Contaminación lumínica

Me enfrento a la sección de Economía de los periódicos, en general, con igual devoción que a los folletos religiosos. No sé si saltármela o acometerla

Una calle poco iluminada de un barrio de Madrid.DAVID EXPÓSITO

Me enfrento a la sección de Economía de los periódicos, en general, con la misma devoción que a los folletos de carácter religioso. No sé si saltármela o acometerla para fingir que entiendo lo que ocurre con el euro y con Dios y con el dólar y con los obispos y arzobispos del capitalismo: para hacerme creer, en suma, que estoy al día y para que no cese el espectáculo según el cual tú posees la capacidad de informarme y yo la de permanecer informado sobre misterios tan impenetrables como el de la Trinidad, de los que, sin embargo, depende la salvación del alma y ...

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Me enfrento a la sección de Economía de los periódicos, en general, con la misma devoción que a los folletos de carácter religioso. No sé si saltármela o acometerla para fingir que entiendo lo que ocurre con el euro y con Dios y con el dólar y con los obispos y arzobispos del capitalismo: para hacerme creer, en suma, que estoy al día y para que no cese el espectáculo según el cual tú posees la capacidad de informarme y yo la de permanecer informado sobre misterios tan impenetrables como el de la Trinidad, de los que, sin embargo, depende la salvación del alma y la evolución del salario mínimo. Aquí, excepto los cuatro magnates que mueven los hilos por detrás del tenderete, nadie está al día, pero hay en el mercado de la comunicación varios discursos que proporcionan sensaciones sustitutas. Dime los beneficios del último trimestre del sector turístico y escribiré un editorial sobre las ventajas de que los jóvenes no se independicen.

¿Debo, pues, internarme en una información referida al futuro de las telecomunicaciones como me interno a veces, en mis paseos nocturnos, por callejones deficientemente iluminados? ¿Correré algún peligro, saldré más reforzado desde el punto de vista intelectual? Ayer me metí en un callejón y no me pasó nada. Estaba formado por dos filas de chalés que formaban un cul de sac con forma de intestino en el que era preciso dar la vuelta al alcanzar el yeyuno. Había farolas cada equis metros, pero alumbraban poco para evitar la contaminación lumínica que está echando a las aves nocturnas del barrio. El mayor peligro era el de los perros que ladraban o gruñían al otro lado de las verjas y cuyos cuerpos —no así sus dientes— se diluían en la oscuridad reinante.

Fue una experiencia curiosa, pues abandoné el callejón con la idea de haber sido digerido por él, un poco del mismo modo que me digieren la información económica o la religiosa cuando decido atacarlas para ponerme al día.

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