Chile y el retorno al inicio

El giro a la izquierda que representó la Convención Constitucional y la campaña de Boric puede haber sido una movida electoral útil, pero al parecer poco sustentable para gobernar tras el plebiscito

El presidente de Chile, Gabriel Boric, se dirige a los medios tras la remodelación de su Gobierno, el pasado martes en Santiago.DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press)

El resultado del plebiscito constitucional en Chile dejó sorprendidos a todos los actores políticos, incluso a los ganadores. Ningunos de los sondeos de opinión pública disponibles mostraban una distancia tan profunda entre las alternativas en disputa, ni el entusiasta más optimista del Rechazo se esperaba esta victoria. Sin embargo, también abre la puerta a un proceso incierto y pone en jaque la agenda del Gobierno de ...

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El resultado del plebiscito constitucional en Chile dejó sorprendidos a todos los actores políticos, incluso a los ganadores. Ningunos de los sondeos de opinión pública disponibles mostraban una distancia tan profunda entre las alternativas en disputa, ni el entusiasta más optimista del Rechazo se esperaba esta victoria. Sin embargo, también abre la puerta a un proceso incierto y pone en jaque la agenda del Gobierno de Gabriel Boric, a pocos meses de su inicio.

A pesar de la falta de datos disponibles, es posible aventurar algunas hipótesis para explicar cómo Chile se convirtió en el primer país en rechazar el texto emanado de una asamblea constituyente. Lo primero es una advertencia, un resultado de estas proporciones no admite análisis simplones ni simplistas; las causas son múltiples y, probablemente, acumulativas.

La inclusión del voto obligatorio en esta elección tuvo un efecto claro en aumentar la participación, quizás a niveles históricos. Esa fue, también, la principal fuente del error de medición de muchas encuestas, que no fueron capaces de llegar a esos desafectados que ahora fueron a votar, obligados y con la amenaza de multas. Pero el cambio de régimen de votación no es el responsable del resultado, mas sí de la incapacidad de anticiparlo.

Otra explicación posible se relaciona con el descontento con el proceso. Las investigaciones de Espacio Público e Ipsos durante el último año y medio mostraron que más de un 70% de la población chilena esperaba que los convencionales buscaran el diálogo sobre sus propios intereses, pero menos de un 30% creía que lo estaban haciendo. Al final, la brecha entre las expectativas ciudadanas y el comportamiento de la Convención terminó por contaminar todo el proceso. Esto fue confirmado por encuestas posteriores al plebiscito, que mostraron que el descontento era la razón más relevante para rechazar.

Por otro lado, el contenido mismo del texto también generó dudas. Si bien hubo un esfuerzo en incorporar una cantidad importante de materias, como la protección del medioambiente, derechos de minorías y paridad de género, la calidad del texto y sus interpretaciones no fueron capaces de convencer. Hay, en este caso, una mezcla entre legítimas diferencias de preferencias, interpretaciones complejas y abierta desinformación. Hubo quienes votaron con el miedo que la nueva Constitución les limitara su propiedad o les impidiera ser dueños de sus casas, impulsados por una seguidilla de mentiras. Pero también hubo quienes no se convencieron de las propuestas sobre plurinacionalidad, el fin del Senado, o la descentralización. En otros temas, como el del consentimiento de los pueblos indígenas para algunas reformas legales, la redacción del texto fue lo suficientemente ambigua para alimentar temores y prejuicios. En el fondo, el texto no logró convencer ni por su proceso de formación ni por su contenido, ni mucho menos por el simbolismo que lo rodeó.

El camino a seguir para el Gobierno es incierto, ya que deberá balancear una ambiciosa agenda legislativa con el desafío de continuar el proceso a partir del fracaso. La realidad es que, independientemente de lo ocurrido el 4 de septiembre, una mayoría abrumadora de la población sí quiere una nueva Constitución, pero claramente no la ofrecida. Para ello, Boric y su equipo asumieron la tarea de encontrar nuevas fuerzas, ya no en los espacios más de izquierda de su coalición, sino que recurriendo a caras conocidas de Gobiernos anteriores.

Tan solo esta semana, el presidente chileno cambió a parte importante de su equipo político, sacando a figuras provenientes del Frente Amplio, PC e independientes, reemplazándolas por nombres conocidos de los gobiernos de Michelle Bachelet, como la nueva ministra del Interior, Carolina Tohá, o la nueva encargada de las relaciones con el Congreso, Ana Lya Uriarte. Como este Gobierno no pierde oportunidad en los simbolismos, será el primero en tener mujeres en todos los roles clave: Interior, vocerías y relaciones con el Congreso.

La pregunta que queda es si esto será suficiente para aplacar los renovados bríos de la derecha chilena. A pesar de las promesas durante la campaña del Rechazo, ya vimos algunos miembros de ese sector negando la posibilidad de iniciar un nuevo proceso constituyente. Además, dados los equilibrios en el Congreso, la derecha ahora cuenta con una moneda de cambio muy valiosa para detener las reformas sociales prometidas por Boric.

El mensaje del presidente chileno luego del plebiscito fue un llamado a evitar los maximalismos que tanto emocionan a sectores de su coalición, y eso explica el vuelco de su Gabinete a posturas más asociadas a la antigua Concertación de centroizquierda. El mismo sector que alguna vez sufrió el rechazo del Frente Amplio y el Partido Comunista, hoy se vuelve su bote salvavidas en medio de la tormenta. El giro a la izquierda que representaron la Convención Constitucional y la campaña inicial de Boric puede haber sido una movida electoral útil, pero al parecer, poco sustentable para gobernar a Chile después del domingo pasado.

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