Ir al contenido
Opinión

¡Españoles, Franco nos odiaba!

Entre los lugares comunes del culto al tirano y la ultraderecha está el amor a España, pero Franco quiso aniquilar a la mayoría del país, como hoy sus seguidores exaltan la intolerancia y atacan a sus conciudadanos

El amor a la patria, esa abstracción, también engendra odio visceral a la misma. Y en el caso de Francisco Franco pesó más lo segundo que lo primero. Un odio frío y sujeto a sus más primarios instintos. Ausente de cualquier rastro de piedad y que no conviene olvidar en este 50º aniversario de su muerte. Sobre todo, porque ese ambivalente sentimiento parece volver a imponerse en una parte minoritaria, pero nada desdeñable de la población, mediante opciones rena...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El amor a la patria, esa abstracción, también engendra odio visceral a la misma. Y en el caso de Francisco Franco pesó más lo segundo que lo primero. Un odio frío y sujeto a sus más primarios instintos. Ausente de cualquier rastro de piedad y que no conviene olvidar en este 50º aniversario de su muerte. Sobre todo, porque ese ambivalente sentimiento parece volver a imponerse en una parte minoritaria, pero nada desdeñable de la población, mediante opciones renacidas de ultraderecha.

En cuanto tenía ocasión, el dictador declaraba ese supuesto amor a una idea más bien impostada. Sin embargo, los hechos demuestran lo contrario: Franco nos odiaba. Y toca ahora como nunca ponerlo de manifiesto para empezar a desmontar tópicos que calan entre algunas capas de votantes. Cuando creíamos que las democracias occidentales estaban de sobra asentadas en Europa, el fascismo renace con un nuevo ímpetu. Conquista sectores en aquellos países donde más lo sufrieron. Incluso por elección -es decir, decantándose masivamente por esas opciones, como en Italia y Alemania- en un bumerán siniestro que ennegrece y nubla de nuevo nuestro futuro.

En el caso de España, la llegada al poder de ese fascismo no se produjo mediante las urnas. Al contrario que el partido de Mussolini o los nazis, cuando en las elecciones de 1936 se impuso el Frente Popular, la Falange Española logró cero diputados. A los ciudadanos les repelía la dialéctica de los puños y las pistolas que quería imponer José Antonio Primo de Rivera, ese político completamente fracasado. Si bien buena parte de las opciones conservadoras más radicales se concentraban también en la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) liderada por José María Gil Robles, el partido puramente fascista, el equivalente hispánico más próximo a la ideología de Hitler y Mussolini, no logró ningún escaño. Eso aceleró en gran parte el golpe de Estado del 18 de julio y la estrategia de imponerse mediante una guerra larga para aniquilar al enemigo, como bien ha probado Paul Preston en varios de sus estudios.

Fue la opción meditada, decidida y admitida por parte de Franco sin disimulo incluso ante la prensa internacional. “Cueste lo que cueste”, le dijo al periodista norteamericano Jay Allen cuando le preguntó por el precio a pagar de su avance nada más asestar el golpe. El corresponsal del Chicago Tribune le preguntó y repreguntó. Es decir, le dio oportunidad para matizar ante una cuestión cruda y directa: “¿Aunque eso signifique matar a la mitad de los españoles?”. El militar volvió a responder… “Repito: cueste lo que cueste”.

Esa mitad -mejor dicho, mayoría- de los españoles que el tirano se mostraba dispuesto a aniquilar a cualquier precio, implicaba todo el espectro hacia el radicalismo de anarquistas y comunistas sin descartar a partes de la derecha también: liberales, izquierdistas y nacionalistas, con un lugar especial reservado siempre para los masones. Para ellas azuzó su odio y después sembró el miedo. Dos estadios en los que se basa cualquier régimen de terror. Dirigidos ambos hacia esas gentes que defendían democráticamente en su mayoría la convivencia en paz, la legitimidad de una república sostenida en base a la soberanía popular. Algo muy concreto en sí. La España de su tiempo que, con todo derecho, aceptaba la democracia en su mayoría sin pulsiones asesinas…

Aquella que él negaba disfrazado en un simple planteamiento doctrinario donde escondía una inmensa ambición de poder. Un poder que conservó durante el resto de su vida mediante dos características que combinaba como nadie: crueldad y sagacidad. Combinándolas destruyó todo lo que se oponía a sus deseos, aunque ese obstáculo implicara una mayoría de auténticos españoles a quienes él y los suyos negaron su derecho a existir. Una España real que no le provocó ningún escrúpulo a la hora de exterminar. A la que mató, en suma, porque creía suya.

Lo había empezado a ensayar en la represión de Asturias de 1934, como señala Luciano Rincón bajo el pseudónimo de Luis Ramírez en un libro magistral: Franco, historia de un mesianismo, publicado en por Ruedo Ibérico en 1964. “Es un general español especializado en luchar contra los españoles por un extraño designio de su carrera”, escribe. Le repugna el pueblo. “Instintivamente. Porque no tiene ese preciso sentido de lo mecánico militar y porque, a su vez, al pueblo le repugna el ejército”.

Por eso desconfía profundamente de ellos y los ataca. Es revancha, un puro despecho como miembro de un estamento cuyas frustraciones analiza Ortega y Gasset en La España invertebrada. Cuenta el pensador que al cruzar al siglo XX, un ejército sin guerras en el horizonte produjo que las demás clases se desentendieran del mismo. “Quedó aislado, desnacionalizado, sin trabazón con el resto de la sociedad e interiormente disperso”. Eso condujo a un estado psicológico tóxico, que, según el filósofo, “germinó una funesta suspicacia hacia políticos, intelectuales, obreros y fermentó en el grupo armado resentimiento y la antipatía respecto a las demás clases sociales”.

Así se incubó la deriva hacia el golpe. Gran parte de esa dinámica del rencor, toda esa herencia directa en un falso, tergiversado y delirante amor a la patria se reproduce ahora en opciones políticas con amplia representación. Son derivas, si cabe más graves. Repiten eslóganes, discursos, encarnan dogmas y mentiras basadas en grandezas para encubrir destrucción, una desintegración del sistema. Que conecten hoy pese a la lección aprendida de la historia debe hacernos reflexionar sobre los errores cometidos a la hora de haber puesto en valor lo conquistado y actuar. Rápido. Aquello desembocó en la catástrofe de nuestra Guerra Civil y el apocalipsis continental. También, en España como en el resto de Occidente, estos nuevos fascismos a nivel mundial proclaman su amor a la patria y sus grandezas en la estela trumpiana de Make America Great Again (hagamos América grande de nuevo).

¿Qué patria? Una donde no quepa esa mayoría que defiende convivir en libertad, el respeto y la integración de todos los ciudadanos en un proyecto pacífico común basado en derechos y libertades donde también son bienvenidos quienes eligen labrar aquí su porvenir. Al ser en nuestro país esta opción aún una mayoría, la afirmación de ese amor a España en boca de quienes se oponen a la democracia y el progreso de las sociedades abiertas con la firme intención de cerrarlas degenera sencillamente, como le ocurrió a Franco, en odio.

Sobre la firma

Más información

Archivado En