Gustavo Petro y el sueño americano
Al presidente colombiano le quedan cerca de 10 meses en el poder y desde enero ha protagonizado varios choques con la Administración Trump
Tan rápida y lineal fue la secuencia de los acontecimientos como complejos y reveladores son los mensajes de fondo que encierra este episodio. Gustavo Petro, presidente de Colombia, lideró el viernes una protesta propalestina cerca de la sede de Naciones Unidas en Nueva York. Horas después, el Departamento de Estado anunció a través de X la cancelación de su visado por haber instado a los soldados estadounidenses a desobedecer las órdenes de Donald Trump. El mandatario latinoamericano, un dirigente de izquierdas radicalmente enfrentado a la visión del mundo del magnate republicano, contestó con un hilo de publicaciones en la misma red social. En ellas reivindicaba su derecho a acudir a la ONU y pronunciarse sin filtros, y reiteró su llamamiento: “Dije, y no es un crimen, que no se obedezcan las voces que ordenan a sus ejércitos disparar contra la humanidad”.
Petro, en realidad, también estuvo dando vueltas a esas ideas en pleno Manhattan, empuñando un megáfono durante más de 20 minutos a la cabeza de una concentración en la que estuvo acompañado del músico y activista Roger Waters, cofundador de Pink Floyd. Al presidente colombiano le quedan cerca de 10 meses en el poder y desde el pasado enero ha protagonizado varios choques con la Administración Trump. La legitimidad de muchos de sus argumentos, por ejemplo en defensa de la dignidad de los migrantes, queda no obstante a menudo empañada por el tono de sus arengas y las referencias poco medidas o abiertamente desatinadas. Esta actitud contrasta con el temple mostrado por otros gobernantes progresistas como Claudia Sheinbaum, mucho más estratégica ante un interlocutor explosivo como Trump, de quien dependen los equilibrios económicos de la región.
La torrencial respuesta de Petro, sin embargo, incluía también una frase muy ilustrativa del momento que atraviesa Estados Unidos. “No necesito su visa”, recordaba. Estas palabras tienen un significado literal y otro que va más allá. El mandatario colombiano es también ciudadano italiano y, en efecto, podría ingresar en Estados Unidos bajo el programa de exención de visados que utilizan millones de europeos. Pero en el mensaje aclaraba que solo volverá al país norteamericano “cuando sea invitado por su pueblo”. “No necesito siquiera viajar [...]. Puedo conocer el mundo viajando por mi país”, proseguía.
La cancelación de visados como castigo de la Casa Blanca no es ninguna novedad, aunque sí lo son las circunstancias que rodean el caso de Petro. En toda América Latina hay cientos de representantes públicos que han perdido el derecho de viajar a Estados Unidos. Entre ellos hay caudillos autoritarios, violadores de derechos humanos, hay corruptos condenados y aliados del crimen organizado, como siempre ha sucedido. Ahora las redes sociales son un territorio para cazar a nuevos candidatos. Tras el asesinato del influencer ultraconservador Charlie Kirk, el subsecretario de Estado, Christopher Landau, ha anunciado a través del meme El Quitavisas la cancelación del documento de viaje de distintos usuarios por alimentar el deleznable discurso de odio sobre la víctima.
La pregunta sugerida por Petro, en cualquier caso, es por qué debería ser un castigo, bajo el prisma de Washington, no poder ir a Estados Unidos. La respuesta obvia es por los vínculos de millones de ciudadanos de todo el mundo con residentes en el país norteamericano, porque es el motor de Occidente. La contestación menos evidente tiene que ver con el movimiento de Trump, Make America Great Again (MAGA), y su intento de construir un nuevo sueño americano a la medida de nacionalistas y fanáticos religiosos. Fue el poder blando de los imaginarios culturales el que siempre ha proyectado esa grandeza dentro y fuera del país. “Si quieres cambiar el mundo, debes tener el coraje de ser un outsider. Trabaja duro. Cree en el sueño americano”, rezaba hace semanas un mensaje de la cuenta oficial de la Casa Blanca. Hoy la declaración de intenciones produce, no obstante, un cortocircuito. Porque para muchos, dentro y fuera del país, Estados Unidos nunca ha estado tan lejos de representar ese sueño.