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Hemos ganado al fuego

Los lectores escriben sobre los incendios forestales, la eutanasia, los inmigrantes y el final de las vacaciones

El país amaneció ayer con un aire más limpio. Tras semanas de angustia, los fuegos que devoraron el verano parecen rendirse. Los partes oficiales repiten una palabra poco habitual los últimos ...

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El país amaneció ayer con un aire más limpio. Tras semanas de angustia, los fuegos que devoraron el verano parecen rendirse. Los partes oficiales repiten una palabra poco habitual los últimos días: “Control”. En algunos pueblos, la primera señal de normalidad ha sido el olor del pan recién horneado. En otros, el silencio lo rompen los camiones de los bomberos, que se marchan dejando tras de sí un paisaje ennegrecido. La estadística es brutal: más de 370.000 hectáreas arrasadas. Tras esa cifra, laten historias de familias que durmieron en polideportivos improvisados como refugio, agricultores que miran con desolación las viñas chamuscadas, niños que dibujan el incendio como si fuese un monstruo al que, al fin, han vencido. El alivio no es completo. Septiembre aún puede traer sobresaltos, pero hoy hemos ganado la batalla.

Francisco Javier Pérez Gómez. A Coruña

Esperanza de vida

Me ha impactado leer las lamentables circunstancias del proceso que finalizó con la eutanasia del profesor Bayés, de cuyos libros tanto he aprendido. Tengo pocas dudas de la extraordinaria importancia de que se haya alargado la esperanza de vida, sobre todo en el mundo más desarrollado, pero ese avance se ensombrece si la calidad de esa vida adicional no se cuida lo suficiente. Hay que dedicar un esfuerzo equivalente a dos aspectos no suficientemente resueltos: los cuidados para las personas dependientes y la generalización y normalización de los cuidados paliativos y, en los casos aplicables, de la eutanasia. Sin esos requisitos, la esperanza de más vida puede convertirse en la certeza de más sufrimiento.

Pedro Carboneras Martínez. Madrid

Vergüenza

Un nuevo naufragio en la ruta canaria, esta vez de una embarcación en la que viajaban 144 personas. Siento vergüenza. Seguimos viviendo naufragios cerca de nuestras costas canarias mientras en la lejana Península continúan hablando de repartos, como si no fuesen seres humanos esos menores que se juegan la vida migrando. Como si se hablara de paquetería, y no de menores con derechos. Escuchar a un tipo con aspecto de cacique algodonero que deberían hundir el barco de la ONG Open Arms. Vergüenza. Intentar digerir que las comunidades de la derecha rancia siguen hablando de no aceptar a los menores en las comunidades que gobiernan. Pero se dicen muy cristianos, comulgan en domingo, dan ropa a Cáritas, no sea que Dios les ponga trabas para entrar al cielo impoluto, aséptico, limpio, sin migrantes. Vergüenza.

María José González Díaz. Puerto del Carmen (Lanzarote)

Termina el verano

Hay algo tremendamente nostálgico en el fin del verano. Ese regusto tardío a agua salada que evoca tiempos pasados, aquel olor a manzana de una colonia lejana, ese sabor a calimocho con vino barato, esa forma de mirarme que tenía, la placidez de que la vida no pesaba. Es triste cuando nos damos cuenta que esos tiempos estuvieron ahí, que la memoria es muy débil, que el runrún de la vida pasa, al tiempo que olvido su sonrisa hueca. Y a la vez, suena esa canción que hizo verano. Que nos hizo eternos.

Natalia Díaz Santín. Madrid

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