Columna

¿Matar a Europa para salvar a Europa?

El plan Meloni no es una solución, sino una extraordinaria operación de marketing para normalizar el rechazo al diferente y traicionar nuestros valores. Que no nos engañen

El campo de refugiados de Shëngjin, Albania, al que Italia está trasladando inmigrantes.Alketa Misja (dpa/picture alliance via Getty)

Atención, cuidado: los líderes europeos se han olvidado de lo que representan y debemos recordárselo. Por favor, líderes, lean esto: artículo 19 de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea: “Se prohíben las expulsiones colectivas”. Artículo 18: “Se garantiza el derecho de asilo”. Etcétera.

Pero esto es más grave. Su problema de memoria acucia y no solo alcanza a esta Carta que deberían tener ya injertada como un chip en sus volubles cerebros, sino que alcanza a los orígenes mismos de la Unión q...

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Atención, cuidado: los líderes europeos se han olvidado de lo que representan y debemos recordárselo. Por favor, líderes, lean esto: artículo 19 de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea: “Se prohíben las expulsiones colectivas”. Artículo 18: “Se garantiza el derecho de asilo”. Etcétera.

Pero esto es más grave. Su problema de memoria acucia y no solo alcanza a esta Carta que deberían tener ya injertada como un chip en sus volubles cerebros, sino que alcanza a los orígenes mismos de la Unión que nos protege, nos alberga, nos hace más fuertes y nos proyecta como ejemplo de una experiencia de paz envidiada en todo el mundo. Esta comunidad nació precisamente para paliar la debilidad del continente tras la II Guerra Mundial, para evitar otra, para garantizar la paz y el bienestar y forjar un territorio seguro. Decir Europa era como decir “casa” en esos juegos en que uno podía desbocarse entre peligros que acechaban hasta subir al peldaño adecuado que te libraba de ellos. Eso incluyó acoger a quienes huían del Este, población desafortunada que cayó bajo el manto frío del comunismo, y también a los españoles que necesitaron un horizonte decente que no les daba el franquismo. Más tarde, a quienes lograron cruzar el Mediterráneo en su huida de la guerra de Siria. Etcétera.

Hoy, numerosos líderes de todas las ideologías (promueve la Italia posfascista, pero aplaude la socialdemocracia danesa o la derecha española) traicionan los valores europeos para salvar, supuestamente, a Europa. La creen amenazada por musulmanes, africanos o asiáticos a cuyos antepasados —en general— antes saquearon los nuestros hasta dejar sus países temblando, sin recursos. Y son capaces de ignorar el drama demográfico que se avecina si todos envejecemos sin relevo.

El plan de Meloni para expulsar migrantes a Albania no solo no es solución, como no lo era el plan británico de echarles a Ruanda, y su única eficacia es la ideológica, porque es solo una exhibición de fascismo, una extraordinaria y carísima operación de marketing para normalizar el rechazo al diferente. Alzar la bandera de la ultraderecha y establecer al otro como un paria al que no debemos tolerar es el objetivo de una política desalmada que en última instancia busca destruir y traicionar precisamente la Europa que conocemos, y no salvarla. Que no nos engañen.

Tras el fin de la Guerra Fría, los ingenuos confiamos en que el espíritu de libertades iba a contagiar a las dictaduras que pervivían. Por el contrario, es el modo tiránico el que ha permeado nuestras democracias. Lo argumenta con mucha razón Anne Applebaum en su próximo libro, Autocracias S.A. Nos queda rogarlo: no traicionen a Europa, no nos hagan tan parecidos a Trump. Una decisión judicial basada en una sentencia previa del TJUE truncó ayer el estreno del plan Meloni. Gracias a Europa. Aún.

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