Un extraño desasosiego

Hay días en que me tengo que preguntar por qué me siento de esta manera, si nada va mal o no existen motivos que yo sepa

Jacob Wackerhausen (Getty Images)

Ocurre a veces que el cuerpo se pone de un estado de ánimo que no es fácil de explicar. No es malhumor ni tristeza. Ni siquiera es inquietud. Es algo que se parece a la desazón, como si fuera un presagio malo o incierto. Eso es, supongo: incertidumbre, aunque no podría afirmarlo del todo. A días, me siento de una manera por la que me tengo que preguntar a mí mismo por qué me siento de esa manera, si nada va mal o no hay motivos que yo sepa. Y entonces, igual que si fuera la lista de la compra, me pongo a repasar lo último que yo haya hecho o que haya dicho por si llego a saber por qué me moles...

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Ocurre a veces que el cuerpo se pone de un estado de ánimo que no es fácil de explicar. No es malhumor ni tristeza. Ni siquiera es inquietud. Es algo que se parece a la desazón, como si fuera un presagio malo o incierto. Eso es, supongo: incertidumbre, aunque no podría afirmarlo del todo. A días, me siento de una manera por la que me tengo que preguntar a mí mismo por qué me siento de esa manera, si nada va mal o no hay motivos que yo sepa. Y entonces, igual que si fuera la lista de la compra, me pongo a repasar lo último que yo haya hecho o que haya dicho por si llego a saber por qué me molesta la boca del estómago.

Si no hay razones concretas u obvias, me suelo engañar con lo primero que me resulte convincente. Me digo que si será el estrés y esta forma nuestra de vivir, que nos quiere al tanto de cualquier novedad y conectados sin descanso. Me hablo de la ansiedad y de las prisas y por supuesto del miedo, sea por la salud o por el trabajo. Miedo a desperdiciar el tiempo y a lo imprevisto. La actualidad, que ya se sirve a menudo como los capítulos de una serie de intriga y de humor, te enseña que todo puede trastocarse en cuestión de segundos, incluso lo que se diría más sólido.

Luego me pregunto si esta desazón tendrá que ver con las horas que paso pendiente del teléfono y, más en concreto, de las redes sociales. Me pregunto cuánto es el uso normal del móvil y desde cuándo es adicción. Me miento y me digo que tampoco le dedico tanto tiempo, que los comentarios que leo no me afectan, si la verdad es que afectan aunque no quieras, y que los lees aunque no quieras o aunque los mires de reojo. Muchos de esos mensajes son buenos y hasta divertidos. Hay risas que, sin las redes, nos hubiéramos perdido para siempre, pero hay otros humores que conseguirán más alcance cuanto más polaricen.

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Me digo, al cabo, que sé que la vida y el mundo no son las redes sociales, pero que ese mundo virtual no es mentira ni es ficción, que tiene efectos sobre la vida real y sobre nuestro apego a las cosas. Ese mundo propicia un clima con una traducción política, si hay pocas cosas tan políticas como el humor, y, aun así, genera una repercusión todavía mayor y más concreta que se suele manifestar en un extraño desasosiego. Puede que sea eso: desasosiego; aunque quizá Sartre lo hubiera descrito como una náusea.

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