Solo sí sigue siendo sí
La existencia o no de violencia sexual no depende exclusivamente de la afirmación o negación de una mujer. Hay que tener en cuenta la pervivencia de estructuras machistas
La cuestión del consentimiento ni es nueva ni afecta solo a las decisiones que adoptan las mujeres en sus relaciones sexuales. Las dudas acerca de lo que es o no es consentido, las incertidumbres o las confusiones entre voluntad, deseo, intereses o pulsiones, rodean buena parte de nuestros proyectos vitales. Se puede dudar legítimamente de todas las voluntades desde una perspectiva filosófica, psicosocial o antropológica, pero esas dudas no restan un ápice de relevancia jurídica a lo que fin...
La cuestión del consentimiento ni es nueva ni afecta solo a las decisiones que adoptan las mujeres en sus relaciones sexuales. Las dudas acerca de lo que es o no es consentido, las incertidumbres o las confusiones entre voluntad, deseo, intereses o pulsiones, rodean buena parte de nuestros proyectos vitales. Se puede dudar legítimamente de todas las voluntades desde una perspectiva filosófica, psicosocial o antropológica, pero esas dudas no restan un ápice de relevancia jurídica a lo que finalmente consentimos.
La eutanasia o el aborto ponen el foco sobre momentos clave en los que tenemos que decidir sobre nuestra vida o la vida ajena. El matrimonio, el divorcio o la disposición de una herencia son situaciones en las que el derecho interviene para atestiguar la claridad y la firmeza de un sujeto (notarios y registradores funcionan como filtros institucionales). La diferencia entre prostitución y trata a efectos penales pasa por la expresión más o menos confiable y situada de la voluntad de una mujer. Que no hay certezas en muchos de estos casos es evidente. Que en muchos otros ni siquiera puede haberla, también. Sin embargo, a efectos jurídicos, nada de esto impide que un consentimiento afirmativo y bien contextualizado sea el elemento relevante para adjudicar responsabilidades.
En lo que se refiere a las relaciones sexuales, es importante que el énfasis en ese consentimiento no debilite el énfasis en la coerción social a la que las mujeres estamos sometidas. La existencia o no de violencia sexual no depende exclusivamente de la simple afirmación o negación de una mujer. Aunque, por supuesto, es violento todo acto sexual realizado sin el consentimiento de la víctima, en la calificación judicial de las conductas se tiene que valorar también tanto la pervivencia de estructuras de dominación masculinas como las vivencias y los testimonios de las mujeres consideradas en su conjunto. En un proceso penal, solamente el sí es sí, interpretado con perspectiva de género, puede proteger a las mujeres.
Sobre este asunto, me gustaría insistir en algunas cuestiones:
1. Que la ausencia de consentimiento no sea suficiente para la calificación conceptual de la violencia sexual no significa que la expresión personal del consentimiento no sea necesaria en una relación sexual, ni que en un proceso penal pueda sustituirse, sin más, el sí es sí por el no es no. Tal sustitución supondría retroceder a lugares a los que no queremos volver. En un juicio, la negación o el rechazo exigen probar la existencia de lo negado o rechazado, que no puede ser otra cosa que la fuerza, la intimidación o la coacción. La incertidumbre acerca de lo que queremos o no queremos no puede llevarnos a dudar, sistemáticamente y de antemano, de quienes denuncian no haber consentido. De lo que se trata es de evitar las pruebas reforzadas que suelen exigirse a las mujeres en los juzgados y de habilitar espacios para perseguir la violencia sexual en cualquiera de sus formas.
2. Por esta razón, entre otras, hoy denunciar no es una obligación, sino un derecho, y se han ampliado los sistemas de acreditación de la condición de víctima. En este país solo se denuncia una de cada 10 agresiones sexuales, y en el resto de Europa el panorama no es muy diferente. Uno de los motivos es que la justicia disuade y revictimiza, y, en este contexto, regresar al no es no favorece esa victimización secundaria, interrogatorios insidiosos y el recurso al tópico de la víctima predispuesta, a la que dijo no cuando quería decir sí o a la que, por su manera de ser o de estar, ya había dicho sí implícitamente.
