Oasis y ‘os fodechinchos’

Lo bueno del ‘hooliganismo’ es que a veces produce justicia poética. Lo malo es que esa forma de resolver los conflictos se parece muchísimo a la masculinidad tóxica

Liam y Noel Gallagher con el cinturón de Ricky Hatton en un combate del británico contra el estadounidense Paulie Malignaggi.Dave Thompson - PA Images (PA Images via Getty Images)

Este verano se ha puesto de moda en algunos lugares de Galicia recibir a los visitantes con una insolencia propia de Liam Gallagher, ya saben, uno de los dos hermanos que lideran el grupo británico Oasis. Este señor que fue joven pero hace mucho que es viejo es conocido por hacer burradas bastante hilarantes, como, por ejemplo, durante años llamar a ...

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Este verano se ha puesto de moda en algunos lugares de Galicia recibir a los visitantes con una insolencia propia de Liam Gallagher, ya saben, uno de los dos hermanos que lideran el grupo británico Oasis. Este señor que fue joven pero hace mucho que es viejo es conocido por hacer burradas bastante hilarantes, como, por ejemplo, durante años llamar a Jon Bon Jovi a las tantas de la madrugada para decirle que su melena leonina daba puta vergüenza ajena. Vivimos tan encorsetados en nuestras existencias programadas que hay algo profundamente catártico en contemplar a alguien al que aparentemente se la suda todo coquetear con la violencia, solo porque puede.

Ha habido momentos innegablemente refrescantes este verano con el rollo antiturista galaico, como cuando unos vecinos de O Morrazo se pusieron a cruzar en bucle un paso de peatones para detener el tráfico y así molestar a los fodechinchos, término que en una traducción muy literal y gruesa significa “follapescados” y que se usa para denominar a los madrileños que invaden el país galaico durante los meses estivales. No tengo duda de que este insulto, solo por incluir una partícula relacionada con el verbo fuck (joder, en inglés) sería del gusto del Gallagher pequeño, un tío tan auténtico y tan fanfarrón que todo lo resuelve con un par de insultos y que está acostumbrado a que todo el mundo le ría las gracias, porque, la verdad, gracia tiene, hasta que se pasa de frenada. Se pasaron de frenada, por ejemplo, los dueños del bar de Oleiros que decidieron cerrar en pleno puente de agosto, porque podían, con el ruidoso argumento de que están hasta los huevos de recibir turistas maleducados. De la noche a la mañana se convirtieron en los tipos más odiados de España. Ellos sabrán.

Quisiera aclarar que esto del hartazgo por las maneras de los veraneantes no es nuevo en Galicia. Lo digo con conocimiento de causa, porque viví allí 12 años muy felices, algunos de los cuales coincidieron con el esplendor del britpop. Tuve en esa época, de hecho, un novio muy britpopero, que se había criado en un pueblo ubicado en lo que hoy gracias al cambio climático se conoce como Galifornia. Allí, en los inviernos, incluso en las primaveras, los lugareños disfrutaban de tal intimidad con el mar que cuando llegaba la avalancha de “madrileños” a robarles la paz y la playa en verano les resultaba casi inevitable aborrecerles; desde muy, muy joven había trabajado este chico todos los veranos como camarero. Me consta que en algunos establecimientos respetables se profesaba un especialísimo cariño al turista impertinente, ese que no pide las cosas con educación, sino que las exige de malas maneras. Dicho cariño, me consta también, alguna vez se rubricó sobre las comandas de formas creativas y sobre todo, escatológicas.

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Lo bueno del hooliganismo es que a veces produce justicia poética y anécdotas impagables: que le den a los que se creen que gallego es sinónimo de sirviente y sirviente, lo mismo que camarero. Lo malo es que esa forma de resolver los conflictos se parece muchísimo a lo que el feminismo de cuarta ola (el mismo que al fin se ha atrevido a decir que el britpop estaba lleno de machirulos infumables) ha dado en llamar masculinidad tóxica. Y solo genera más toxicidad. Por ejemplo, esta semana dos caballeros elegantes como Antón Losada y Arturo Pérez-Reverte se han enganchado en una reyerta pública a cuenta del asunto gallego y han acabado hablando de sí mismos y de joder o no joder, chinchos o señoras. Ocurrió el mismo día en que empezó a hablarse de la reconciliación de los hermanos Gallagher, dos hombres con una capacidad de gestión emocional tan sofisticada que llegaron a las manos en público en un concierto hace 15 años. Han estado sin hablarse desde entonces. La prensa especializada ya ha hecho estimaciones de la millonada que embolsarán a cambio de tragarse la bravuconería. Ojalá todo lo que ganen se lo gasten en terapia.

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