San Valentín: encontrar el amor gracias a internet
Aunque aún es posible que sintamos un flechazo y nos enamoremos de alguien, la sociedad actual hace que iniciemos nuestras relaciones de forma racional y no por puro enamoramiento
Si hoy pensamos en una persona que busca pareja, solemos imaginar a alguien que pasa parte de su tiempo enganchado a su teléfono móvil aprobando o rechazando perfiles en una aplicación de citas. Obviamente, no todo el mundo lo hace, pero es muy habitual. Tinder es la más utilizada en España con más de tres millones de visitas al mes: ahora se puede “ligar con todo el mundo todo el tiempo en todo el globo”, escribe Liv Strömquist en No siento nada. Internet, utilizarlo para buscar pareja, nos aleja del romántico momento de empezar a sentir algo por un compañero de trabajo, de fijarnos en la persona con la que coincidimos en el transporte público, de cruzar miradas en un bar... ahora todo se elige. Terminamos empezando una relación no por una corazonada, sino por la información que nos ofrece un perfil escrito por el otro. Optamos, cree Strömquist, por esta forma racional de comenzar un noviazgo porque tendemos a querer entenderlo todo: “La expansión de la sociedad de consumo hace que nos comportemos como consumidores racionales y que saquemos el máximo partido incluso en nuestras relaciones con los demás”.
En este estupendo ensayo en forma de cómic, la autora sueca recoge las palabras de autores como Byung-Chul Han, Eva Illouz o Slavoj Žižek, que sostienen que a causa de la sociedad consumista y superficial en la que vivimos, el enamorarse —el caer enamorado (Fall in Love en inglés o Tomber amoureux en francés)— se ha vuelto cada vez menos común: “En vez de dejarnos sorprender por un sentimiento y tomar decisiones intuitivas, pensamos de manera racional, como consumidores”, resume.
Hay señales para pensar que el amor y el consumismo van de la mano. Estos días, las empresas de marketing lanzan sus campañas para ofrecer las mejores experiencias para parejas y las floristerías se preparan para hacer su agosto, también las empresas de caramelos y bombones, que facturan en una semana un tercio de las ganancias de todo un año. Sin embargo, entre escaparates llenos de corazones aún queda espacio para la conexión espontánea, los flechazos.
Algo así fue lo que sintió Francis hace unos meses durante una visita al Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba). En una de sus salas coincidió con un chico que “se le había hecho muy interesante”. Así lo escribió una de sus amigas a la cuenta de Instagram del museo, que publicó un carrusel de imágenes con un llamamiento: “Alejandro, te estamos buscando”. La serie de fotos reproducía la petición de la amiga de Francis: “En la sala donde están las obras de Remedios Varo, conoció a Alejandro, un colombiano que está en Buenos Aires haciendo Home Office”, rezaba una de las diapositivas. “Cuando lo cuenta, se siente como si hubiera conocido a alguien que podría ser un amigo especial (o quizás algo más). [...] Les agradecería muchísimo que me ayudaran a encontrar a Alejandro. Mi amiga es una de las personas más maravillosas que conozco y estoy segura de que Alejandro sería muy afortunado de conocerla mejor”.
Hoy, la publicación tiene más de 36.600 me gustas y es, de largo, la más exitosa de la cuenta del Malba. En los comentarios, cientos de personas deseaban que apareciera el famoso Alejandro, esperaban con ansia la continuación de la historia. Sucedió. Él mismo escribió: “Mi amiga me mostró este post y soy el Alejandro. Qué risa y locura esto”. El museo los puso en contacto y el mismo publicó un vídeo más tarde en el que contaba que también sintió que había conectado con la chica y que llevaban días mensajeándose y conociéndose lentamente. “Es muy lindo”, decía visiblemente ilusionado.
Está visto que para encontrar el amor no siempre hay que acudir a una aplicación de citas, a la isla de las tentaciones o a la barra de un bar. A veces basta con visitar un museo. Sucede cuando y donde menos te lo esperas.