Mujeres en el acantilado de cristal de la política
Los hombres lo tienen más fácil porque son los que diseñaron el tablero de juego y porque se les exige menos en situaciones críticas
Quedan 22 días para saber si Kamala Harris se convierte o no en presidenta de Estados Unidos. La candidata demócrata simboliza todo lo que Donald Trump rechaza, es el antídoto ante todo lo que el republicano representa. Antes que ella lo intentaron Victoria Woodhull (1872), Margarate Chase Smith (1964), Shirley Chisholm (1972), Hillary Clinton (2008 y 2016) o, en otro nivel, Elisabeth Warren (2020). Ninguna lo ...
Quedan 22 días para saber si Kamala Harris se convierte o no en presidenta de Estados Unidos. La candidata demócrata simboliza todo lo que Donald Trump rechaza, es el antídoto ante todo lo que el republicano representa. Antes que ella lo intentaron Victoria Woodhull (1872), Margarate Chase Smith (1964), Shirley Chisholm (1972), Hillary Clinton (2008 y 2016) o, en otro nivel, Elisabeth Warren (2020). Ninguna lo consiguió. Llegue o no a la Casa Blanca, la mera posibilidad de que lo haga —unida a la llegada de Claudia Sheinbaum a la jefatura del Estado en México— podría impulsar las candidaturas femeninas en otros países y, con ellas, el camino hacia la mejora de la igualdad en la representatividad política.
No es ningún secreto que las mujeres que se dedican a la política se encuentran con más obstáculos que los hombres, desde la gestión de su situación personal a la presión de sus propios partidos (liderados principalmente por hombres), el sesgo mediático, la opinión de una sociedad profundamente estereotipada y la opinión pública vertida en las redes sociales. No dejan de jugar en un tablero que fue diseñado por los hombres. Así, no son pocas las líderes que han dimitido en los últimos años.
“Soy humana, los políticos somos humanos. Lo damos todo, todo el tiempo que podemos. Y entonces llega la hora”. Hace más de un año y medio, Jacinda Ardern, la primera ministra de Nueva Zelanda, se expresó así públicamente para anunciar su dimisión. Estas palabras sorprendieron en un mundo colonizado por cientos de políticos sin vocación y el aumento de apoyos a la extrema derecha. Sorprendieron porque muchas personas habían encontrado en la gestión y en el talante de Jacinda Ardern a una nueva referente en el diminuto universo de las mujeres en política. Sorprendieron porque sus palabras llevan implícitas lo que la política vocacional esconde en el día a día: no hay héroes ni heroínas. La labor, para quien la ejerce desde el servicio público, es durísima, la presión externa es inmensa, la exposición permanente, el tiempo personal casi inexistente, se necesita muchísima ayuda, especialmente psicológica, y un equipo extraordinario.
Pero Ardern no ha sido la única. Si miramos hacia Europa, desde 2022 han dimitido más mujeres. Magdalena Andersson, líder del partido socialdemócrata sueco, lo hizo casi después de haber sido elegida en noviembre de 2021. No pudo sacar adelante los presupuestos y el Partido Verde dejó de apoyarla. En octubre de 2022, la coalición de derechas formó Gobierno. Fue primera ministra de Suecia aproximadamente diez meses. Liz Truss asumió el cargo de primera ministra del Reino Unido en septiembre de 2022 y sólo durante 45 días. Ha sido la primera ministra más breve de la historia de su país. A la líder del partido conservador se le atribuye la crisis económica tras su propuesta de presupuestos: los mercados reaccionaron de manera negativa, el valor de la libra disminuyó y aumentó el gasto público. Su partido y su país desconfiaron de su liderazgo. Por su parte, Nicola Sturgeon, del Partido Nacional Escocés, que aboga por la independencia de Escocia del Reino Unido se convirtió en primera ministra en noviembre de 2014 y estuvo en el poder más de ocho años. “Soy también un ser humano”, dijo al dimitir y “creo que un nuevo líder podrá hacerlo mejor”. Su decisión era consecuencia del “deber” y del “amor”. A ellas cabría sumar el nombre de Élisabeth Borne, primera ministra de Francia hasta enero de 2024, tras ocupar el cargo poco más de un año y siete meses.
La presencia de políticas en la primera línea aumenta, pero no debería dejar de sorprender que hayan dimitido tantas en tan poco tiempo. Todas ellas se enfrentaron a desafíos significativos encadenados durante su cargo y vieron cómo se llegó a cuestionar incluso su propio liderazgo. Muchas llegaron al poder en situaciones límite —Kamala Harris al rescate in extremis el Partido Demócrata— o para tomar decisiones drásticas en sus países: los malditos acantilados de cristal.
El año pasado, la ONU nos seguía alertando: sólo el 11% de los países del mundo tiene jefas de Estado. De hecho, su secretario general, António Guterres, se disculpó el pasado 24 de septiembre en la semana dorada de la Asamblea General celebrada en Nueva York porque ni el 10% de las oradoras del debate fueron mujeres. Parece que, para muchos, aún no estamos a la altura del androcentrismo, pero un mundo amenazado por el auge de la extrema derecha —ante las que las mujeres se han mostrado como un muro de contención— no puede prescindir mujeres líderes, a nivel nacional e internacional. Somos el 51% de la población mundial. Por eso siguen siendo necesarias medidas como la alternancia de género que propuso el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, para que la próxima secretaria general de Naciones sea una mujer. ¿Qué nos jugamos? La democracia misma.