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Una calma, cualquier calma

Qué hacer cuando cada respuesta que obtienes genera una pregunta peor

“Es una cuestión de orden, Mary Pat. Todo va bien cuando las cosas funcionan de una manera predecible. Mira esta bahía. Sin olas, sin sorpresas. No como ahí fuera. Ahí fuera hay olas, marejadas y resacas. No me gustan los océanos, Mary Pat; me gustan las bahías, los puertos…”. Quien habla es Marty Butler, el jefe mafioso de Golpe de gracia (Salamandra), ...

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“Es una cuestión de orden, Mary Pat. Todo va bien cuando las cosas funcionan de una manera predecible. Mira esta bahía. Sin olas, sin sorpresas. No como ahí fuera. Ahí fuera hay olas, marejadas y resacas. No me gustan los océanos, Mary Pat; me gustan las bahías, los puertos…”. Quien habla es Marty Butler, el jefe mafioso de Golpe de gracia (Salamandra), la novela de Dennis Lehane ambientada en el Boston de los setenta. Mary Pat busca a su hija en un mundo que se pregunta qué hacer con la violencia heredada como madre asistida por la fuerza irresistible de la pérdida: cada respuesta que obtiene genera una pregunta peor. Butler, el criminal intocable, le pide que no arme revuelo: una comunidad en calma (sedada vía drogas o “esto es lo que hay”) es una comunidad propicia para explotar. Acabo el año leyendo esa novela y viendo Una batalla tras otra, de Paul Thomas Anderson, en la que un exrevolucionario busca a su hija en un mundo en el que nunca ha averiguado la verdad: la ha rodeado. Lo predecible no es la bahía sino el formidable eje de cualquier vida: hijos en búsqueda deshacen la coartada ideológica del adulto. Mary Pat descubre que su idea de “los nuestros” no protege a quien ama; el protagonista de la película descubre que sus ideales no lo convierten en buen padre. De repente, ser madre o padre desarma cualquier épica. Es curioso porque las dos obras parecen preguntarse si es posible vivir a salvo de la historia: Lehane responde que no sin pagar una tasa moral; Anderson sospecha que no, eso es todo. El racismo de Mary Pat y su comunidad de viviendas protegidas, paredes de papel y cortes de luz no es una ideología explícita: es un odio con el que conviven. En Una batalla tras otra, los viejos ideales son ya biografía herida, trauma o violencia reciclada a la manera del presente: grandes relatos emancipadores sobreviven para sus promotores más como estética que como otra cosa, y sus hijos heredan la resaca de luchas que no eligieron. 2026 estará lleno de ellas. Próspero año.

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