Qué hacer mientras la historia ruge

La gran tragicomedia que estamos viviendo a escala global no debe paralizarnos

Cinta Arribas

“Que suenen las campanas de todas las aldeas / pues aconteció el poema en mis venas”. (Carlos Carranca)

1. Estimo enormemente el acto de traducir. Nadie sabe mejor que el traductor que, por más que las lenguas sean equivalentes, nunca se reproducen con simetría especular. El poema que encabeza este texto está formado únicamente por los dos versos mencionados, y su título es Aleluya, pero sé que por mucho que se esfuerce un traductor, será difícil que consiga reproducir del todo en otro idioma la belleza de la rima que empareja aldeias con veias, poniendo de r...

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“Que suenen las campanas de todas las aldeas / pues aconteció el poema en mis venas”. (Carlos Carranca)

1. Estimo enormemente el acto de traducir. Nadie sabe mejor que el traductor que, por más que las lenguas sean equivalentes, nunca se reproducen con simetría especular. El poema que encabeza este texto está formado únicamente por los dos versos mencionados, y su título es Aleluya, pero sé que por mucho que se esfuerce un traductor, será difícil que consiga reproducir del todo en otro idioma la belleza de la rima que empareja aldeias con veias, poniendo de relieve la música que envuelve ambas palabras. Y tal falta de este emparejamiento, se quiera o no, debilita el significado, debido a la simple ausencia de esa nota que proporciona la rima.

Si en este momento quiero subrayar la dificultad de mantener en español la melodía de este brevísimo poema, es porque, mientras al otro lado del Atlántico, a estas horas, en Washington, la Historia se yergue con la configuración de un espectro, a este lado, en mi aldea, arrecian los preparativos para celebrar su elevación a la categoría de villa. Y, como es natural, yo querría que sonaran las campanas de todas las aldeas y que un poema de laudatio naciera en mis venas.

2. Dicho ascenso se produjo el pasado 17 de enero. Al amanecer, afluyeron a Lisboa gentes de todas partes. En el parlamento de la República se debatía la administración de las pedanías y Boliqueime cambiaría su estatus entre aclamaciones. Yo también estuve presente. Puedo dar fe de que el nombre la localidad se pronunció de manera aislada, y pudo beneficiarse así de un largo y entusiasta aplauso que hizo estremecerse el hemiciclo y las abarrotadas galerías. Pese a la conciencia de que no habrá cambios significativos en la vida de sus habitantes, la población manifestó su alegría.

Boliqueime es un nombre extravagante, que provoca las burlas de muchos. Se cree que los navegantes genoveses de paso hacia el Atlántico, alrededor de los siglos XII y XIII, venían aquí a llenar sus barriles con agua. Cerca de la ciudad de Asís se encuentra otra Boliqueime, cuya etimología tiene que ver con “burbujear”. Tenemos que dar esta explicación para que no se rían de nosotros. Ante la vista hay una hermosa franja del mar, y caminando hacia ella, playas con la arena más blanca y fina del continente europeo. Su tejido urbano cuenta con un colegio, una farmacia, un hotel, una pista polideportiva, una residencia de ancianos, peluquerías, casas de alquiler, tres cafeterías y una iglesia donde un conocido cineasta ha filmado importantes escenas. Por eso, en el momento en que se aprobó el paso a municipio, a todos les resultó imposible no dejarse llevar por la ensoñación, no volver a tararear canciones románticas de cuando la posibilidad del fin del mundo no pasaba de ser una leyenda, y los chicos cantaban la letra de La hermosa molinera, con el heroísmo del caminante que entona “Das Wandern! Das Wandern!”

3. Mientras tenía lugar el acto legislativo, yo pensaba en la alegría de Schubert al concebir “Ist mein! Ist mein!”, “¡es mía!” y otras palabras parecidas, dado que la aldea pasaba a ser villa y nuestros antepasados se levantaban del polvo para unirse a los vivos que aplaudían puestos en pie, en el momento en que el cambio de designación cobraba rango de ley. Eso ocurrió hace tres días. Ahora escribo estas líneas en la tarde del histórico 20 de enero de 2025, mientras se celebra la nueva ceremonia de investidura en Washington a la que el mundo asiste boquiabierto, pendiente de cada sílaba que salga de los labios del nuevo horóscopo global. En Boliqueime, sin embargo, no se pierde mucho tiempo en tales vaticinios. Como si nada ocurriera al otro lado del Atlántico, se está preparando una gran fiesta que tendrá lugar el próximo fin de semana. Habrá abrazos, música y en el curso de la tarde, en la anteiglesia, se asará un cerdo.

