Los agricultores ecológicos toman el mundo virtual
Los pequeños campesinos del mundo resguardan una agrobiodiversidad de unas 6.000 especies de plantas con las que se podría resolver el problema del hambre. Ante los nuevos obstáculos que impuso la pandemia, ellos han buscado soluciones como ofrecer sus productos a través de internet
Nota a los lectores: EL PAÍS ofrece en abierto todo el contenido de la sección Planeta Futuro por su aportación informativa diaria y global sobre la Agenda 2030. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
¿Cuánto cuesta alimentarnos? ¿De dónde viene cada ingrediente que abastece nuestro apetito? Millones de bocas repiten mecánicamente el acto de comer sin pararse a pensar qué ocurre detrás: la sobre explotación de suelos, el atraso del mundo rural o una despiadada prisa por deshacernos de la biodiversidad —que siempre entorpece el avance de cultivos rentables—, son una muestra de la enorme deuda que estamos acumulando con el planeta. Las ciudades están entregadas a dietas tan similares que el 66% del total de la producción agrícola mundial descansa sobre apenas nueve cultivos, según la Agencia de la ONU para la alimentación (FAO). La futura crisis alimentaria parece estar cantada. Sin embargo, la innovación en la tradición de la pequeña agricultura ecológica está decidida a cambiar esta historia. Y tiene argumentos para lograrlo.
A Rey Chambe una enfermedad lo llevó a retirarse al campo y vivir de la agricultura. En Tacna, el departamento más al sur de Perú, empezó a cultivar olivares y emprendió la guerra contra las margaronias, los bichos que se comían los cogollos de su producción. Investigó, preguntó y recibió capacitaciones. Aprendió que las crisopas, unos insectos, podían resolverle el problema y se decidió a criarlas. Junto a su asociación, armó su laboratorio con cuatro esteras. Cada socio se hacía cargo semanalmente de alimentarlas, cuidarlas y mantener el laboratorio. A cambio, podían llevarse las que quisieran. Ya libres, se percató de que estos insectos preferían habitar sobre el maíz. Lo plantó, diversificó sus tierras de cultivo y evitó así, el uso de plaguicidas. “Como agricultores agroecológicos tenemos una gran responsabilidad con la sociedad, porque somos los que llevamos los alimentos más sanos para las personas”, dice don Rey, en un audio entrecortado. Donde está, la señal de internet no es tan buena.
Para el 2030, aproximadamente 80% de la población vivirá en ciudades. Y una ciudad de 10 millones de habitantes debe importar 6.000 toneladas de alimento diario, algo inviable
Los pequeños campesinos del mundo resguardan una agrobiodiversidad de aproximadamente 6.000 especies de plantas adaptadas a distintos climas, suelos y ecosistemas, según la FAO. La presentación del profesor de la Universidad de Berkeley, Miguel Altieri, no deja mucho espacio para la duda. La domesticación de las plantas es el trofeo de nuestra especie. La cuenta acumulada de miles de años de observación, manipulación y manejo de cultivos, que hoy colisiona con la decisión de los más jóvenes de abandonar el campo.
“Para el 2030”, indica Altieri, “aproximadamente 80% de la población vivirá en ciudades. Y una ciudad de 10 millones de habitantes debe importar 6.000 toneladas de alimento diario”. Inviable, incluso para la agricultura industrial a gran escala, cuyas tempranas promesas de acabar con el hambre terminaron por borrar casi el 70% de la biodiversidad terrestre, según el informe global del Convenio de Diversidad Biológica del 2014. La llamada transformación de suelos, que no es otra cosa más que arrebatar bosques para sembrar lo que las ciudades consumen, tiene en la covid-19 un pecado original: los virus que se encuentran en los ecosistemas prístinos están controlados por las propias especies con los que cohabitan. Arrasarlos es liberarlos.
Comer en la pospandemia
La agroecología es una actividad que busca imitar el comportamiento de un ecosistema natural. Un diseño inteligente que deambula entre la necesidad y la compensación. Rota cultivos, asocia plantas, crea microclimas que hacen frente al cambio climático. No contamina el suelo, el aire o las fuentes de agua, y rechaza abiertamente el desperdicio. “Antes, en la costa central, se cultivaba la crotalaria, que es una leguminosa que mejora el suelo porque se asocia con bacterias que viven allí y capturan el nitrógeno del aire. Es un abono verde, pero también sus raíces botan una sustancia que controla una plaga del suelo, que son los lemátodos”, explica Carmen Felipe, doctora en ciencias agrónomas con especialidad de suelos por la Universidad Gembloux, de Bélgica. Durante su presentación es calurosamente reconocida por varias generaciones de estudiantes a los que formó. Para quienes la escuchan por primera vez, sorprende entender la amplitud de decisiones que involucra llevar alimentos sanos a la gente. Este es un modelo de negocio para valientes y visionarios.
El domingo 15 de marzo del 2020, Kelinda Martínez se quedó con su producción embalada y las puertas de la feria de productos ecológicos a la que había ido a vender, clausuradas. Era el inicio de la primera cuarentena y esta agricultora ecológica de Lurín —el valle agrícola a puertas de la costera y árida Lima, capital del Perú—, tuvo que regresar con las perdidas y la incertidumbre a cuestas. En ese momento, la idea de vender a domicilio a través de internet parecía incluso una oportunidad para ampliar mercados. “Nos sentimos felices porque había pedidos y nosotros contratamos movilidad, y hacíamos números y decíamos, sí vamos a poder”. Decidida a entregar su producción a San Borja o Miraflores —dos de los barrios más pudientes de la ciudad—, no calculó el tiempo real de entrega. “Llevamos nuestro cooler [nevera] y todo”, cuenta Kelinda, “y en cada esquina nos paraban y yo llevaba mi certificado de sanidad y todo”.
Su producción se malograba en el camino y esa inversión, resultaba en pérdida. Madre soltera de un único hijo y sustento de su madre, esta agroproductora ecológica tuvo momentos de desánimo, pero los superó. Se organizó y hoy vende atendiendo por día y distrito, a través de pedidos virtuales a domicilio. “Yo soy productora, no tengo otra carrera, mis socias están con todo el ánimo de hacer agricultura”. Salen al mercado bajo la marca colectiva frutos de la tierra y su historia causó un alboroto digital, despertando solidaridad y admiración por su entereza.
Pocas veces una reunión virtual puede ser tan sorprendente. El Encuentro Nacional de Innovadores e Innovadoras en Agroecología de Productores Ecológicos del Perú, organizado por la Asociación Nacional de Productores Agroecológicos (ANPE), se realizó los días 30 y 31 de marzo y permitió conocer personas que, en muchos casos, se enfrentaban a la plataforma Zoom por primera vez para hablar como saben: directamente y sin condimentos sobre sus sueños de alcanzar alimentos saludables, para el planeta. El evento virtual reunió expertos nacionales e internacionales junto a productores agroecológicos, que presentaron sus historias y sus hazañas. En esos días, los tan genéricamente llamados héroes de la agrodiversidad tuvieron identidad, y ayudaron a escudriñar en esa pregunta universal, tantas veces negada: ¿cuánto cuesta alimentarnos?
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter, Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra ‘newsletter’.