Feijóo en la freidora
Desde que consagró como su ‘alter ego’ a Miguel Tellado, aprendiz de lo peor de la ultraderecha, todo es un fiasco para el líder del PP
Septiembre negro para Alberto Núñez Feijóo. El líder del Partido Popular está, ay, en la freidora. Nunca un candidato tan cercano al podio lo tuvo más a tiro. Nunca nadie disfrutó de tantas desgracias vertidas sobre el rival, atenazado por su difícil minoría parlamentaria, los vientos ultras mundiales contra proa y l...
Septiembre negro para Alberto Núñez Feijóo. El líder del Partido Popular está, ay, en la freidora. Nunca un candidato tan cercano al podio lo tuvo más a tiro. Nunca nadie disfrutó de tantas desgracias vertidas sobre el rival, atenazado por su difícil minoría parlamentaria, los vientos ultras mundiales contra proa y la profusión de insidiosos casos judiciales. Y, sin embargo, ¡no vuela!
Como Sísifo, cada vez que atisba la cima, roca en mano, esta se le despeña, y vuelta a empezar; ese desespero que desencadena la tensión polarizadora, pues los dioses le niegan lo que sumisos augures mediáticos y demoscópicos le prometían. ¿Es por gafe? ¿O un inevitable error de estrategia, consecuencia de su incapacidad decisoria y de un ADN inerte para liderar?
Desde que consagró como alter ego a un aprendiz de lo peor de la ultraderecha, Miguel Tellado, todo es un fiasco para Feijóo. Los decibelios, los insultos, la radicalidad de no saber estar, empeoran su cotización. A más antisanchismo; o antipeneuvismo; o dureza contra la Iglesia por compasiva ante la inmigración; o contra cualquier resquicio de catalanidad… menos votos y más transferencias a los ultras verdaderos. Es el viejo axioma de que se prefiere el original a la copia.
Lo detectaron las encuestas en el primer tercio de este mes. Todas. La de 40dB. —dirigida por la socióloga que más acierta, Belén Barreiro— daba algún respiro a los socialistas, pero dentro de un continuo declive desde las elecciones de 2023; otra, la del CIS oficial, les mejoraba seis puntos. Pero todas, incluidas las complacientes que prometieron un paraíso inexistente al aspirante, coinciden en una tendencia: el PP baja en favor de Vox. Le transfiere cerca de un millón de votos. Confundirse con la marca beneficia al ultra acreditado, perjudica al trans.
Los cuervos otearon agonía. El día 11, llegó Ella. Pasó al ataque, como cuando lanceó al benemérito Pablo Casado. Discurseó sobre el estado de la región madrileña dos horas y media. Ni mencionó a su, digamos, jefe. Ignorancia es desprecio. Afirmó que la única oposición es Ella misma: “Está en nuestras manos ofrecer una alternativa, y en eso está el Gobierno de la Comunidad de Madrid”. Nadie sino Ella, que con Vox también había impuesto su discurso ultra al líder, patéticamente adscrito al vacío antisistema de los separatistas contra la jefatura del Estado (apertura del año judicial), y aplicado al impotente y zafio insulto del “me gusta la fruta”.
Luego llueve lo de Gaza: el exterminio. Otro Azores, otra guerra de Irak para el PP. Feijóo, atrapado entre su indecisión léxica —¿masacre?, ¿crímenes de guerra? ¿genocidio?— y la tenaza trabada contra él entre Aznar y Ella: que si todos lo demás son terroristas, que si Sánchez es la kale borroka. Ja. Pero quien no alude a las cosas por su nombre, ni es relevante, ni cuenta, ni existe. Aunque aún no lo sepa.
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