Acogida de cinco estrellas en Albania para los refugiados afganos
Del aeropuerto de Kabul a las playas de Europa. Más de 900 personas que huyeron de los talibanes han sido alojados en un complejo turístico de lujo en Shengjin y muchos de ellos aún están a la espera de recibir el visado para Estados Unidos
El viento agita el agua de la piscina, golpeando los bordes. El aire es húmedo y se mezcla con la salinidad del mar Adriático. Basir Nader mira al cielo cubierto de nubes. “Donde vivimos nosotros hace más frío”, dice ajustándose las gafas. Ese “nosotros” es un recuerdo de su tierra de origen, ahora a 5.418 kilómetros de distancia, más allá de las estepas balcánicas. Nader es un periodista afgano. Huyó de Kabul con su mujer y sus dos hijas porque estaba amenazado por las milicias de los estudiantes coránicos.
Cuando la República Islámica se derrumbó bajo el fuego de los morteros talibanes, el trabajo de periodista se volvió extremadamente peligroso. Especialmente para Nader, de etnia hazara, perseguido por el fundamentalismo islámico a causa de sus orígenes. “El día que llegamos al aeropuerto, hubo un atentado suicida con innumerables muertos. Estábamos allí cuando se desató la explosión”, recuerda, refiriéndose al doble atentado suicida que sembró el pánico en los alrededores del aeropuerto de Kabul el pasado 27 de agosto.
Pero Nader nunca imaginó que el vuelo intercontinental le llevaría a Albania, un país del que no sabía nada, situado al otro lado del mundo. Y además en un lugar que ofrecía comodidad y confort. Su familia y él han sido alojados en las habitaciones del Rafaelo Resort, un hotel de cinco estrellas en Shengjin, en la ciudad de Lezhe, una de las perlas del turismo albanés.
En el corazón del complejo hotelero se encuentra una réplica a tamaño real de la Estatua de la Libertad. Es una representación en yeso del deseo que a diario anhelan los más de 900 “invitados”: tocar suelo estadounidense. Porque allí es donde quieren ir los exiliados afganos. Se trata de un grupo de médicos, cooperantes, activistas y periodistas que han tenido relaciones con las potencias occidentales en los últimos 20 años, que no son bien vistos por el régimen recién nacido, y, por tanto, han sido evacuados. Hoy, su jaula dorada es un hotel de lujo a orillas del mar Adriático. Aquí esperan que se cumpla su destino. “Nuestros casos están siendo examinados por el Departamento de Asuntos Exteriores de Estados Unidos. La obtención del visado tarda entre 12 y 14 meses. Probablemente, estaremos aquí mucho tiempo todavía”, sospecha Nader.
Solidaridad internacional
En estos días Edi Rama, el primer ministro albanés, ha declarado que pronto anunciará un plan de acogida para los ucranios que están abandonando su país a raíz de la invasión rusa y que está dispuesto a garantizar la protección a todos los que lleguen. Esta decisión política recuerda a otro momento del verano de 2021, cuando el Gobierno albanés no dudó en abrir las puertas del país a los refugiados de Afganistán. En agosto, el presidente estadounidense Joe Biden, tras la retirada de Estados Unidos, pidió a los miembros de la OTAN que detuvieran la hemorragia de seres humanos que pronto inundaría el mundo con una nueva desesperación. En esos días, Rama anunció que el Estado que administra acogería temporalmente hasta 4.000 exiliados. El gesto causó sorpresa en todas las latitudes, especialmente en Italia, el país europeo que más relaciones tiene con Tirana.
Los medios de comunicación han recordado el desembarco del barco comercial Vlora. Hace exactamente 30 años, el 8 de agosto de 1991, unos 20.000 albaneses, apretados en el vientre del buque, llegaron a la costa italiana, deseando una nueva vida. El pasado y el presente. La comparación histórica con la situación actual ha amplificado la fuerza del mensaje de Edi Rama: mientras la rica Unión Europea levanta muros selectivos, la pobre Albania supo acoger la tragedia del pueblo afgano.
Sin embargo, no todos los migrantes reciben el mismo trato. Según el periódico online Balkan Insight, en 2020, un número creciente de demandantes de asilo se vio obligado a mendigar para sobrevivir. Las instalaciones estatales están saturadas y hay falta de alimentos. Además, el aumento exponencial de los flujos migratorios –provocado por el cierre progresivo de la ruta de los Balcanes– ha convertido a Albania en una tierra de tránsito hacia Europa. Según las estimaciones del Acnur, la Agencia de la ONU para los Refugiados, solo de enero a octubre de 2021, unas 9.000 personas se presentaron en las fronteras albanesas.
Para los exiliados afganos, la historia es diferente. Los primeros llegaron el pasado 27 de agosto. Actualmente, son 2.400 y además de Shengjin han sido alojados en hoteles de Durrës, en el distrito de Golem y en la Ciudad Estudiantil de Tirana. Según las últimas estimaciones, 300 de ellos han dejado el país y han sido traslados a los Estados Unidos y a otros países de la Unión Europea.
