimos de ahí sin que nadie se enterase”.
Durante las primeras semanas en el país, contaron con la ayuda de la hija de una de las clientas que tenía la estilista en Honduras. “Ella nos dio una habitación para los cuatro, pero no era suficiente y el no poder pagarle me tenía muy preocupada”, recuerda. Con el tiempo, conoció a un chico que le aseguró una habitación más grande. Resultó ser en una casa que había ocupado y Alma pagó las consecuencias de la estafa: “Vino una pareja que estaba muy molesta y que nos gritaban que les abriésemos. Cuando lo hicimos, él se abalanzó sobre nosotros. Mi hijo mediano se metió en medio. Empezaron a insultarnos y a maltratarnos. Pero a nosotros nos habían dado las llaves de esa casa”.
En este medio año, esta joven madre ha podido comenzar a sanar una herida profunda y muy arraigada en la sociedad hondureña. Patricia Jirón, psicóloga del Centro Exil de Barcelona al que acude Alma desde hace unos seis meses, explica que han accedido a la entrevista por videollamada con EL PAÍS porque “es una persona con mucha fortaleza, con capacidad de resiliencia y que ha hecho un proceso de recuperación muy bonito”. Exil es una asociación que atiende a personas que han sido víctimas de violaciones de derechos humanos, entre otros perfiles. Aunque las cosas en España no han sido sencillas para esta familia, Alma está muy agradecida de estar en Barcelona y en Exil. “Me ha hecho crecer como madre, como mujer. Me ha dado autoridad, autoestima y hasta ha habido un cambio en el físico”, aclara la joven hondureña.
A diferencia de miles de sus conciudadanos, Alma y su familia no querían irse del país. Ella tiene un bonito recuerdo de su infancia en la Colonia 19 de septiembre y, a pesar del problema estructural de las maras, su trabajo como estilista y la vida que tenía en Honduras la hacían feliz. Pero tuvo que irse. “[Las maras] controlan a la policía y al Gobierno, aunque a veces este quiera hacer algo para acabar con ellos, siempre están presentes en nuestras vidas. Creo que nosotros también les hemos dado mucho poder. Siempre que tenemos un problema, acudimos a ellos para que lo solucionen”, sentencia.
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