Nosotras lo valemos

Se acabó. Basta de quitarnos importancia. Tenemos tan interiorizada la modestia que ni nos permitimos pensar que pueda ser falsa

Úrsula Corberó, cuando recibió el Ondas 2023 a la mejor intérprete femenina en ficción de televisión.Quique García (EFE)

En 1971, hace la friolera de 53 años, Ilon Specht, una joven creativa recién contratada por la poderosa agencia McCann en Nueva York, parió uno de los eslóganes más memorables no ya de la historia de la publicidad, sino de la historia a secas. Cuentan las crónicas que la brillante Specht, de 23 años, cabreada con su situación de última mona en una firma y un sector dominado por hombres, y asqueada con el papel decorativo de las mujeres en los anuncios creados por ellos, aprovechó esa rabia para tirarse de cabeza a la piscina, arriesgándose a rompérsela, con su propuesta de lema para un tinte d...

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En 1971, hace la friolera de 53 años, Ilon Specht, una joven creativa recién contratada por la poderosa agencia McCann en Nueva York, parió uno de los eslóganes más memorables no ya de la historia de la publicidad, sino de la historia a secas. Cuentan las crónicas que la brillante Specht, de 23 años, cabreada con su situación de última mona en una firma y un sector dominado por hombres, y asqueada con el papel decorativo de las mujeres en los anuncios creados por ellos, aprovechó esa rabia para tirarse de cabeza a la piscina, arriesgándose a rompérsela, con su propuesta de lema para un tinte del gigante mundial de la cosmética. Como era más caro que los de la competencia, Ilon propuso arengar a las potenciales clientas a comprarlo al grito de Because you’re worth it. O sea: porque tú lo vales. El éxito fue fulminante. Cientos de millones de mujeres en el mundo se sintieron aludidas. Claro que lo valían. Ya bastaba de sentirse culpable por todo lo que no fuera ponerse las últimas en su lista de prioridades. Más de medio siglo después, ese porque nosotras lo valemos sigue siendo el mantra con el que nos apela no solo L’Oréal, sino cualquiera que quiera vendernos algo. Incluidas nosotras mismas. Pero el carácter puramente comercial del asunto empieza a ser historia. Las señoras no solo compramos. También vendemos. Y empezamos a pregonarlo.

El goteo es constante. El pasado noviembre, Úrsula Corberó ya se iba tras agradecer a los suyos el Premio Ondas cuando volvió al estrado, cogió el micro y dijo: “Me lo dedico a mí misma, por ser tan trabajadora y tan valiente: estuve a punto de decir que no este papel, pero me lancé y aquí he llegado”. La comunicadora Henar Álvarez y la politóloga Verónica Fumanal acaban de declarar desde estas mismas páginas que sí, qué pasa: son muy buenas en lo suyo y, si no se lo dice nadie, ya se lo dicen ellas. Algo impensable hasta hace nada sin que te contestaran “esta quién se ha creído”. No solo los hombres, también las congéneres. Yo, la primera. Pero eso se acabó.

Basta de quitarnos importancia. Tenemos tan interiorizada la modestia que ni nos permitimos pensar que pueda ser falsa. Corberó, Álvarez, Fumanal y tantísimas otras se lanzan cada día a la piscina y claro que hay agua. Pero aunque no la hubiera. Ellos se tiran al cloro, haya o no haya, y luego, además, el rollo. No tengo ni idea de si, después de aquel pelotazo, Specht llegó a jefa en McCann, si la fichó la competencia, si montó su propia agencia o se dedicó a vender helados en el Polo. Lo que sé es que fue, es y será una jefaza.

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