Charlie Kirk y los miserables que celebran su muerte
Las redes se llenan de mensajes que justifican el asesinato del agitador ultra estadounidense
Era antiabortista y machista. Están grabadas decenas de declaraciones suyas claramente racistas. Y era un fanático de la libertad de llevar armas. Dicho esto, causa verdadero pasmo comprobar cómo hay tanta, pero tanta, gente que durante este jueves se ha alegrado del asesinato de Charlie Kirk. Existen ejemplos a millares de quienes en lugar de lamentar su muerte la celebran o justifican en todo tipo de redes sociales. Muchos mensajes suman decenas de miles de likes. Incluso en Bluesky, refugio de quienes abandonaron X con la irrupción de Elon Musk y que propugnan que la nueva red es un espacio de amor, no como la plataforma del magnate. Es quizá la prueba de que Bluesky no es bueno sino solo joven.
Otras columnas analizarán la escalada de riesgo de enfrentamiento social que este crimen supone, y algunas más lamentarán la parte humana y el sufrimiento de una viuda y dos niños pequeños. En cualquier caso, las repercusiones digitales de este asesinato suponen una pésima noticia por dos razones.
Primero, porque Kirk era uno de los canarios en la mina de una brecha generacional que no podemos obviar ni un minuto más: de haber prestado más atención a Kirk y otras figuras digitales de su cuerda, muchos de los medios a los que la aplastante segunda victoria de Trump pilló en calzoncillos, porque habían elegido escuchar solo a una parte de la sociedad, se hubiesen llevado una sorpresa menor.
Y, segundo, porque, aunque se esté diametralmente en contra de las ideas de Kirk (y muchas veces lo ponía fácil), representaba parte de lo mejor que el mundo digital puede ofrecer. Porque era articulista, comentarista y escritor, pero no nos engañemos: la popularidad y la influencia se la dieron sus vídeos en YouTube y en las redes sociales, en los que se sentaba en campus universitarios a debatir, sin más armas que su lengua y su cerebro, con quien quisiera hacerlo. No era machacón ni reñía a su audiencia como si fuesen niños pequeños (como hacen tantos políticos), sino que los retaba intelectualmente. Y así se ganó a millones de personas.
Sus vídeos, evidentemente, escogían sus mejores zascas, pero, edición aparte, Kirk daba a sus detractores un espacio legítimo de confrontación de ideas: tú podías ir allí y salir escaldado o plantarle cara, pero nadie podrá decir que no se exponía a las críticas y al debate sano. No era Vito Quiles ni Caiga quien caiga. No perseguía a nadie por la calle ni tenía intención de subir los decibelios para calentar al personal. Era tan solo un tipo sentado ante una cámara delante esperando a que cualquiera llegase a escupirle sus verdades o a criticar sus ideas.
Ben Shapiro o Matt Walsh son otros influencers conservadores (a veces, muy conservadores) que se han adueñado de las redes sociales estadounidenses a base de discurso y polémica, siguiendo un camino de debate callejero que inició Jordan Peterson en 2017 y que, tras una incomprensible incomparecencia de la izquierda, la derecha domina hoy casi por completo. De nuevo, su ideología podrá gustar o no, pero estos nombres consiguieron llegar a aquellos a quienes los medios tradicionales no llegaban y conquistar a una gran parte de la opinión pública con sus argumentos.
Desgraciadamente, tras el asesinato de Kirk es posible que muchos influencers dejen de exponerse en público, y el espacio que habían creado de confrontación a cara descubierta, estrictamente dialéctico, seguramente se resienta. No resulta descabellado pensar que los polemistas de uno y otro signo político dejarán de dar la cara por miedo y se atrincherarán en espacios menos visibles y más dañinos, emponzoñando todavía más el ambiente frentista al que parecemos abocados. Descanse en paz, y ojalá aprendamos todos alguna lección.