3. Como la denuncia no es obligatoria y se han abierto otras vías eficaces, ahora se dice que los hombres tienen miedo a los linchamientos, a la cancelación y a la muerte civil, aunque no se sabe exactamente cómo se ha constatado eso. Lo que se ve, más bien, es lo contrario: la vuelta de una masculinidad clásica totalmente radicalizada. Cuando se interpreta una red compartida de testimonios como un linchamiento se cancela un debate social que tiene que darse, se amparan los pactos de silencio propios de la homosociabilidad tóxica y se alimentan las dudas sobre las mujeres.
Hay quienes nos recuerdan a diario que ellas también mienten, incluso que tienen “derecho” a mentir. Más allá de que tal derecho no existe y sería constitutivo de un delito de injurias y calumnias, está clarísimo que las mujeres pueden ocultar, mentir y manipular como cualquiera. De hecho, lo que se ha impuesto desde tiempos inmemoriales es el mito de la mujer mentirosa, y la lucha feminista se ha orientado, en buena parte, a desmontarlo como un prejuicio. Se trata de recordar, por tanto, que son pocas las mujeres que denuncian y menos aún las que mienten; es una evidencia que apenas hay denuncias falsas.
También hay quienes creen que las que denuncian no distinguen entre el “mal sexo” y la violación, que sufren de un exceso de mojigatería y puritanismo, o que sus remilgos morales no les permiten diferenciar el pecado del delito. Aparte del ejercicio de superioridad moral que tales posiciones reflejan, me temo que, en caso de darse, esos remilgos serían más un obstáculo para denunciar que un acicate para hacerlo.
Lamentablemente, el miedo aún no ha cambiado de bando. Lo que llamamos patriarcado es esa violencia sexual, estructural, continuada y agravada.
4. Gracias, entre otras cosas, al feminismo, esa violencia no sobredetermina totalmente a las mujeres, ni las anula como agentes decisores, pero me parece ilusorio afirmar que no condiciona su voluntad en las relaciones sexuales. No hemos vencido todavía. Querer no siempre es poder, ni es el mismo poder para todos.
Negar que las mujeres son víctimas de la opresión que se ejerce sobre ellas a través del cuerpo, la sexualidad y la reproducción supone defender además una conceptualización de la autonomía personal desvinculada y descontextualizada que no solo es irreal, sino que resulta perjudicial para ellas, las individualiza, las fragmenta y reduce la lucha feminista a una simple adaptación al medio, tal como pretende el ideario (neo)liberal. Si no hay violencia estructural que condicione nuestras decisiones, si sufrimos solo discriminaciones puntuales, basta con hacer ajustes en el sistema a base de acciones afirmativas. Finalmente, el empoderamiento de las mujeres sería solo el de la asimilación ciega (negada o ignorada) a la misma estructura masculinizante que las oprime.
5. Muchas veces se identifica el rol de víctima con una posición de inferioridad limitante y humillante, y se la anima a sustituir el trauma personal que provoca la agresión por una experiencia supuestamente empoderante en la que la ausencia de consentimiento propio transmuta en un oculto deseo afirmativo (quería, aunque no lo sabía). La cuestión es que si la autonomía sexual, además de ejercerse fuera de contexto o negando su influencia, se da fundamentalmente en el subconsciente, cualquier denuncia deviene automáticamente absurda porque no estamos hablando de una terapia de grupo, sino de un juicio en el que no habría nada que probar. Una cosa es dudar del consentimiento en una relación sexual y otra muy distinta boicotear a quien denuncia en la idea de que no sabe lo que hace.
Mientras existan la dialéctica del sexo, el dominio masculino y la justicia patriarcal solo un consentimiento afirmativo y contextualizado resulta fiable para adjudicar responsabilidades en un caso de violencia de sexual. Volver al no es no es peligroso para las mujeres.