Venezuela no puede ser un pretexto

Reconocer como presidente electo a González Urrutia, como pretende el PP, distorsionaría la presión que ejerce la Unión Europea

Carolina González, hija del candidato presidencial venezolano Edmundo González Urrutia, en la tribuna de invitados del Congreso de los Diputados, este martes en Madrid.Susana Vera (REUTERS)

Que el Congreso de los Diputados debata el reconocimiento de Edmundo González Urrutia como presidente electo de Venezuela, tal como consiguió hacer ayer el Partido Popular, forma parte de la normalidad parlamentaria. También que el PP pueda conseguir hoy la aprobación de su proposición. Es el juego de las mayorías. Más dudas suscitan la oportunidad e incluso los propósitos de una iniciativa que coincide con el exilio en España del candidato de la oposición a Nicolás Maduro, cuyo régimen se niega a mostrar las actas que acreditan el resultado de las elecciones del 28 de julio, sobre las que persiste la sombra del fraude.

El reconocimiento de González Urrutia es, hoy por hoy, prematuro y poco útil —si no contraproducente—porque introduce un elemento de distorsión en la presión y en los esfuerzos internacionales, que se centran en reclamar las actas que niega el chavismo para esconder su presumible derrota. Como sabe el PP, entre esos esfuerzos destacan los de la Unión Europea, que busca una salida democrática para Venezuela sin caer en el mismo error que cometió cuando en 2019 reconoció como presidente a Juan Guaidó, en un voluntarista pero precipitado movimiento diplomático en el que también cayó el Gobierno de España.

Lo que puede ser un acto aparentemente moral y justo, debe sacarse de la refriega partidista española si se pretende estar a la altura del desafío planteado por un régimen como el chavista, que ha inhabilitado a dos candidatas opositoras, se ha declarado vencedor sin ni un solo dato que lo acredite, ha reprimido violentamente las protestas en su contra y ha declarado cínicamente terroristas a quienes hicieron públicas las actas que obraban en su poder para tratar de demostrar la victoria de la oposición. Un régimen que, finalmente, ha empujado a González Urrutia a tomar el camino del exilio con la ayuda del Ejecutivo español.

Ni los argumentos ni las intenciones del PP contribuyen a la eficacia que debe exigírsele a una iniciativa de tanto calado. No parece lo más inteligente desde el punto de vista político atacar a quienes, como los gobiernos de Brasil y de Colombia, promueven iniciativas de mediación para que Maduro reconozca su derrota justo cuando este se ha aislado de la propia izquierda latinoamericana. Todo parece indicar que la diana del PP no está en Caracas sino en Madrid. Atacar al Gobierno de Pedro Sánchez, haga lo que haga, parece el único punto del orden del día. Y provocar la foto de la ruptura de la mayoría que apoyó su investidura, como está a punto de suceder con la incorporación del PNV al bloque favorable a la proposición popular. Es legítimo, por supuesto, pero no deja de resultar frívolo hacer oposición doméstica usando como moneda de cambio el destino de Venezuela.

El sufrimiento de los venezolanos en el interior o en el exilio merecen, como también lo merece España, un buen debate y una resolución lo más amplia posible del Congreso para conseguir que Maduro muestre las actas electorales. Y, si tal cosa sucediera, que pueda iniciarse el camino para su relevo en la presidencia por quien presumiblemente ha ganado las elecciones. No parece ser este el objetivo del PP, que contribuye al desprestigio de la política en España sin conseguir que avance ni un ápice la libertad en Venezuela.

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