Ahí está la ciudad sobre la colina

Con Trump vencedor, una negra cortina iba a caer indefectiblemente entre Estados Unidos y el resto del mundo democrático. Con Harris renace un mito que ha guiado la proyección internacional de la superpotencia americana

Protesta propalestina a las puertas de la convención demócrata en Chicago.OLGA FEDOROVA (EFE)

Todas las miradas se dirigen de nuevo hacia la ciudad sobre la colina. En un mes todo ha cambiado. Donald Trump ha perdido la iniciativa. No sabe cómo enfrentarse al torrente de emociones positivas desencadenado por Kamala Harris. Aunque todavía igualados en las encuestas, la atmósfera ya ha virado en favor de la demócrata. No puede excluirse una victoria de Trump como la de 2016, pero será en cualquier caso en unas elecciones fieramente disputada...

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Todas las miradas se dirigen de nuevo hacia la ciudad sobre la colina. En un mes todo ha cambiado. Donald Trump ha perdido la iniciativa. No sabe cómo enfrentarse al torrente de emociones positivas desencadenado por Kamala Harris. Aunque todavía igualados en las encuestas, la atmósfera ya ha virado en favor de la demócrata. No puede excluirse una victoria de Trump como la de 2016, pero será en cualquier caso en unas elecciones fieramente disputadas, que difícilmente entregarán el poder al partido trumpista en todas las instituciones: Congreso, Senado, cargos locales y estatales.

Este es el dato más relevante para la futura política exterior de Estados Unidos. Con Trump vencedor de Joe Biden, una negra cortina iba a caer indefectiblemente entre Estados Unidos y el resto del mundo democrático. Con Harris, renace un mito que ha guiado la proyección internacional de la superpotencia americana, el de una nación que se ofrece al mundo como modelo y cuenta como amigos a los países demócratas y liberales. Como vicepresidenta de Biden, a Harris se le supone una política exterior similar. No hay dudas respecto al compromiso con Ucrania y a su fiabilidad como primer socio de la OTAN y aliado de Japón, Corea del Sur y Taiwán, que no es poco si se compara con la hostilidad de Trump hacia cualquier alianza permanente.

Aparentemente, tampoco las ofrece la guerra de Gaza. En poco difieren de Biden las palabras de Harris sobre Israel ante la Convención Demócrata. Ante todo, el derecho de Israel a defenderse y la garantía de Estados Unidos de que tendrá los medios para hacerlo. A la vez, la urgencia de la tregua y de la liberación de los rehenes. Y en el fondo, la salida obligada que Benjamín Netanyahu elude a toda costa, el Estado palestino al lado de Israel, “en el que los palestinos puedan gozar de su derecho a la dignidad, la seguridad, la libertad y la autodeterminación”. Marcaron la diferencia las calles de Chicago, donde las protestas en favor de Palestina no han cumplido las alarmistas expectativas levantadas cuando Biden era todavía candidato. No querían votar a Biden, pero terminarán votando a Harris.

Biden es la imagen de una creciente debilidad, sobre todo ante Netanyahu. Harris en cambio cultiva la fortaleza. No quiso recibir en julio al primer ministro israelí en el Congreso, al que se dirigió invitado por los republicanos. En Chicago ha mostrado su contundente disposición como comandante en jefe: “Aseguraré que Estados Unidos tenga siempre la mayor y más letal fuerza militar del mundo. No me arrugaré ante los tiranos y los dictadores como Kim Jong-Un, a los que Trump apoya”.

Si hay cambios en política exterior se deberán a las distintas circunstancias y a la personalidad y carácter de cada uno. Biden, como Trump, pertenece por edad y orígenes a un mundo que se va. Kamala Harris, como Barack Obama, se parecen más al mundo tal como es hoy y será mañana, plural, multicultural y mestizo.

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