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La niña histórica

A las diez de la mañana, sale por la tele un hombre al que mis hermanos llaman El Orejas, para decir lo que ya sabíamos, que Franco se ha muerto

Un día me despierto y me dice mi madre que se ha muerto Franco. Me doy la vuelta para seguir durmiendo, porque en mi escasa memoria histórica aún resuenan los tres días de luto que nos dieron por ...

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Un día me despierto y me dice mi madre que se ha muerto Franco. Me doy la vuelta para seguir durmiendo, porque en mi escasa memoria histórica aún resuenan los tres días de luto que nos dieron por el asesinato de Carrero Blanco. Pero mi madre, tan transigente por unas decimillas, hoy no está dispuesta a ceder. Y al colegio que voy, emprendiendo el camino de arena entre edificios de protección oficial por el que solemos ir los niños porque no hay tráfico. A veces se nos aparece un señor que se abre la gabardina y nos enseña el pito. Pero hoy no está, porque el señor exhibicionista (palabra que entonces desconozco) ha debido imaginar que en este día tan señalado las niñas no irán a la escuela, y entonces para qué. Soy la única que recorre este caminito sinuoso entre las casas del Estado. Yo soy una niña burguesa, que vive en una torre, pero me quedan dos años aún para sentir vergüenza por mi privilegio.

Si tú me pudieras ver desde arriba, uniformada, bajita, con el pelo negro y tieso, pensarías que soy la protagonista de un cuento que acaba mal porque en este trayecto, a diario bullicioso, se masca un silencio como de perdidos en el espacio. Ni un alma. Pero yo hago lo que me ha dicho mi madre. Me da miedo desobedecer porque hace poco mandaron una carta del colegio diciendo que a la próxima me expulsan. De pronto, a mis espaldas, oigo una voz familiar:“¡Lindo, Lindo!”. Me vuelvo. Es mi profesor de Ciencias. Esa melena rubia que brilla al sol del recreo, ese amor que siento este año por las Ciencias Naturales. “¿Dónde vas? ¿No sabes lo que ha pasado?”. Que se ha muerto Franco, le digo. Madre mía, pienso, que se haya tenido que morir Franco para que nos veamos don Luis y yo en medio de esta soledad lunar. Es un argumento que solo se le ocurriría a un director calenturiento de los 70. “¿Y es que no sabes que no hay colegio? Vuelve a casa”, me dice.

Entre desobedecer a mi madre y obedecer a don Luis escojo lo segundo. Me vuelvo y lo veo perdiéndose por el camino. Es un personaje de novela, pienso. Me toco el corazón de madera que les compré a los hippies de la puerta de la iglesia hace un mes. No tenía suficiente dinero, pero entonces, don Luis, que siempre aparece cuando menos lo esperas, se acercó y me prestó lo que me faltaba. Acariciando el pequeño corazón delator, vuelvo a casa. Pienso que tal vez sea la única niña española que ha ido esta mañana al colegio. Soy histórica y algún día se ha de saber.

A las diez de la mañana, sale por la tele un hombre al que mis hermanos llaman El Orejas, para decir lo que ya sabíamos, que Franco se ha muerto. Mi padre vuelve del trabajo y se pone el pijama. Yo le ayudo siempre. Mis hermanos me llaman pelota. Lo soy, pero con la verdad por delante. En poco tiempo mi padre ha pasado de los calzoncillos de Palomares a los eslips, y del coñac al whisky. Nuestra vida es en color, aunque en la tele aparezca en blanco y negro. A partir del histórico día en que me encontré con don Luis en el suburbio deshabitado, todo se precipitó.

Se supo lo que ya se sabía: que uno de mis hermanos estaba en el partido. Qué partido iba a ser. Que el otro se afiliaría a las Juventudes al año siguiente, y yo, por imitación, tras aquella Semana Santa. Por entonces yo ya veía lo histórico más allá de mis narices, más allá de mi niñez que fue quedándose atrás. A don Luis lo echaron, quién sabe por qué. Mi padre intentó explicarme nociones reproductivas a través de la fecundación de la abeja reina: qué bochorno, papi. A mi madre le dio tiempo a votar y votó lo que quiso en contra de su propia historia familiar. Mis carpetas del instituto se llenaron de pegatinas: Mayoría de edad a los 18 años, Per UnaSexualitatLliure, Madrid por la democracia, Para la libertad sangro, lucho, pervivo, Por la alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura. A mi casa llegó un libro de Umbral, Memorias de un niño de derechas, y yo pensé, anda, esa era yo hasta 1975.

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