El fruto que resiste la falta de agua
En la sierra limeña en Perú, los agricultores siembran tunas, consideradas ya un alimento del futuro por prosperar en tierras donde otros no pueden
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En Llaca Llaca todos los días se comen tunas. En esta comunidad de Huarochirí, a tres horas al sur de Lima, este fruto milenario resiste a la escasez de agua. Aquí a unos 2.000 metros sobre el nivel del mar y bajo un punzante sol, generaciones de agricultores siembran tunas (Opuntia ficus-indica) de colores blanco, rojo y amarillo. “Nuestros abuelos y padres nos dejaron esta enseñanza y acá seguimos”, dice James Bramon entre un sendero rodeado de cactus. “La penca tiene una baba especial que en tiempo de lluvia se moja y se mantiene húmeda. Si le damos mucha agua, ya no produce y se quiebra”, explica el productor.
Este valle árido reverdece con las tunas —también llamadas nopales o higos chumbos— que no requieren mucho riego. Al contrario, dada su alta tolerancia a la sequía es uno de los 50 alimentos del futuro que, según la lista de WWF y Knorr, ayudarían a una alimentación más sostenible para el mundo. Al respecto, un estudio de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) asegura que esta fruta originaria de América es capaz de restaurar las tierras degradadas, reservar agua y hasta aliviar la acumulación de CO2 en la atmósfera.
Por su ubicación en la sierra limeña, Llaca Llaca carece de fuentes de agua constante y los campesinos suelen almacenar en reservorios subterráneos lo que pueden de la temporada de lluvia que dura cuatro meses. De ahí que en el 90% de sus 15 hectáreas de tierras se cultiven las tunas; y en el resto patatas y batatas para consumo de la misma comunidad.
“Lo que nos diferencia de otras comunidades es que aquí sí producimos tunas todo el año y no solo dos meses”, comenta Bramon, quien pertenece a la Asociación de Productores Agropecuarios de Llaca Llaca. Ese ha sido uno de los principales logros al que llegó esta organización con el fondo de la iniciativa Sierra y Selva Alta, la cual financió el Gobierno peruano y el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) en beneficio de 40.000 familias rurales en el país.
Para aliviar el estrés hídrico, hace cinco años los productores destinaron parte del dinero a construir un reservorio más grande, que pasó a funcionar con electricidad en lugar de gasolina. Además, se asesoraron con el proyecto para mejorar la calidad del suelo y manejar las plagas y los parásitos como la cochinilla (Dactylopius coccus), de la que se extrae un color rojo carmesí para teñir alimentos o cosméticos, entre otros. “La cochinilla penetra cuando las tunitas están tiernas. Nosotros la controlamos porque aquí tratamos de cultivar solo las frutas. Ya cuando la planta crece mucho y necesitamos ir a poda cero, sí llenamos el campo con este insecto y lo vendemos”, dice Bramon.
Pero además del clima y las plagas, los agricultores han afrontado otros asuntos espinosos para producir sus tunas. “Acá padecimos las inundaciones de El Niño Costero, el desalojo por tráfico de tierras y por si fuera poco ahora vino la covid-19”, enumera el productor que hasta hace poco presidía la asociación. “Pero si algo bueno ha dejado la pandemia es que nuestros hermanos, primos y amigos regresaron a trabajar en la agricultura”.
En ese éxodo a la inversa al que se refiere el agricultor, al menos unas 218.000 personas regresaron al campo, de las cuales una tercera parte se ocupó en la agricultura, según una reciente investigación de GRADE y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). “Nuestros compañeros que han vuelto se están dando cuenta de que realmente somos el sustento de la nación. Si no hay agricultura, por más profesional que seas, ¿qué vas a comer?”, afirma Bramon. “Pero la triste verdad es que todavía el apoyo directo que recibe el sector es muy poco”.
Aquí nada se desperdicia. Las pocas tunas que, por el deterioro de su cáscara, no pueden ir al mercado sirven de alimento para las tilapias que crían en la comunidad
A pesar de que el 83% de la alimentación de Perú se sostiene en su producción interna que, a la vez, depende casi en su totalidad de las familias agricultoras, estas viven en situación de vulnerabilidad, según el informe Los impactos del covid-19 en la agricultura peruana, del FIDA, la FAO, el Programa Mundial de Alimentos (PMA), y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). En concreto, un millón de los 2,6 millones de hogares agropecuarios a nivel nacional experimentan vulnerabilidad financiera, es decir, ningún miembro del hogar posee ahorros. Y a la vez unos 861.000 sufren precariedad monetaria, en riesgo de caer en la pobreza.
Para Liliana Miro Quesada, que encabeza el FIDA en Perú, “a los agricultores familiares los necesitamos todos los días y, sin embargo, no siempre cuentan con acceso a medios básicos de producción”. La misión de esta agencia de Naciones Unidas especializada en desarrollo rural se centra en que los pequeños productores, entre otras cosas, alcancen esa financiación. “Mediante un mejor acceso a estos recursos, se espera mejorar su calidad de vida y así reducir la necesidad de tener que migrar a las ciudades”.
El proyecto Avanzar Rural, que arrancó el año pasado, se enmarca en ese horizonte. Con fondos del gobierno peruano y el FIDA, esta iniciativa es una de las prioridades del plan de recuperación del país frente a la covid-19 y financiará planes de negocios de aquellas asociaciones de agricultores que busquen mejorar sus capacidades de innovación y rentabilidad. “Las innovaciones generalmente se dan a nivel de los grandes productores y los pequeños quedan rezagados. Por eso, promovemos que estos las aprovechen no solo en cuanto a buenas prácticas productivas, sino también de tecnologías de producción y de energías renovables, así como nuevas formas de acceder a insumos, financiamiento y mercado”, asegura la experta.
En la cuarentena, la asociación de Llaca Llaca postuló a este nuevo fondo para poner en práctica las ideas que tienen de cara a otros mercados fuera de Lima. Para su presidenta Katiuska Flores, una de esas propuestas es la producción de derivados a base de tuna como helados, queques, mermeladas, hasta ceviches y chicharrones. Para llegar a ese punto, lo primero es la sostenibilidad de los cultivos y, en ese objetivo, el intenso sol del valle será vital. “Tendremos una máquina limpiadora con paneles solares, porque hoy para quitar las espinas de la fruta usamos unas escobas de paja que a veces malogran la cáscara y eso baja su precio en el mercado”, detalla la presidenta sobre esta tecnología que puede limpiar entre tres a 10 toneladas por hora. “También queremos regar desde nuestro reservorio con la misma energía del sol, ya no debemos volver a los combustibles fósiles o la electricidad que tanto dañan lo que dejaremos a nuestros hijos”.
Flores habla y piensa mucho en el futuro. Aquí nada se desperdicia. Las pocas tunas que, por el deterioro de su cáscara no pueden ir al mercado sirven de alimento para las tilapias que crían en la comunidad. Y estos peces a su vez nutren el agua que riega a los cactus. “Tenemos que dar este ejemplo a los más jóvenes, ya que lo que hoy hacemos es para el mañana. Acá tenemos un fruto que resiste al clima y nuestros hijos podrán hacerlo crecer con más tecnología y cuidando el ambiente”, afirma la agricultora de 28 años. “También debemos inculcarles que si un hombre pudo ser presidente (de la asociación), una mujer también puede. No es nada del otro mundo, aquí nosotras ya dimos un paso adelante con las tunas”. Y ese es legado que hacen florecer desde estos cactus para que las otras generaciones de agricultores no tengan que dejar su hogar, porque aquí también el futuro será posible.
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