A Seinfeld no le importa Palestina
El humorismo de la serie sigue intacto, pero su creador está mostrando una crueldad que jamás inspiró a sus personajes
Cuando en 2005 nos mudamos del este al oeste de Manhattan una de las cosas que me provocaba una ilusión casi infantil era vivir en el barrio donde transcurría Seinfeld. Mi portal estaba enfrente del Tom´s Diner, la cafetería donde se daban muchas de las conversaciones de los cuatro amigos, Jerry, George, Elaine y Kramer, y parecía que en cualquier momento podías ...
Cuando en 2005 nos mudamos del este al oeste de Manhattan una de las cosas que me provocaba una ilusión casi infantil era vivir en el barrio donde transcurría Seinfeld. Mi portal estaba enfrente del Tom´s Diner, la cafetería donde se daban muchas de las conversaciones de los cuatro amigos, Jerry, George, Elaine y Kramer, y parecía que en cualquier momento podías encontrártelos en los supermercados emblemáticos de la zona, en el Fairway o en Zabar´s, donde la clientela leía con tal concentración los ingredientes del empaquetado que se diría que estaban leyendo la Torá. Seinfeld reinaba en ese universo de abuelas judías, madres acaparadoras, restaurantes baratos y amigos con los que echar la tarde criticando a otros amigos. Trataba de todo y de nada, estaba impregnada de ese tipo de costumbrismo perspicaz que te hace estar más atento a las escenas que ocurren ante tus ojos a diario. Todas las noches veíamos dos capitulillos que nos recordaban lo que habíamos vivido o que nos anticipaban lo que nos quedaba por ver. Las obsesiones cotidianas que se incrustan en las mentes de una ciudad poblada de neuróticos estaban ahí narradas con bonhomía, valiéndose de ese humor judío que ha sido escuela de humoristas. Todos querríamos escribir una historia así, barata y genial, con cuatro colegas de barrio que te hacían sentir inmerso en Nueva York y a la vez imaginar que podías replicar esas situaciones en cualquier ciudad que aún no se hubiera rendido a la vulgaridad. Del localismo a lo universal, un milagro de la comedia que no siempre ocurre, porque como decía el profesor Rico, nada hay más difícil de traducir que la poesía y el humor; algo se pierde por el camino. Lo extraordinario es que no solo nos sentíamos cercanos a sus gags sino que realmente fueron una guía para entender el latido de aquella ciudad que aún era accesible para aquellos cuatro pringados como ellos. Considerada como una de las mejores comedias de la historia, Seinfeld siempre es un lugar seguro al que regresar; mientras el ingenio de otras series caduca, nuestro héroe del Upper West sobrevive como el protagonista de un cuento clásico que renueva su público cada generación. Su humorismo sigue intacto, algo que no le ha sucedido a su creador, que está mostrando en la vida real una crueldad que jamás inspiró a sus personajes. Hace un año salió de su boca el cansino comentario de que ya no se puede decir nada, afirmando que la extrema izquierda había matado la comedia. Un sinsentido teniendo en cuenta que él siempre se jactó de no pronunciar expresiones groseras en el escenario y no recurrir a la broma sexual para conseguir risas fáciles. Ha practicado un humorismo apto para cualquier público y época. Eso sí, sus chistes sobre tradición y religión judías nos hacían pensar, erróneamente, que gozaba de un saludable sentido crítico hacia la cultura en la que se había criado. Hace unos días, charlando junto al exrehén Omer Shev Tov en la Universidad de Duke (Carolina del Norte), comparó al movimiento Palestina Libre con el Ku Klux Klan, otorgando al movimiento racista más honestidad puesto que admitían abiertamente que no les gustaban los negros. Free Palestine, según Seinfeld, oculta su verdadera motivación: el rechazo a los judíos.
No entro en la distinción entre autor y obra. Otra vez, no, por Dios. Pero cómo negar que duele ver a alguien que tanto conocimiento desplegaba sobre los seres humanos hacer alarde de semejante ceguera y crueldad. “No me importa Palestina”, añadió. Puede que las críticas que ha recibido le reafirmen en la idea de que ya no se puede decir nada, obviando que esa inhumanidad fascista es hoy la ideología dominante en su país. Yo le aconsejaría, dicho sin ironía, que viera su vieja serie, que se contemplara a sí mismo tal y como lo vimos nosotros. Puede que el viejo y desalmado Seinfeld aprendiera algo de aquel joven noble que fue.