Madrid, Madrid, Madrid
Me fastidiaría que desde fuera vieran los plenos de la Asamblea madrileña como un ejemplo de lo que somos
En cada rincón de España sus habitantes son definidos por un estereotipo. No es grave, pasa en los mejores países. Estos son tacaños, de estos no se sabe si van o vienen, estos son chulos, estos absurdos, estos fríos, los otros melodramáticos, aquellos, mala follá, estos, burros pero nobles. El humor se vale de ellos porque siempre hay algo de verdad en el lugar común, aunque meter a toda una población en un mismo saco convierte en categoría sociológica algo muy discutible. En los últimos tiempos sigo ...
En cada rincón de España sus habitantes son definidos por un estereotipo. No es grave, pasa en los mejores países. Estos son tacaños, de estos no se sabe si van o vienen, estos son chulos, estos absurdos, estos fríos, los otros melodramáticos, aquellos, mala follá, estos, burros pero nobles. El humor se vale de ellos porque siempre hay algo de verdad en el lugar común, aunque meter a toda una población en un mismo saco convierte en categoría sociológica algo muy discutible. En los últimos tiempos sigo los chistes de la fantástica Laura del Val, que ha hecho de los tópicos que definen a sus paisanos burgaleses y, por extensión, castellanos el tema central de su humor. Ha conseguido convertir la sequedad castellana en algo tan humorístico como la chispa que asiste a los gaditanos. Lo irritante es cuando el rasgo diferencial se exhibe desde la política como una suerte de nacionalismo costumbrista o de denominación de origen. La chulería madrileña fue definida por la zarzuela y dentro de aquel género chico tenía su gracia porque reproducía con ternura el habla arrastrada del populacho apiñado en las corralas y se detenía en los oficios humildes, las modistillas, los serenos, los guardias, las chicas de servir, la señá tal y el señor cual. Incluso los rateros tenían su brillo. La admiración que Valle Inclán profesaba a Arniches se palpa en Luces de Bohemia, donde lo popular alza el vuelo y toca las nubes. Incluso yo, chica de barrio periférico, donde se mezclaban los acentos andaluces y manchegos, fui adoptando ese deje sincopado y un tanto chulillo que luego escuché en un centro de Madrid ya en transición donde la panadera seguía siendo la Petra, o la señá Petra, y la kiosquera era la Sandra y cada tendero era nombrado como “señor” seguido por su nombre de pila. Una peculiar manera de otorgar dignidad a la clase humilde que tenía su encanto.
Otra cosa es cuando alguien desde el poder se sirve de la chulería o de la mofa para ejercerlo. La pionera en este arte fue Esperanza Aguirre, dando un estilo al verbo de la política madrileña que creó escuela. Y esos alumnos, con la discípula suprema a la cabeza, han perfeccionado el arte de su maestra. Me fastidiaría que desde fuera vieran esos plenos de la Asamblea madrileña, que cada día trascienden más a la información nacional, como un ejemplo de lo que somos, porque en Madrid, Madrid, Madrid se han librado tantas batallas emocionantes por la justicia social y las libertades (las de verdad) que da coraje verse reducido a esos abanderados de la política borde y burlesca. No todo lo que se envuelve en humor tiene gracia, cuidado, el humor puede hacer más daño que una piedra en la frente; cuando el humor sirve para enmascarar una injuria es, sin duda, expresión de pura crueldad. ¿Cómo se combate? Esta es la gran pregunta de nuestro tiempo, cómo se neutraliza la burla hiriente cuando tú no eres capaz de ponerte al mismo nivel. Hay que hacer un esfuerzo por no perder los nervios y no descender a lo bajuno porque esa es la victoria de quien lo provoca. Cuando, por ejemplo, alguien pronuncia con chulería la palabra “genocidio”, demostrando una falta de piedad insoportable por los niños muertos; cuando, por ejemplo, ese alguien afirma con desparpajo retrechero que las personas que se aventuran al mar para llevar el clamor de la protesta hasta las costas del crimen solo desean obtener subvenciones o darse baños de popularidad, es mejor respirar hondo, no descender al lodo. Hay que pensar que tal vez esa furia descontrolada, esa ira envuelta en bromas provenga de una ambición que jamás se verá satisfecha: la de gustar fuera de las fronteras que el Gobierno madrileño está levantando en esta comunidad y que la separan de otras donde no cuadra ese estilo de chulería arrogante. Cuando alguien no posee otra arma que la burla, deberíamos pensar que la fuerza está en tener razón, y confiar en que esa fuerza nos acompañe.