¿Es efectivo el cierre de jardines de infancia para reducir la transmisión de la covid-19? Los expertos dicen que no
Se cumple un año del cierre de los servicios preescolares en América Latina y Caribe, donde esta medida impidió que los niños continuaran con su aprendizaje en un momento clave para su desarrollo
Nota a los lectores: EL PAÍS ofrece en abierto todo el contenido de la sección Planeta Futuro por su aportación informativa diaria y global sobre la Agenda 2030. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
América Latina y el Caribe ha sufrido los embates de la pandemia con mayor intensidad que cualquier otra parte del mundo. Con únicamente el 8% de la población mundial, esta región ha contabilizado casi el 20% de los casos globales y el 26% de todas las muertes del planeta. Las medidas de distanciamiento social decretadas para prevenir los contagios afectaron a los centros infantiles y a los programas preescolares, impidiendo que los niños continuaran con su aprendizaje en un momento clave para su desarrollo. Pero, ¿tiene sentido esta medida para reducir la transmisión del virus? Los expertos dicen, alto y claro, que no.
En la región con las mayores desigualdades del mundo las pérdidas derivadas del cierre de los programas para niños en edad preescolar pueden tener efectos negativos permanentes en el capital humano, en los ingresos y en la productividad, limitando las oportunidades de futuro. Asimismo, la suspensión de estos servicios supone un importante impacto en las economías de los países. Un estudio realizado recientemente por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) sobre los costos de las reducciones de los programas preescolares por la pandemia estima que 12 meses de interrupción de estos programas podrían acarrear pérdidas equivalentes al 7,7% del Producto Interior Bruto como consecuencia de los menores ingresos. Y esto es apenas uno de los múltiples costes, que incluyen pérdidas para las familias, y muy especialmente para las mujeres, que pueden ver peligrar su permanencia en el mercado laboral.
En los inicios de la pandemia, el temor a que los colegios y los centros de atención infantil se convirtieran en cajas de resonancia para la transmisión del virus se justificó con experiencias pasadas de enfermedades infecciosas similares. La gripe o la neumonía por neumococo son transmitidas de manera especialmente activa de niños a ancianos, pero la evidencia actual parece indicar que este no es el caso del virus de la covid-19, tal como se discutió en un seminario virtual realizado por el BID.
Según el Tablero de respuesta escolar ante la covid-19, una iniciativa para generar mayores datos sobre la incidencia del virus en los colegios estadounidenses, y con base en información procedente de seis millones de niños en edad escolar, los casos de covid-19 no son solo bajos entre los estudiantes y entre el personal de los colegios, sino que la enfermedad presenta incluso menor incidencia que en niveles comunitarios. Durante las dos primeras semanas del pasado mes de febrero, por ejemplo, se produjeron tres infecciones por cada mil estudiantes y cuatro de cada mil trabajadores de los colegios y centros infantiles. Estos índices se consiguieron gracias a estrategias adecuadas de mitigación que incluían el uso de mascarillas y mejoras en la ventilación de los espacios físicos y que se combinaron con un detallado rastreo de contactos de los casos declarados. El reducido número de contagios sugiere que la presencialidad escolar jugaría solo un papel limitado en la trasmisión del virus.
El reducido número de contagios sugiere que la presencialidad escolar jugaría solo un papel limitado en la trasmisión del virus
Dos de las mayores preocupaciones para la reapertura de los servicios para la primera infancia han sido, en primer lugar, saber si la covid-19 supone para los niños un riesgo de mortalidad o de desarrollar una enfermedad severa y, en segundo término, si los niños infectados pueden convertirse en un riesgo para los maestros. En cualquiera de los dos casos, el riesgo parece pequeño La probabilidad de eventos adversos o de mortalidad entre los niños no es mayor que la presentada por otras patologías respiratorias comunes que no traen consigo cierres escolares. Una investigación desarrollada en Singapur no encontró evidencia de transmisión entre los preescolares, y otro estudio reciente realizado en Estados Unidos halló que la relación entre el colegio presencial y una infección por el nuevo coronavirus aumenta en función del curso escolar, y va desde la ausencia de conexión en hogares con alumnos de los cursos de preescolar a una sustancial asociación positiva en hogares con únicamente estudiantes de secundaria. Por supuesto que, para mitigar el segundo riesgo, es importante se cumplan los protocolos de distanciamiento físico con los adultos (especialmente los adultos mayores).
El mayor estudio de rastreo de contactos del mundo, realizado en la India, analizó la trazabilidad de más de tres millones de casos del índice de covid-19 y encontró que los niños de cero a cinco años presentan los menores riesgos de infección, enfermedad y transmisión por dicho virus. Los niños de esas edades sí eran capaces de transmitir el nuevo coronavirus, pero, por razones todavía desconocidas, lo contagiaban mayormente a niños de su mismo grupo de edad. Lo más sorprendente de este estudio es que fue realizado durante un periodo en que los niños pequeños no acudían al colegio y se encontraban la mayor parte del tiempo en sus casas o vecindarios.
En estos momentos en que sabemos que es posible reabrir los servicios para la primera infancia de una manera segura, hay dos aspectos fundamentales. En primer lugar, el proceso de reapertura tiene que incluir a todo el mundo: profesores, padres, madres y gestores escolares. En segundo lugar, los responsables políticos tienen que evaluar el coste y los beneficios de las decisiones de cierre o reapertura. Dado el papel limitado que los niños menores de cinco años juegan en la transmisión de la enfermedad, los cierres de las escuelas suponen escasos beneficios en términos de limitar la expansión del virus. En cambio, el peaje a pagar de cara al aprendizaje o a ganancias futuras, especialmente para este grupo de edad, puede ser sobrecogedor.
Florencia López Boo es economista líder de Protección Social del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Ramanan Laxminarayan es economista y epidemiólogo, director y fundador del Centro de Dinámica de Enfermedades. Emily Oster es economista, autora y profesora de Brown University.
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter, Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra ‘newsletter’.