Mentes pequeñas
El desarrollo de “minicerebros” con células madre abre una nueva vía en el debate sobre qué es permisible o no en la investigación médica
Un selecto grupo de científicos, filósofos, juristas y activistas se reunió la semana pasada en Asilomar, un antiguo campamento de la YWCA (asociación de jóvenes mujeres cristianas) cerca de Monterrey, California, que por alguna razón se ha convertido en el epicentro de los debates éticos sobre la ciencia. Hace justo 50 años que las rústicas instalaciones de Asilomar ...
Un selecto grupo de científicos, filósofos, juristas y activistas se reunió la semana pasada en Asilomar, un antiguo campamento de la YWCA (asociación de jóvenes mujeres cristianas) cerca de Monterrey, California, que por alguna razón se ha convertido en el epicentro de los debates éticos sobre la ciencia. Hace justo 50 años que las rústicas instalaciones de Asilomar albergaron una cumbre científica para regular la entonces incipiente disciplina de la ingeniería genética. Esta vez el tema son los “minicerebros”, o minibrains, generados en el laboratorio a partir de células madre y un conocimiento cada vez más sofisticado de la biología del desarrollo.
La razón para crear minicerebros y otros “organoides” (versiones miniaturizadas de los órganos humanos) es de índole biomédica. Si el minicerebro se ha generado desde células madre de una persona con autismo, puede revelar las peculiaridades de la conectividad de las neuronas que subyacen a ese trastorno. Si el minicerebro se infecta con el virus zika y eso inhibe la proliferación de las células precursoras de las neuronas –como es el caso—, los científicos descubren la explicación de la microcefalia (cabeza pequeña) que padecen algunos bebés de madres contagiadas con ese virus. Son solo dos ejemplos de una larga lista de avances que permiten los organoides.
Pero ahora fíjate en lo siguiente. El neurocientífico Sergiu Pasca, uno de los organizadores de la conferencia de Asilomar, creó en abril cuatro organoides que representan cuatro componentes distintos de la médula espinal y el cerebro, como los que trasmiten y procesan el dolor. Si los empalmas en secuencia y causas una irritación en el extremo sensorial, la señal neuronal llega a la parte más central, o cerebral. ¿Acaso estamos causando dolor a algo o a alguien o a algún trozo de alguien? Probablemente no, pero ¿hasta dónde se pueden sofisticar esos circuitos creados a imagen y semejanza del cerebro humano? Sabemos que fabricar una mente es posible, puesto que eso es exactamente lo que hacen nuestras células durante el desarrollo. ¿Entonces?
Bien, de ahí la reunión de Asilomar. Bueno, de ahí y de cien cosas más que se nos pueden ocurrir a ti y a mí a nada que nos paremos a pensar cinco minutos. ¿Cuántas neuronas y en qué arquitectura de circuitos se necesitan para que emerja una mente? Sí, una mente, una de esas cosas capaces de sentir dolor y placer, de razonar sobre problemas que nunca se ha encontrado antes, de recordar un pasado y desear un futuro, de construir esa alucinación a la que llamamos yo. En los últimos tiempos nos hemos acostumbrado a plantearnos estas cuestiones en el contexto de la inteligencia artificial (IA), pero, aunque esos sistemas están inspirados en el cerebro, no hay la menor garantía de que sus neuronas artificiales constituyan un modelo realista de las nuestras. Con los minibrains, sin embargo, esta objeción queda eliminada, puesto que están hechos de neuronas tan biológicas como las tuyas y las mías.
Pasca va a solicitar en unos meses la autorización para un ensayo clínico contra el síndrome de Timothy, una enfermedad genética que causa graves arritmias cardiacas, epilepsia y autismo. El candidato a fármaco que quiere probar se descubrió en su laboratorio de Stanford gracias a los minicerebros creados con células de pacientes de Timothy, que además fueron implantados en ratas, lo que viola otro tabú ya clásico: las quimeras entre cerebros humanos y animales. La lista de aparentes escollos éticos que plantea ese trabajo daría para otra conferencia de Asilomar, pero supongamos por un momento que el fármaco puede aliviar a las infortunadas personas que sufren esa cruel enfermedad neurológica. ¿Tú crees que los pacientes van a rechazar el tratamiento por haber sido desarrollado con minicerebros y quimeras humano/rata? Yo creo que no, pero seguramente yo soy eso que los de letras llaman un “biologicista”. ¿Y tú?