Orbán solivianta a la Unión Europea

El desafío calculado a los consensos de la UE por parte de Hungría debe encontrar una respuesta contundente más allá de la protesta

El primer ministro húngaro, Víktor Orbán, el 18 de julio en Reino Unido.Hollie Adams (REUTERS)

A la Hungría de Viktor Orbán, que asumió la presidencia semestral de la UE el pasado 1 de julio, le han bastado solo unos días para provocar un choque sin precedentes con las instituciones comunitarias y con la mayoría de los socios de la Unión Europea. Por primera vez, el presidente del Consejo Europeo ha llamado al orden al primer ministro de una presidencia, la Comisión Europea ha degradado su nivel de relación institucional con el gobierno de turno y varias capitales han anunciado que enviarán una representación de segundo orden a los consejos de ministros europeos en suelo húngaro.

El inédito boicot llega tras la gira unilateral de Orbán por Rusia y China para reunirse con los presidentes Vladímir Putin y Xi Jinping, además de con el candidato republicano Donald Trump en EE UU, en una supuesta “misión de paz” para poner fin a la invasión rusa de Ucrania. Bruselas y los principales gobiernos europeos acusan al líder húngaro de arrogarse un papel que no le corresponde y de haber abusado de la presidencia europea para presentarse a nivel internacional como la voz de Europa. El servicio jurídico del Consejo incluso considera que Orbán habría violado el Tratado de la Unión al socavar la posición europea, contraria en este caso a cualquier contacto con el Gobierno de Putin, y al conducir la política exterior de su país sin el espíritu de lealtad y solidaridad mutua previsto en máxima norma europea. En un nuevo desafío, Orbán ha relajado sus normas de visado laboral para permitir la entrada de ciudadanos rusos y bielorrusos.

La situación aboca a un semestre de Orbán prácticamente en blanco a nivel europeo, después de las exitosas presidencias de España y Bélgica. En la práctica, el impasse húngaro coincide con el arranque de la nueva legislatura y la renovación de altos cargos europeos, por lo que la actividad comunitaria se encuentra al ralentí. Pero el ataque flagrante de Orbán a la unidad europea y en un asunto tan grave como Ucrania sí ha disparado todas las alarmas.

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El descarado desafío de Hungría muestra que las fuerzas euroescépticas, populistas y de extrema derecha se sienten cada vez más crecidas a medida que han ido ganando peso en el entramado comunitario. Casi un tercio de los 27 Gobiernos del Consejo están liderados por partidos ultras o cuentan con ellos en coalición. Las elecciones del 9-J les dieron unos 200 de los 720 escaños del nuevo Parlamento Europeo, donde en la primera semana de sesiones la presidencia ya tuvo que expulsar a uno de esos europarlamentarios. Y la próxima Comisión Europea contará con hasta cuatro miembros nombrados por gobiernos euroescépticos (Italia, Países Bajos) y prorrusos (Hungría y Eslovaquia).

El grueso de la Unión, sin embargo, sigue siendo partidario de la integración, de los valores fundamentales del club y del escrupuloso respeto al Estado de derecho. Por eso la respuesta a Hungría debe ser contundente y, llegado el caso, ir más allá de un mero boicot diplomático. La Unión dispone de armas para defenderse de sus caballos de Troya, desde cerrar el grifo de los fondos europeos a suspender el derecho de voto de un país en el Consejo. Especial responsabilidad tiene el Partido Popular Europeo, tanto por ser la fuerza más poderosa en las instituciones como por haber dado cobijo durante mucho tiempo a la deriva iliberal de Orbán.

La UE debe dejar claro a Orbán que si persiste en su calculada violación de los Tratados y en la deslealtad hacia el club, peligra la silla de Hungría en las instituciones.

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