El lenguaje nuestro de cada día dánosle hoy
El idioma estándar tiene una función necesaria en la educación, la comunicación y la cohesión social, pero eso no supone defender que ha de ser uniforme
Si le es familiar el título de esta tribuna, usted cumple al menos dos condiciones: ha rezado el Padrenuestro más de una vez y tiene una edad superior a los 40 años, cuando aún el texto de la oración incluía el enunciado “El pan nuestro de cada día dánosle hoy”. Quizá no cumpla una tercera condición: ver normal esta frase, que para la mayor parte de la comunidad hispanohablante es una versión leísta de lo...
Si le es familiar el título de esta tribuna, usted cumple al menos dos condiciones: ha rezado el Padrenuestro más de una vez y tiene una edad superior a los 40 años, cuando aún el texto de la oración incluía el enunciado “El pan nuestro de cada día dánosle hoy”. Quizá no cumpla una tercera condición: ver normal esta frase, que para la mayor parte de la comunidad hispanohablante es una versión leísta de lo que en su habla común sería “El pan nuestro dánoslo hoy”, con lo.
Pedir el pan de cada día es uno de los ruegos del Padrenuestro, y ese pan se duplicaba en la plegaria con el pronombre le. Esto es un uso que en gramática se denomina “leísmo de cosa” y se sigue dando hoy. “El entreno le tengo por la noche” o “El libro te le devuelvo” son ejemplos de ese le por lo. Al regular la forma cristiana de rezar en español, la Iglesia bendijo este rasgo, que también se consagraba en algunos textos prescriptivos sobre la lengua. Así, mientras que en el Padrenuestro se rezaba con dánosle, en la gramática de la Real Academia Española de 1771 se daba por buena la frase “El sombrero he perdido, búsquenmele”, con otro leísmo de cosa.
El ejemplo del sombrero siempre me ha hecho gracia, porque me evoca un contexto pusilánime de señor olvidadizo y antiguo que manda con displicencia a un sirviente a buscar el objeto extraviado. Como me es fácil recordarlo, lo he usado en clase alguna vez para ilustrar lo que refleja más allá de la anécdota: que la prescripción sobre lo que es correcto varía no solo porque la lengua cambia sino porque también se mueven o se dispersan sus centros de prestigio. El leísmo (uso de le por lo) aplicado a personas es muy frecuente entre los hablantes, sobre todo si se aplica a una entidad humana y de género masculino: al poeta “le cubre el polvo de un país vecino” o “A Joan Manuel le premiaron” son casos de ese leísmo. Pero el leísmo aplicado a cosas (y el pan, decirlo es casi herético, es una entidad inanimada) es menos común. Aunque se da desde antiguo y lo refleja con frecuencia la literatura de los Siglos de Oro, usar le y no lo para el pan o el sombrero es propio de algunas áreas del norte y centro de la península Ibérica, una zona irrelevante en el peso demográfico de la comunidad que habla español si no fuera porque... esa era la zona desde donde se prescribía el uso correcto de la lengua, su núcleo prestigioso.
Órganos normativos que fijan y pautan comportamientos son la Iglesia y las academias de la lengua, cada una en su distinto espectro: la forma de rezar y la de hablar. Era lógico que prescriptivamente coincidieran en dar entrada en la norma a los mismos usos. El leísmo de cosa salía bien parado en los libros de la Academia y la Iglesia lo bendecía en sus oraciones... hasta que ambas instituciones dejaron de hacerlo. Por un lado, el particular aggiornamento vaticano actualizó el texto del Padrenuestro en español a finales de los años ochenta, y en 1992 ya se había hecho general en las iglesias una nueva versión, que, por ejemplo, relegaba el muy arcaico “Venga a nos el tu reino” y cambiaba la frase del dánosle por “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Por otro lado, la censura del leísmo de cosa se asienta en los autores académicos desde finales del siglo XIX y su empleo hoy se está haciendo cada vez más infrecuente. La variedad estándar, como modelo normativo que funciona entre hablantes de una lengua y que se enseña en la instrucción formal, ha desechado este uso y en cambio, rendida a las cifras, ha admitido el leísmo de persona masculino (“le premiaron”) y el de cortesía (“Venga, le acompaño a la puerta”). Claro es que cada uno reza y habla como quiere. Ultramontano o distraído, hay quien aún sigue orando con la antigua versión del Padrenuestro. Igualmente, hay quien, dentro de esas áreas donde existe el leísmo de cosa, lo sigue usando por tener menor exposición a la norma lingüística ejemplar.
Estos cambios en las prescripciones normativas no pueden hacernos dudar de que la lengua estándar tiene una función necesaria en la educación, en la comunicación formal y en la cohesión social. Asumir esa necesidad no implica creer que esa norma sea monolítica, no supone defender que ha de ser uniforme ni debe hacernos ignorar que el estándar está vinculado siempre a entornos de poder. Es saludable, en este sentido, que el estándar de la política lingüística de la RAE y las academias haya pasado en los últimos años de promover la norma desde lo unitario monocéntrico a auspiciar una política lingüística más plural y atenta a las variaciones. Y eso ha llegado a los libros de texto escolares y ha ayudado a cambiar nuestra cultura lingüística. Son solo dos letras las que hay dentro de ese le, pero dicen muchas cosas sobre cómo se usa, se regula y se prestigian rasgos dentro del idioma y cómo las instituciones contribuyen a ello.
Escribo esto con la maleta lista para viajar al Congreso Internacional de la Lengua de Arequipa. Un congreso de este tipo sirve para tratar de debatir la política lingüística que puede ayudar a acompasar el estándar con los grandes retos de unas sociedades expuestas a cambios vertiginosos. Pero la cita en Arequipa, que tanto anheló Vargas Llosa, empieza con mal pie. Perú ha vuelto a caer en la inestabilidad política en las últimas horas tras la destitución de su presidenta y en España se ha levantado una desafortunada polémica entre el Instituto Cervantes y la RAE. Aunque ni orando se puede controlar a los hablantes, rezo por el éxito de un encuentro diplomático y académico donde la lengua es o debe ser el centro.