4. Las imágenes no mienten, las palabras tampoco. En la antecámara del Senado estadounidense se anuncia que el futuro será de conquista, preponderancia, intolerancia, venganza, expulsión, desintegración, licencia para mofarse, pisotear, mentir, insultar, enriquecerse, defraudar, anexionarse, desprenderse, rebautizar, y todo ello anunciado a escala mundial. Acto seguido, los comentaristas, rendidos al olor del triunfo que ignora la ley, empiezan a decirse unos a otros lo que Mefistófeles le dijo a Fausto: “Donde está la fuerza está el derecho”. Porque el acto de toma de posesión en la capital de Estados Unidos adquiere las dimensiones de la coronación de Napoleón pintada por Jacques-Louis David en 1807. La corona de Josefina Bonaparte, con los ojos puestos en la alfombra, para no sentirse eclipsada por el brillo de la gloria terrenal, tiene su réplica del sombrero de ala ancha de la emperatriz americana. También ella recurre a ocultar su mirada en el momento supremo de gloria. Es más, en ambos casos, el emperador asume la voluntad de Dios, poniéndola a su servicio, y se bendice a sí mismo, uniendo en su persona el favor y el origen de la divinidad. De manera simétrica, hay en ambos casos un momento en el que el ganador promete enloquecer. Por el contrario, la manera de mantenerse alerta en la nueva villa de Boliqueime es hacer como si no pasara nada, y lo importante por ahora fuera elegir bien el cerdo que ha de asarse.

5. Dicen que el asado será gigantesco, que los niños correrán detrás de los músicos, que palomas desvergonzadas caminarán por la acera picoteando migajas, que habrá muchas risas, que los fuegos artificiales estallarán en el aire y tendrán forma de árboles y de flores. Quiero estar presente y participar en la celebración de nuestra aldea, elevada ahora a villa. Como todos los pueblos pequeños, Boliqueime tiene también una breve historia que contar al mundo, si acaso tuviera el mundo paciencia para escuchar la historia de los pueblos pequeños. Era la mañana del 1 de noviembre de 1755, el día de Todos los Santos. Noventa y nueve fieles asistían a misa en la pequeña iglesia de tres naves cuando el terremoto que arrasó Lisboa, y cambió el pensamiento europeo, sacudió también con igual intensidad el sur del país. La iglesia de Boliqueime se derrumbó sobre los noventa y nueve fieles y nadie se salvó. Las casas se desmoronaron. La población se redujo a la mitad.

Pese a todo, los que sobrevivieron se sobrepusieron a la tragedia, enterraron a los muertos, levantaron las piedras y eligieron a los santos que sobresalían entre los escombros. Y como no quedaba muro en pie, colgaron la campana de las ramas de un algarrobo y desde allí daba el campanero el toque de maitines y de ángelus. Al cabo de cuatro años, sostienen los documentos, se había construido sobre otra colina una nueva iglesia barroca de una sola nave, dedicada a San Sebastián, y un precioso órgano. Boliqueime nos enseña que no podemos tener miedo a la Historia, pues es el resultado de nuestra precaria condición de seres abandonados a su suerte sobre la Tierra.

6. Por eso, con permiso de los vegetarianos, mientras los ciudadanos de Estados Unidos abandonan la OMS y el Tratado de París, los habitantes de Boliqueime asarán un cerdo con la alegría de nuestros hermanos prehistóricos cuando descubrieron el milagro del fuego. Es necesario que bailemos junto a la piedra de nuestro hogar. La gran tragicomedia que estamos viviendo a escala global no debe paralizarnos ni transformarnos. Me niego a la tristeza en este día nefasto, y por eso elijo poemas que invocan el sonido de las campanas y se titulan Aleluya. No me rindo, los quiero en mis venas. Creo que en el momento en que alguien trata al globo terrestre como si fuera su aldea, la aldea tiene el deber de atribuirse la importancia del globo terrestre.

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