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Sudán, horror e indiferencia

Las pocas informaciones que llegan sobre la guerra civil en el país africano bastan para reclamar una reacción urgente de la comunidad internacional

La guerra civil en Sudán, el tercer mayor país de África tras Argelia y la República Democrática del Congo, está provocando un desastre humano a una escala difícil de imaginar. Casi 12 millones de desplazados, según Naciones Unidas, de los cuales 7,5 millones están dentro del país y el resto, casi todos repartidos entre países casi tan pobres y conflictivos como el suyo, como Chad y Sudán del Sur. Según la ONU, 21 millones de sudaneses —dos de cada cinco— pasan hambre, y 375.000 viven una hambruna “catastrófica”.

Solo durante los nueve primeros meses de 2025, 1,5 millones de casos de malaria, 120.000 de cólera —y 3.000 muertes, solo contando las registradas—, así como la tasa de cobertura vacunal más baja del mundo. Los sudaneses, que no tienen ninguna generación que no haya vivido la guerra, sufren desesperadamente ante un conflicto que arde descontrolado ante la indiferencia de las grandes potencias globales.

Hace ya dos años y medio que la frágil convivencia entre el Ejército regular sudanés y las milicias Janjaweed —rebautizadas como Fuerzas de Apoyo Rápido o RSF, por sus siglas en inglés— estalló por los aires con toda violencia. Desde entonces, ambas fuerzas han competido por el control del país y de sus recursos naturales, con una ferocidad alimentada por rivalidades culturales o mero racismo, y con el apoyo, tácito o explícito, de otros países de la región.

El último episodio del horror ha sido la toma por parte de las RSF de la ciudad de El Fasher, en el Estado de Darfur del Norte, al oeste del país, el pasado 26 de octubre. Tras un asedio de más de un año, que ha condenado al cuarto de millón de personas que viven en la localidad al hambre y a las enfermedades, las fuerzas paramilitares han entrado en la ciudad para llevar a cabo lo que una analista ha definido como “el genocidio más previsible del planeta”. Un laboratorio de la universidad estadounidense de Yale ha estimado el número de muertos en más de 10.000, incluidos al menos 460 en un hospital materno-infantil, el único que quedaba activo en la región.

La lejanía física y cultural con Sudán así como la falta de información fiable sobre el terreno impide que el foco de la siempre frágil atención pública global, reclamada a diario por multitud de conflictos abiertos, se centre en el país africano todo lo que debería. Pero las informaciones que tenemos de Naciones Unidas, por escasas que sean, son lo bastante alarmantes como para urgir a la comunidad internacional a reaccionar con urgencia. Los sudaneses están viviendo varias tragedias a la vez. Que deje de serlo la indiferencia.

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