Ir al contenido

Masacres nuevas con nombres viejos

Una penosa novedad en la historia de muchas lenguas occidentales es cómo se ha extendido el vocabulario con que nombrar las matanzas masivas

Después de cinco atentados fallidos en años previos, el zar Alejandro II fue asesinado en 1881 en San Petersburgo. Su magnicidio, callejero y complejo, dejó para la historia de la violencia europea una triste y doble marca: la de ser un temprano caso de terrorismo suicida y la de hacer entrar en el vocabulario de muchas lenguas occidentales la palabra pogrom. Culpados por haber instigado el asesinato, los judíos de Rusia sufriero...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Después de cinco atentados fallidos en años previos, el zar Alejandro II fue asesinado en 1881 en San Petersburgo. Su magnicidio, callejero y complejo, dejó para la historia de la violencia europea una triste y doble marca: la de ser un temprano caso de terrorismo suicida y la de hacer entrar en el vocabulario de muchas lenguas occidentales la palabra pogrom. Culpados por haber instigado el asesinato, los judíos de Rusia sufrieron durante meses acoso y persecuciones. La palabra rusa pogrom, que significa “destrucción”, “devastación”, sirvió para dar nombre a ese hostigamiento y se fue difundiendo a través de los medios. En español empieza a circular desde inicios del siglo XX bajo las formas pogrom, pogromo (con plural pogromos) e incluso, con una errónea consonante intrusa, progromo. Por ser una voz novedosa, los periodistas que la usaban en sus crónicas la explicaban a los lectores a renglón seguido: pogrom o acometida antijudía.

La palabra pogromo dio nombre a esa acometida decimonónica contra los judíos y se consolidó porque estos seguían siendo perseguidos, antes y después de la Segunda Guerra Mundial. La llamada comúnmente Noche de los Cristales Rotos de 1938 tiene como nombre alternativo, más certero y menos poético, el de Pogromos de Noviembre (en alemán Novemberpogrome); en los años de la posguerra mundial, sobre todo en Europa del Este, los pogromos no dejaron de ocurrir y contribuían a que la palabra se asentara para denominar la persecución antijudía. En el eterno dilema de si es el nombre el que nos hace percibir una realidad o si es la realidad percibida la que busca por necesidad su nombre, pogromo hizo su particular viaje regresivo y sirvió para enlazar el siglo XX con un pasado nutrido de violencia antijudía. Basta consultar la bibliografía actual para comprobar cómo, en un uso que no se siente anacrónico, se han calificado como pogromos episodios como los ataques que en el año 38 d. C. y bajo el imperio de Calígula se producen en Alejandría contra los judíos o el estallido de violencia que en 1391 brota contra ellos en Sevilla y se extiende por el valle del Guadalquivir.

Una penosa novedad en la historia de muchas lenguas occidentales es que en la primera mitad del siglo XX se refina y extiende el vocabulario con que nombrar la violencia sobre las masas. En España, la Guerra Civil hizo que la palabra exilio, usada muy escasamente hasta entonces, se generalizara; masacrar y masacre se difunden en España en el siglo pasado. En los diccionarios, el sintagma cámara de gas adquiere desde el final del siglo XX una definición específica alusiva a los campos de concentración. Gueto se introduce con alusión al aislamiento de los judíos y holocausto, que era en español un helenismo cultísimo y solo usado en lengua muy elaborada, adquiere un valor antonomásico para nombrar al exterminio llevado a cabo por la Alemania nazi. Pogromo es una más de esas palabras nuevas del siglo XX. Al estabilizarse en su significado y frecuencia, termina llegando al Diccionario de la Real Academia Española. Figura desde 1970 con una definición que ligaba ya la palabra al ámbito judío y que fue después renovada hasta resultar en la actual, que, en mi opinión, está bien ajustada a su uso y a su realidad histórica: pogromo se define como “masacre, aceptada o promovida por el poder, de judíos y, por extensión, de otros grupos étnicos”.

Aceptación, promoción y extensión: posiblemente sin saberlo, la RAE estaba definiendo el papel de los crímenes contra la humanidad en la convivencia internacional durante el siglo XX. Porque los pogromos no eran espontáneos sino aceptados y promovidos; lo explica Victor Klemperer en LTI. La lengua del Tercer Reich (1947): aunque todo estuviera perfectamente organizado, los incendios callejeros se presentaban como fruto de los ánimos encendidos e ingobernables del alma patriótica de un pueblo. Y porque los pogromos no solo afectan a judíos; por extensión, la palabra se ha terminado aplicando a la persecución nazi a gitanos, a ataques como los que sufren hoy los bahaíes en Yemen, así como a otros linchamientos y altercados de base racial o religiosa y desarrollo aparentemente no estructurado. Hace unos días, en las páginas de este periódico, Miguel González decía que, más que genocidio, lo de Gaza merece ser llamado holocausto. Si la propuesta se extendiera, terminaría ocurriéndole a holocausto lo que, por extensión, le ha sucedido a pogromo al trascender su uso aplicado a lo judío.

La Europa de hoy no es la del zar asesinado ni tampoco la de la Segunda Guerra Mundial. Pero sus palabras se parecen mucho. Ninguna de las voces surgidas en esa ventana de tiempo para nombrar las nuevas formas de aniquilar masas ha sido hoy marcada como arcaísmo o voz desusada en los diccionarios. De hecho, el debate reciente es ver cuál de ellas se elige para nombrar lo que ocurre en Gaza. Ochenta años después de que la Carta de las Naciones Unidas entrase en vigor, que debatamos cómo llamamos a la aniquilación ajena mientras esta se produce demuestra que, de momento, la diplomacia multilateral y la ONU no logran frenar que lo inaceptable se extienda.

Sobre la firma

Más información

Archivado En