Un comunicado del Ministerio de Europa y Asuntos Exteriores albanés asegura que hay 20 ONG que participan financieramente en las necesidades de los refugiados y su alojamiento. Colleen Denny, directora regional de Spirit of America, una organización internacional presente en el Rafaelo Resort, afirma que su organización ha atendido a 121 personas. “Proporcionamos alimentos, ropa y artículos de primera necesidad. También hemos prestado atención médica y apoyo psicológico: el trauma que han sufrido los refugiados es difícil de manejar”, explica Denny. Se muestra ilusionada por la colaboración con el gobierno albanés y señala que este ha ayudado a conseguir “precios justos” para la estancia de los refugiados y que la acogida de los afganos está apoyada “exclusivamente” por las ONG y no por el dinero del Gobierno estadounidense.
Los refugiados en el centro turístico de Rafaelo
Las fuerzas de seguridad vigilan las puertas del Rafaelo Resort. Las personas mayores están sentadas alrededor de las mesas del bar. Las callejuelas que bordean los edificios del hotel están repletas de vida. La mirada de Soraya (nombre ficticio) se proyecta más allá de las ventanas de un salón donde un payaso está rodeado de niños alegres. Entre ellos está su hijo, jugando con un globo. “Albania nos ha ayudado mucho: nos ha tratado como huéspedes y no como refugiados. Esto significa mucho para nosotros, gente que hemos renunciado a todo”, asegura la joven. Soraya no es su verdadero nombre, reclama el anonimato porque ha dejado a algunos de sus seres queridos más cercanos en Afganistán. Al igual que Nader, es periodista y está orgullosa de su experiencia. Con dificultad, se hizo un hueco en el mundo de la información. La agencia de noticias para la que Soraya trabajaba era solo de mujeres. Esto no resultó agradable a los talibanes. “En Estados Unidos tendré que empezar de cero: encontraré un trabajo e intentaré construir una nueva carrera”, explica.
Rafa* pasa sus días en el hotel, acompañando a su hijo a las clases de inglés y leyendo algunos libros. “Todavía no puedo creer cómo ha cambiado mi existencia. Espero que alguien me llame por teléfono y me diga que todo está como antes, que todo está en su sitio”. Naser*, en cambio, ha realizado un pequeño sueño: ver las olas del mar estallar en la arena. “No hay mar en Kabul”, dice. Para romper la monotonía diaria del hotel, suele ir a pie al centro de Lezhe con otros jóvenes afganos que conoció en el complejo. Para ir y volver se tarda unos 14 kilómetros. En su país, Naser era un activista político y los talibanes explotaron la sede de su organización. El recuerdo del fragor de la bomba agobia sus palabras. Su rostro aún lleva las marcas de la derrota, una cicatriz en la patilla. “Al principio tenía miedo de cómo nos recibirían los albaneses. Me equivoqué, todos son amistosos”.
¿Qué opinan los albaneses?
En verano, Shengjin es uno de los motores turísticos de Albania. Sin embargo, en la tristeza invernal, es un pañuelo de cemento y arena golpeado por el viento helado que desciende desde las montañas hasta el río Drin, que baña la localidad costera. Aquí, los rostros de los afganos han sustituido a los rostros morenos de los turistas. Ardem –cuyo nombre ha sido cambiado por razones de privacidad– es consciente del sufrimiento que ha tenido su pueblo. La diáspora albanesa –el éxodo tras la caída del régimen de Enver Hoxha, el dictador que gobernó Albania sin interrupción durante más de 40 años– se llevó a generaciones enteras fuera del país. “Daría mi vida por esta gente, sé lo que significa vivir una guerra, es una desgracia. Les deseo lo mejor, es todo lo que puedo hacer”, expresa. El suyo es un sentimiento generalizado en Shengjin. El miedo a lo desconocido y la buena voluntad hacia los exiliados son fuerzas primarias que coexisten en los pocos albaneses que deambulan por las calles. Un taxista apoyado en su coche advierte: “¡El Gobierno debería pensar también en nosotros!”
Albania está marcada por profundas desigualdades sociales y económicas. Su estructura institucional sigue siendo frágil y está afectada por un alto nivel de corrupción, a pesar de las reformas realizadas para convencer a Europa de añadirlo como un nuevo miembro de la UE. La tasa de crecimiento de Albania en 2021 fue del 7,2% según el Banco Mundial, pero el desempleo juvenil (15-24 años) supera el 30%, según las últimas estimaciones del 2020.
Adelina* tiene un restaurante a poca distancia del Rafaelo Resort. Va abrigada con su chaqueta mientras pasea por el bulevar. “Mi restaurante habría cerrado si los refugiados no estuvieran allí. Están contentos con nuestra cocina, les gusta nuestra comida”, dice sonriendo y señalando el interior del restaurante, cuyos asientos están ocupados por clientes afganos. “En el pasado, nuestro pueblo recibió la solidaridad de otros países. Ahora estamos haciendo nuestra parte. Son buenas personas y eso es lo que cuenta”, concluye.
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