Dimitir o explicar

Si un responsable político no deja su puesto por un escándalo, debe ofrecer una fuerte compensación: el esclarecimiento de todo lo acaecido. Y, de momento, el Gobierno calla o se contradice

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el desfile del Día de la Fiesta Nacional, el pasado sábado en Madrid.Chema Moya (EFE)

¿Dimitirían Scholz en Alemania, Starmer en el Reino Unido o Rajoy en España por un escándalo de corrupción como el que afecta a quien fuera mano derecha de Pedro Sánchez en el partido y en el Gobierno, José Luis Ábalos? Si el líder tuviera naturaleza angelical, como António Costa, que ...

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¿Dimitirían Scholz en Alemania, Starmer en el Reino Unido o Rajoy en España por un escándalo de corrupción como el que afecta a quien fuera mano derecha de Pedro Sánchez en el partido y en el Gobierno, José Luis Ábalos? Si el líder tuviera naturaleza angelical, como António Costa, que renunció por un caso relativamente menor, quizás sí. Pero la naturaleza humana se agarra al sillón. Y puede estar justificada: si tu subordinado en la empresa roba, ¿debes dimitir tú? Es complicado. Y más en política: si crees que estás llevando a cabo políticas beneficiosas para la sociedad (del ingreso mínimo vital a la calma en Cataluña), ¿vas a tirar por la borda tu trabajo y el de cientos de personas que se esfuerzan en poner en marcha tus medidas?

En política hay más razones visibles para no dimitir que en otras esferas, pero hay una poderosa razón invisible para sí hacerlo: la ejemplaridad. No es una etérea consideración ética, sino una cuantificable percepción social. Cuando los visitantes, inversores, o los propios habitantes, dibujan en su mente la imagen de un país, tienen en cuenta, para empezar, las actuaciones de quienes ejercen la autoridad, ya sean presidentes o policías. Si un agente de tráfico te pide una mordida, se hunde tu visión del lugar. Si quienes tienen margen de discreción para actuar, con la libretita de las multas o el BOE, parece que lo hacen de forma arbitraria, te sientes desamparado.

Por tanto, si un jefe político no dimite, que es comprensible por la voluntad legítima de querer aplicar el programa por el que ha sido elegido, debe ofrecer, a cambio, una fuerte compensación: una explicación cristalina de todo lo acaecido. Y, de momento, el Gobierno calla o se contradice.

Sánchez no ha explicado por qué destituyó fulminantemente a Ábalos, en el núcleo duro del Gobierno hasta 2021. No utilicemos el símil de qué hubiera pasado si las mismas sospechas de corrupción recayeran en la mano derecha de Feijóo. Vayamos al fútbol. Si Florentino cesa a Ancelotti a mitad de temporada sin razón aparente y, al cabo de un tiempo, sale que Ancelotti había hecho en el banquillo blanco lo mismo que Ábalos en el Gobierno, cualquier socio del Madrid exigiría que Florentino esclareciera qué sabía, cómo y cuándo. Y, si habla, el Gobierno ofrece versiones variopintas, como las del viaje de Delcy Rodríguez a Barajas: no se sabía y se evitó un conflicto diplomático; sí se sabía, pero fue una parada técnica para descanso de la tripulación, etcétera.

El dilema debería estar claro: explica bien o dimite.

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