El rearme europeo, ¿de las palabras a los hechos?
Ya hemos oído antes cosas como los ambiciosos planes anunciados esta semana; y probablemente estos serán insuficientes para salvar a Ucrania
Por si con un reto no bastara —como apoyar a Ucrania en pleno huracán Trump—, el Consejo Europeo extraordinario del pasado día 6 proclamó la voluntad de los Veintisiete (incluidos Hungría y Eslovaquia) de activar definitivamente el proceso para lograr, en palabras del próximo canciller alemán, Friedrich Merz, independizarse de Estados Unidos en materia de seguridad y defensa. Antes de dejarse llevar por la algarabía que ha generado ...
Por si con un reto no bastara —como apoyar a Ucrania en pleno huracán Trump—, el Consejo Europeo extraordinario del pasado día 6 proclamó la voluntad de los Veintisiete (incluidos Hungría y Eslovaquia) de activar definitivamente el proceso para lograr, en palabras del próximo canciller alemán, Friedrich Merz, independizarse de Estados Unidos en materia de seguridad y defensa. Antes de dejarse llevar por la algarabía que ha generado el anuncio de un paquete económico de hasta 800.000 millones de euros, como si fuera una señal inequívoca de que ahora va en serio, es obligado recordar que ya hace 11 años de la anexión rusa de Crimea, ocho desde que Angela Merkel declaró que EE UU no era un socio fiable y tres desde la invasión rusa de Ucrania, sin que ni la Estrategia Global (2016) ni la Brújula Estratégica (2022) hayan logrado satisfacer las expectativas creadas (baste recordar, a modo de ejemplo, que el nivel de la ambición comunitaria se reducía a disponer en 2025 de una fuerza de intervención rápida de ¡5.000 efectivos!).
Eso no quiere decir, evidentemente, que no se hayan producido algunos avances con el objetivo de evitar que la autonomía estratégica termine por ser un sueño roto. Pero ante los dos retos, ahora renovados, vuelve a quedar claro que para superarlos es imprescindible salirse drásticamente del carril en el que hasta ahora se ha desarrollado la política exterior, de seguridad y defensa de la Unión. Un carril que establece un proceso de toma de decisiones lastrado por la regla de la unanimidad, lo que como mínimo ralentiza y debilita cualquier propuesta desde su arranque (sirvan de muestra los 22 días que han pasado desde que Trump y Putin dieron a conocer que habían hablado para restablecer relaciones y acordar una solución para la guerra de Ucrania hasta que, por fin, se han reunido los jefes de Estado y de Gobierno europeos). Y de ese ritmo necesariamente lento solo se deriva, aunque los pasos adoptados puedan ser en sí mismos adecuados, una menor capacidad de maniobra internacional a la UE.
La referencia estrella de la reunión comunitaria ha sido el anuncio de un plan —Rearme Europa— que, a pesar de las apariencias de firme determinación política, no deja de generar dudas. Más allá de volver a confundir a la UE con Europa, la apelación directa al rearme hace pensar que el camino para garantizar la seguridad de los Veintisiete y para reequilibrar el orden de seguridad continental está únicamente empedrado con armas y con presupuestos para dotarse de ellas. Una idea que, en cuanto se compara con lo que sucede a escala nacional, no solo deja fuera al resto de los componentes no militares de la seguridad, sino que nos hace ver la distancia que queda por recorrer para que esos medios militares (muchos o pocos) estén sometidos e integrados en una estructura de mando y control de naturaleza esencialmente civil. En la UE no tenemos esa estructura; de ahí que, sin cuestionar la necesidad de contar con medios militares de disuasión y de último recurso para defender nuestros legítimos intereses sin depender de nadie, lo mínimo que cabe reclamar es que ese esfuerzo en el ámbito militar vaya acompañado de otro para dotarnos de los mecanismos políticos que nos permitan tener una voz común en el escenario internacional, con un organigrama operativo para emplear todos los instrumentos que acumulan los Veintisiete al servicio de una causa común. Es, en esencia, operar como un solo Estado. Y de eso no ha habido nada en la reciente reunión del Consejo Europeo.
