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El frío de no saber quién fue el asesino de tu hermano

La familia de Manuel García Caparrós, asesinado el 4 de diciembre de 1977 durante una manifestación andalucista, lucha por honrar su memoria

No me acuerdo de la última vez que fui de la mano de mi padre, pero sí de que el 4 de diciembre de 1977, a eso de las diez o las once de la mañana, me compró una bandera blanca y verde a la altura de los jardines de Murillo y que, al llegar a la calle San Fernando, frente a la antigua fábrica de tabacos convertida en universidad, nos unimos a una marea de gente —una marea de gente que no se había visto nunca en Sevilla y no se volvería a ver después— que reivindicaba libertad, amnistía y Estatuto de autonomía. No consigo recordar si todavía seguí yendo durante meses o quizás años de la mano de mi padre, pero sí de que el niño que era yo entonces fue feliz aquel día; una mano agarrada a la suya y, en la otra, una bandera de Andalucía.

Han pasado casi 48 años. Mi padre hace tiempo que no está, tampoco muchos de los sueños que unieron aquel día a tantísimos andaluces de todas las provincias y de todas las ideologías. Tal vez por eso, cuando esta mañana de martes he escuchado en la radio que Puri, Loli y Paqui, las hermanas de Manolo García Caparrós, iban a acudir al Congreso, he sentido que tenía que ir.

Y allí estaban ellas, al pie de los leones, recién llegadas en tren desde Málaga, donde aquel 4 de diciembre de 1977, al igual que en todas y cada una de las capitales andaluzas, una gran manifestación reivindicó para Andalucía una autonomía plena, en principio reservada en exclusiva para Cataluña, Euskadi, Navarra y Galicia.

Unos días antes, Francisco Cabezas, que entonces era presidente de la Diputación, pero que en los últimos años del franquismo había sido subjefe provincial del Movimiento, se había negado a que la bandera blanca y verde ondeara en el balcón junto a la española. Al llegar los manifestantes a la Alameda de Colón, uno de ellos, Trinidad Berlanga, trepó por la fachada del edificio de la Diputación con la intención de colocar la bandera andaluza. La Policía Armada cargó con violencia contra los manifestantes, y una bala acabó con la vida de Manuel José García Caparrós, que tenía 18 años, trabajaba en la fábrica de cervezas Victoria y estaba afiliado al sindicato Comisiones Obreras.

—Aquella bala —dice Loli en el patio del Congreso— iba dirigida a Andalucía entera, pero el único que no volvió a casa fue mi hermano Manolo.

Una periodista pregunta a las hermanas de García Caparrós qué han sentido al recibir los dos archivadores con 2.000 folios de documentación y un lápiz de memoria con archivos de audio que hasta ahora habían permanecido secretos y en los que tal vez encuentren por fin el nombre del asesino de su hermano.

—Mucho frío —dice Loli —pero no frío de frío, sino frío de no saber.

¿Y qué les gustaría encontrar?, insiste otra reportera: “La verdad. La verdad de lo que pasó aquel día. Quién fue su asesino, quién echó la Policía a la calle, por qué no dejaron poner la bandera de Andalucía, que es lo único que pedíamos. Eso es lo que esperamos encontrar”.

Dicen que están emocionadas, y es difícil no compartir esa emoción cuando se piensa que las tres eran veinteañeras entonces, y que desde aquel momento en que alguien tocó el timbre de su casa y les dijo que su hermano Manolo estaba en el hospital porque había sufrido un accidente de tráfico no han dejado de escuchar mentiras. Muchas mentiras intencionadas para ocultar el nombre del asesino, y ­también silencio, mucho silencio, casi medio siglo de silencio, para ver si se aburrían.

Uno nunca sabe qué día, en qué momento, soltó distraídamente la mano de su padre para no volver a agarrarla más. Ellas, Puri, Loli y Paqui García Caparrós, nunca jamás soltaron de la mano la memoria de su hermano Manolo.

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