Tercer asalto en Cataluña

Los votantes independentistas no van a desaparecer; hay que convencerlos de que la senda constitucional es más honesta y justa

La bancada socialista aplaude a Salvador Illa, recién investido 'president', mientras saluda a Pere Aragonés el jueves tras la votaciónANDREU DALMAU (EFE)

Durante años, la actriz Lina Morgan asombraba a los espectadores llegados desde todos los puntos de España a su teatro de La Latina. Con apenas un mutis de segundos tras el escenario encarnaba a dos personajes distintos. El título de aquella función era Vaya par de gemelas y solo ante la mera mención del argumento se relamían de gusto sus admiradores. ...

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Durante años, la actriz Lina Morgan asombraba a los espectadores llegados desde todos los puntos de España a su teatro de La Latina. Con apenas un mutis de segundos tras el escenario encarnaba a dos personajes distintos. El título de aquella función era Vaya par de gemelas y solo ante la mera mención del argumento se relamían de gusto sus admiradores. La audacia del regreso a Barcelona durante la toma de posesión de Salvador Illa como nuevo president de la Generalitat y la posterior huida a su vivienda en Waterloo de Carles Puigdemont no estaba diseñada para convertirse en carne de memes. El meme es el chiste de siempre pero añadida la supervelocidad y la expansión global a través del móvil. Quienes pretendieron un día emular el coraje de Gandhi o Martin Luther King no creo que vean con demasiado agrado este juego de conejos y chisteras en que se ha convertido lo que queda del procés. En contra de lo que muchos piensan, la incomparecencia de los Mossos d’Esquadra, pese a la orden de detención en vigor, no obedece solo a un fallo vergonzante del deber policial, que también, sino a una aportación decidida por la risa en lugar de por el drama. Y quien toma esa opción en cualquier dicotomía nos debería tener de su lado.

Nadie quiere ponerse a fantasear con lo que habría significado un Puigdemont esposado entre miles de seguidores, conducido a un furgón policial y luego entregado al juez Pablo Llarena. Solo en el traslado al Supremo en Madrid ya tendrían algunos material para convertir en mártir a quien más bien muestra un ahínco irremisible por la vulgar supervivencia. No, por favor, no más mártires. Cuando la derecha habla indignada de la dejación de los mossos, olvida que su aportación policial a la lucha contra los independentistas consistió en las cargas indiscriminadas y cerriles contra la resistencia civil levantada en los colegios electorales el 1 de octubre para poder llevar a cabo aquel referéndum ilegal. Incluso desde las cancillerías europeas corrieron a llamar al entonces presidente en Moncloa, Mariano Rajoy, para explicarle lo que luego corroboraron rompiendo en pedazos las euroórdenes de extradición que les llegaban. Algo muy sencillo: los países que encarcelan políticos por hacer política se parecen más a dictaduras como la venezolana, la rusa, la iraní, la china o las petrodictaduras del golfo Pérsico que con democracias maduras.

En contra de quienes apuestan todo a la detención y derrota definitiva del aventurero Puigdemont, los votantes independentistas no van a desaparecer de Cataluña. De lo que se trata es de convencerlos de que la senda constitucional es más honesta y justa que una terca indiferencia ante quienes no piensan como ellos. Ya esa es una misión imposible, pues la irracionalidad es intrínseca a los nacionalismos. Pero si Puigdemont lo que persigue es desacreditar a las instituciones españolas, lo mejor que pueden hacer esas instituciones es no desacreditarse solas. Con la jugada fantástica pero absurda del día de la investidura, Puigdemont ha cometido un error, pues las dos instituciones que más sufrieron con su trampantojo han sido las fuerzas del orden catalanas y el propio Parlament del que él mismo es diputado. Un tiro en el pie que se suma a la repetida sentencia de los votantes catalanes empeñados en negarle ser el más votado entre sus candidatos electorales. He ahí la única verdad que cuenta entre tanta astracanada.

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