Tus ‘streamers’ favoritos te han estado mintiendo a la cara
El escándalo de los ‘bots’ de Twitch y otras plataformas supone un movimiento sísmico para el ecosistema digital
Un fantasma recorre el mundo digital: el fantasma de los usuarios falsos. A finales de agosto la plataforma Twitch, hogar de Ibai, Auronplay, El Rubius o Xokas, anunció que iba a tomar medidas serias contra los bots usados para inflar las estadísticas de los creadores de contenido. La noticia ha caído como una bomba nuclear digital: fuentes de la propia plataforma precisan que unos 40.000 canales podrían estar hinchados, la audiencia media ha caído estos días un 25% y algunos de los streamers más grandes han llegado a perder entre el 50% y el 60% de su audiencia diaria. Por eso, sorprende mucho que, salvo excepciones, los medios de comunicación tradicionales hayan prestado tan poca atención a un fenómeno que les toca muy de cerca, ya que supone que sus enemigos, aquellos que venían a comerles la tostada, sencillamente, hacían trampas.
Twitch está llevando a cabo una purga activa, pero no es la única plataforma en la diana. En Kick se está viviendo una guerra de acusaciones entre creadores de contenido a costa de su dependencia de los bots. No existen todavía datos fehacientes, pero en plataformas como YouTube, Instagram o TikTok también cunde la sospecha de que muchas métricas están trucadas (especialmente en engagement y en número de visualizaciones). Algunos creadores de contenido (sobre todo de EE UU) han sacado la lupa y la pipa y se han puesto a hacer investigaciones profundas sobre un asunto que puede alterar todo el ecosistema digital. Porque si los números están tan anabolizados, los streamers e influencers tienen una influencia real mucho menor de la que les estamos atribuyendo.
Esto debería llevarnos a revisar la forma acrítica con la que el mundo ha aceptado la presencia de estos nuevos creadores de contenido. Y a hacernos una pregunta muy pertinente: ¿quién compra estos bots? Existen tres opciones principales. La primera, los propios streamers, en alguna de las muchas páginas que por un razonable precio hacen crecer tus seguidores. La segunda, las agencias de representación de esos mismos influencers, ávidas de que sus representados ganen peso mediático. Para de la tercera opción no tienen por qué estar enterados ni los propios streamers afectados, y es que alguno de sus seguidores, motu proprio, pague para mejorar las métricas de su influencer favorito. No resulta algo tan descabellado: imaginen que a un madridista le dan la oportunidad de aumentar un poco las posibilidades de ganar al Barça en el próximo Clásico si paga 100 euros (o viceversa, vaya); pues muchos aficionados pasarían por caja.
A los medios tradicionales, con todo, hay que decirles que no vayan descorchando el champán. Esta estafa rebaja el peso real que las nuevas figuras ejercen en el ecosistema mediático, pero harían mal en celebrar estos datos como si del derrumbe de un castillo de naipes se tratara, porque no es así. Un 25% de humo no es un 90% de humo y, nos gusten o no nos gusten estos creadores de contenido, lo cierto es que han sabido llegar a las nuevas generaciones con unos códigos visuales, una cercanía y un carisma a los que la vieja guardia no sabe cómo hacer frente. Una mente racional puede sorprenderse de que un chaval de 15 años prefiera ver a un tipo en camiseta de pijama hablando a cámara antes que un programa de la tele con sus guionistas, su producción y sus carismáticos presentadores, pero chico, es que es así. Te puede gustar más o menos, pero sencillamente es.
La noticia de los bots debe concienciarnos a todos de la importancia de fiscalizar de manera más justa y seria los fenómenos digitales. Y hasta nos impele a parar un segundo a pensar en los movimientos y noticias que de forma acrítica y rápida aceptamos como virales. No para desdeñarlos, ojo, porque ya vertebran a parte de la sociedad de una forma irreversible, pero sí para tener una visión más real de lo que está pasando. Habrá que construir un ecosistema de convivencia entre viejos y nuevos creadores de contenido, y de estos últimos no se pueden ignorar ni sus méritos ni sus trampas.