La purificación de Francia

El plan de Jordan Bardella de combatir la actual ‘descivilización’ tiene el mismo aroma de la Revolución Nacional del mariscal Pétain

Jordan Bardella, el presidente del Reagrupamiento Nacional, durante la rueda de prensa en la que presentó su programa de gobierno el 24 de junio.Gonzalo Fuentes (REUTERS)

El 21 de mayo de 1940, cuando las tropas alemanas entraron en Francia arrollando cualquier resistencia, André Gide escribió en su diario: “¡Oh ciudadanos franceses, frívolos incurables! Hoy pagaréis cara vuestra falta de diligencia, vuestra inconsciencia y vuestra obstinación por acostaros encima de tantas virtudes preciosas”. El 23 de junio, Hitler hizo una visita relámpago a París para saborear su victoria. Un poco antes, el día 10, el mariscal Pétain enterró en Vichy la Tercera República y ...

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El 21 de mayo de 1940, cuando las tropas alemanas entraron en Francia arrollando cualquier resistencia, André Gide escribió en su diario: “¡Oh ciudadanos franceses, frívolos incurables! Hoy pagaréis cara vuestra falta de diligencia, vuestra inconsciencia y vuestra obstinación por acostaros encima de tantas virtudes preciosas”. El 23 de junio, Hitler hizo una visita relámpago a París para saborear su victoria. Un poco antes, el día 10, el mariscal Pétain enterró en Vichy la Tercera República y asumió plenos poderes en la parte de Francia que no estaba bajo el dominio directo de la Alemania nazi. Europa sufría entonces una de las mayores convulsiones de su historia, y Pétain puso enseguida en marcha su Revolución Nacional. El historiador Robert O. Paxton, en La Francia de Vichy (Noguer), un libro que resulta ahora muy difícil de conseguir, apunta que la historia de esa Revolución Nacional es “una historia de la concentración gradual alrededor de una serie de polos: catolicismo integral, centralismo napoleónico, capitalismo más concentrado, y coerción”.

La de la Revolución Nacional es de todas formas una vieja historia, ocurrió hace ya mucho. Ahora habitamos otros tiempos, y lo que propone Jordan Bardella, el presidente del Reagrupamiento Nacional, es simplemente poner “orden”. Tiene 28 años, y forma parte del partido de Marine Le Pen que obtuvo el pasado domingo una amplia victoria en las elecciones legislativas francesas. “Soy fascista porque he medido el progreso de la decadencia en Europa”, escribió Drieu la Rochelle en febrero de 1943. “He visto en el fascismo el único medio para limitar y reducir esa decadencia”. La percepción de que todo marchaba mal en Europa se fue cocinando en la época de entreguerras. Viejas percepciones, y también viejas palabras las de aquel escritor que abrazó el fascismo; de épocas remotas. Lo que Bardella quiere hoy es combatir, no ya la decadencia, sino la “descivilización”. Lo explicó antes de las elecciones, cuando presentó su programa de gobierno.

Dijo allí también que una de sus urgencias es la eliminación del derecho de suelo; es decir, quiere cargarse el derecho que tienen a obtener la nacionalidad quienes nacen en suelo francés, no vaya a colárseles algún extraño. Paxton cuenta que uno de los primeros pasos del mariscal Pétain “consistió en dar marcha atrás al proceso de naturalización, mediante el cual muchos de estos refugiados se habían convertido en ciudadanos franceses”. Esos refugiados a los que alude eran los republicanos españoles que habían llegado a Francia escapando de las tropas franquistas, los judíos que huyeron de Austria y Alemania tras los decretos de Núremberg de 1938, los polacos que escaparon de los nazis cuando invadieron su país. Paxton: “Se había dado el primer paso para la ‘purificación’ de la nación francesa”.

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“¡Oh ciudadanos franceses, frívolos incurables!”. El desgarro de Gide de 1940 quién sabe si no será dentro de unos días el desgarro de todos los que no desean la victoria de ese Reagrupamiento Nacional que lleva unos años poniéndose talco para maquillar algunos de sus más profundos anhelos. Bardella quiere aplicar un “big bang de autoridad” en la Francia de hoy. Es una propuesta que tiene el aroma de aquella remota Revolución Nacional, y es un aroma que huele mal. Lo que pretendió entonces Vichy con esa purificación fue señalar a los “extranjeros internos”, es decir a todos los franceses que consideraba poco franceses. Rima demasiado con lo que ocurre hoy, es una pésima señal.


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