Un abrazo en Utah
El gobernador del Estado invitó a desconectarse de las redes y abrazar a un familiar ante la conmoción por el asesinato de Charlie Kirk, mientras Trump prometió “dar una paliza a los lunáticos de izquierda radical”
Durante 33 horas, entre el miércoles y el jueves de la semana pasada, el gobernador de Utah rezó por que el asesino del activista ultraconservador Charlie Kirk fuera de otro Estado o extranjero. “Tristemente, esa oración no fue respondida como yo esperaba [...] Sucedió aquí y fue uno de nosotros”, lamentó Spencer Cox, un político republicano que se labró una fama de moderado, en una conferencia de prensa que compartió con el director del FBI. La alusión a la procedencia es un sesgo más que predecible en los Estados Unidos de Donald Trump, pero la súplica fue más allá. El dirigente apelaba al sentimiento de pertenencia, les hablaba a sus votantes de ese territorio del Oeste y al mismo tiempo se dirigía al subconsciente del estadounidense medio. Ese “uno de nosotros” resonaba como el coro de La parada de los monstruos, una de las primeras películas de terror de Hollywood, que plantea una reflexión sobre la identidad y lo monstruoso.
Las redes sociales siempre son un espejo incompleto de la sociedad, pero en ellas se definen tendencias que afectan a nuestras vidas y el rumbo de la llamada conversación pública. La que se generó tras el asesinato de Kirk, un influencer del movimiento MAGA (Make America Great Again), fue especialmente oscura. El abismo de la violencia política alimentó el pozo dialéctico de la furia y del pastiche ideológico, un torbellino en el que cabe todo. A las especulaciones, falsedades y teorías de la conspiración habituales se sumaron los algoritmos de la gratificación inmediata. El resultado fue un perturbador y deplorable flujo de mensajes de odio y frivolización absoluta del crimen.
Las palabras del propio Trump, cuando todavía las autoridades no habían comunicado la detención de Tyler Robinson, el presunto asesino nacido en Utah hace 22 años, corrieron como la pólvora en todas las plataformas. “Tenemos lunáticos de izquierda radical y simplemente tenemos que darles una paliza”, lanzó. El comentario choca con la sugerencia del gobernador Spencer Cox, que cambia por completo de campo semántico: de las palizas a los abrazos. “Alentaría a la gente a cerrar sesión, desconectarse, pisar tierra, dar un abrazo a un familiar”, dijo.
La posición del mandatario estatal destacó por su talante sobrio en un momento muy doloroso y concitó aplausos entre quienes buscaban signos de civilización frente al desaliento y a la barbarie. Hubo incluso quien comparó ese tono con el de un rival político en las antípodas, el senador demócrata Bernie Sanders. Este dejó claras sus enormes diferencias con Kirk, pero subrayó sus capacidades y arrojo. Y afirmó: “Una sociedad libre y democrática, que es lo que se supone que es Estados Unidos, depende de la premisa básica de que las personas puedan hablar, organizarse y participar en la vida pública sin miedo, sin preocuparse de que puedan ser asesinadas”.
Sanders añadió que “la democracia está siendo atacada” y reconoció que “hay muchas razones para ello que requieren un debate serio”. “Pero, en resumen: si creemos honestamente en la democracia, si creemos en la libertad, todos debemos hablar alto y claro”. Es una obviedad de sencillez desarmante. Sin embargo, las alternativas que han dominado durante los últimos días la arena de la disputa política consisten en inyectar veneno en la sociedad y a las premisas de la convivencia.
El columnista de The New York Times Ezra Klein resumió algunos de los episodios que ilustran el angustioso camino de la historia reciente de Estados Unidos, del complot para secuestrar a la gobernadora demócrata de Míchigan al asesinato de Kirk, pasando por el asalto al Capitolio o los intentos de magnicidio de Trump. “La violencia política es contagiosa. Se está extendiendo. No se limita a un bando ni a un sistema de creencias. Debería aterrorizarnos a todos”, escribió. Como los monstruos a los que se refería el filósofo italiano Antonio Gramsci desde la cárcel en 1930, mientras un viejo mundo moría y el nuevo aún tardaba en aparecer.