Por otra parte, parecería dar la impresión de que la cifra de los 800.000 millones de euros ya se puede dar por materializada, cuando se trata de un asunto sometido a muchos imponderables. De inmediato queda de manifiesto que el grueso de ese esfuerzo (650.000 millones) recaerá en decisiones de los gobiernos nacionales, si deciden aprovechar el relajamiento acordado de las reglas fiscales y las facilidades adicionales del BEI. Pero, al margen de la mayor o menor inclinación de cada uno de esos gobiernos a seguir la senda marcada (asumiendo ya que se trata de pasar del 2% al 3,5% del PIB dedicado a la defensa para finales de esta década), el camino nacional no puede ser el más adecuado. Resulta evidente, como nos demuestra la situación actual tras variados e incumplidos Planes de Desarrollo de Capacidades, que por esa vía terminan por aumentar las duplicidades en ciertos ámbitos y siguen sin cubrirse las necesidades que tantas veces se han ya identificado. La suma de las capacidades de cada de los ejércitos nacionales no da como resultado la fortaleza del conjunto, y ya no cabe contentarse con mejorar la coordinación entre los diferentes gobiernos nacionales.
De ahí se deriva que el grueso de la tarea debería realizarse recurriendo a la mutualización del coste en el que haya que incurrir, con fondos a disposición de las instancias comunitarias para cubrir cuanto antes las carencias actuales y para orientar el trabajo a realizar con vistas a reducir el grado de dependencia industrial de suministradores externos (es decir, de EE UU). No parece que esa vaya a ser la opción elegida, lo que, en línea con lo que Emmanuel Macron acaba de advertir a sus conciudadanos, implica que la vía preferente será la de sacrificarse en términos nacionales, recurriendo al recorte de los gastos sociales para poder rearmarse. Un paso de evidente coste electoral, que puede disuadir a muchos gobernantes, y del que los grupos de ultraderecha tratarán de sacar tajada.
Por último, sin negar el pulso imperialista que lleva a Vladímir Putin a intentar recuperar (por vía militar cuando lo vea conveniente) una zona de influencia propia al menos en su vecindad europea inmediata, las conclusiones del citado Consejo no despejan las dudas sobre la ambición de la UE. Es obvio que la autonomía estratégica resulta inalcanzable en el plazo de los cuatro años mencionados por Ursula von der Leyen al anunciar el plan de rearme; lo que supone asumir que la dependencia de otros va a seguir siendo inevitable. Y eso ocurrirá al margen de que Macron se decida finalmente a ampliar la cobertura nuclear de su Force de Frappe al resto de miembros de la Unión o de que Polonia apueste abiertamente por la proliferación nuclear. Pero es que, aunque milagrosamente se alineara la voluntad de los Veintisiete para dotarse de los medios necesarios para responder a cualquier nivel de amenaza que pueda plantear Rusia o cualquier otro actor, es bien sabido que no existe una industria de defensa europea (lo que tenemos son sectores nacionales más o menos potentes en determinados nichos de mercado). Más aún, incluso con todos los vientos a favor, el conjunto de las empresas existentes tardará años en estar en condiciones de atender el grueso de las necesidades que puedan plantear los ejércitos.
Y todo eso, aplicado a Ucrania, significa que ni en el mejor de los escenarios imaginables es posible que la UE pueda sustituir militarmente a EE UU. Eso coloca a Volodímir Zelenski en una situación desesperada, dado que no tiene más remedio que aceptar los términos establecidos de común acuerdo entre Trump y Putin para llegar a un acuerdo desventajoso, acompañado de lo que solo cabe calificar como extorsión estadounidense para asegurarse buena parte de las riquezas mineras ucranias. Un panorama que deja a Ucrania vencida y a la Unión Europea en una grave situación de vulnerabilidad.