¿Cuál de los dos?
Fue ella quien le propuso que telefoneara al supuesto difunto para salir de dudas
Había sido apenas un cruce de miradas y un breve gesto de saludo, de acera a acera, pero el hombre volvió a casa con una incómoda sensación de extrañeza. 
—Me he cruzado con Antonio —le dijo a su mujer mientras se quitaba la chaqueta. Ella levantó la vista del libro y lo miró con una mezcla de sorpresa y cautela. 
—Antonio murió hace un par años, me parece.
—Imposible, acabo de verlo. Estaba igual que siempre, un poco más delgado...
Había sido apenas un cruce de miradas y un breve gesto de saludo, de acera a acera, pero el hombre volvió a casa con una incómoda sensación de extrañeza.
—Me he cruzado con Antonio —le dijo a su mujer mientras se quitaba la chaqueta. Ella levantó la vista del libro y lo miró con una mezcla de sorpresa y cautela.
—Antonio murió hace un par años, me parece.
—Imposible, acabo de verlo. Estaba igual que siempre, un poco más delgado quizá, pero vamos, seguro que era él.
Ella se encogió de hombros y continuó leyendo.
A la hora de la cena, la duda había alcanzado un tamaño molesto. Antonio era un antiguo amigo del que se habían ido distanciando de forma insensible. Hacía mucho que no se veían, pero les pareció rara esta incógnita acerca de su existencia. Finalmente, decidieron llamar a cuatro amigos comunes, la mitad de los cuales aseguró que Antonio había fallecido mientras que la otra mitad recordaba haberlo visto hacía poco en la cola de un cine o en el interior de una librería.
Fue ella, al día siguiente, quien le propuso que telefoneara al supuesto difunto para salir de dudas. Él titubeó.
—Es que me da mal rollo —dijo.
—Vale, pues entonces déjalo estar.
Lejos de dejarlo estar, buscó el número en la agenda del móvil y pulsó, temblando, la tecla de llamada.
Al tercer tono, respondió el mismísimo Antonio que, sin darle tiempo a hablar, exclamó: —¡No te lo vas a creer! Ayer le conté a mi mujer que me había cruzado contigo en la calle y me dijo que no, que imposible, porque te habías muerto hace un par de años.
Durante unos segundos, ninguno dijo nada. El silencio zumbaba como una interferencia entre dos universos paralelos. Luego, nuestro hombre, en un ataque de pánico, colgó y apagó el teléfono.
Su mujer, desde la cocina, preguntó qué había pasado.
—Está fuera de cobertura —dijo—. De todos modos, es una tontería. Ya le llamo en otro momento.