Demasiado tarde
La piedra de toque del talante democrático es no solo tolerar, sino promover la contención del poder cuando gobiernan los nuestros
Muchas veces se olvida. Si nos preguntan en qué consiste una democracia, la imagen que nos viene a la cabeza suele ser una urna. Y es cierto: el sufragio universal y el gobierno representativo son rasgos inherentes a cualquier sistema democrático. Pero, en su forma más lograda, la democracia liberal también incorpora otros condicionantes, como el Estado de derecho y, sobre todo, el sometimiento de todo poder al límite que ...
Muchas veces se olvida. Si nos preguntan en qué consiste una democracia, la imagen que nos viene a la cabeza suele ser una urna. Y es cierto: el sufragio universal y el gobierno representativo son rasgos inherentes a cualquier sistema democrático. Pero, en su forma más lograda, la democracia liberal también incorpora otros condicionantes, como el Estado de derecho y, sobre todo, el sometimiento de todo poder al límite que imponen las leyes. Ninguna autoridad, ni siquiera la soberanía nacional, está por encima de ciertos frenos institucionales que impiden que las mayorías ejerzan una violencia tiránica sobre las minorías.
La receta parece sencilla, pero solemos obviarla, especialmente cuando quienes gobiernan son favorables a nuestras ideas o intereses. Nuestra perspectiva subjetiva nos sesga el juicio y es normal que, cuando una mayoría parlamentaria se nos parece, tendamos a no añorar los límites. Sin embargo, esa es la piedra de toque del talante democrático: no solo tolerar, sino promover la contención del poder cuando gobiernan los nuestros.
Es muy probable que impusiéramos normas robustas a un Gobierno que odiamos o tememos; por eso, la arquitectura institucional ha de ser razonablemente estable: las reglas del juego deben prevalecer cuando gobiernan unos y cuando gobiernan otros. Esta alternancia inocula en el ciudadano un instinto de protección frente al poder político, en la previsión de que algún día podrá ser presidente alguien que encarne valores opuestos a los nuestros. Gracias a esta amenaza, cualquier persona informada promoverá la existencia de pesos y contrapesos.
La consecuencia prudencial se hace evidente: en previsión de la alternancia política, no deberías concederle nunca a un Gobierno una capacidad que no estarías dispuesto a tolerar en un Ejecutivo que odies. A menos, claro, que impugnes esa alternancia y, por ende, la democracia.
Pensaba en este principio básico al leer la ponencia del Tribunal Constitucional sobre la ley de amnistía. Más allá de que el presidente Sánchez diera su palabra de que jamás la tramitaría, la nueva doctrina inaugurada por el alto tribunal permitirá a las Cortes aprobar aquello que no esté explícitamente prohibido por la Constitución. Introduzcan ahora la variable tiempo y calibremos el calado de este precedente si, un día, por ejemplo, Vox tuviera mayoría absoluta.
En el caso de que ese momento llegue, algunos cobrarán conciencia de por qué no todo lo que sale de una Cámara legislativa es aceptable. Pero puede que entonces sea demasiado tarde.