Simulacro electoral en Irán

La abstención, la más alta en la historia de la República Islámica, revela el malestar de la ciudadanía ante un régimen opresor

Un clérigo iraní votaba el día 1 en un colegio electoral en Teherán.Majid Asgaripour (REUTERS)

La teocracia iraní celebró el pasado viernes una votación a la que denomina elecciones parlamentarias que, en realidad, no es más que una formalidad que justifica un régimen opresivo contra las libertades individuales y especialmente contra los derechos de las mujeres desde que en 1979, creando una expectativa de liberación pronto truncada, sustituyó a otra tiranía: la monarquía absoluta encarnada por el sha Reza Pahlevi. Y así lo entiende el pueblo iraní, que ha dado la espalda a este simulacro electoral con una histórica abstención jamás vista desde el triunfo de la revolución encabezada por el ayatolá Jomeini.

Los medios oficiales del régimen no han tenido más remedio que reconocer que solo participó el 41% del censo a pesar de los insistentes llamamientos a acudir a las urnas del líder supremo Alí Jamenei, el clérigo que tiene la última palabra en cualquier aspecto de la vida y la política iraní y cuya designación queda completamente al margen del voto popular. Se trata de una desautorización popular —según un estudio de Gallup, la mayoría de los iraníes desaprueban al régimen y su gestión— de un modelo de sociedad ultrarreligioso, antidemocrático y sostenido gracias a la alianza forjada entre el clero y el todopoderoso cuerpo militar de la Guardia Revolucionaria.

Como muestra de la determinación con que el régimen de Teherán está dispuesto a acabar con cualquier mínimo atisbo de libertad, la votación se celebró el mismo día en que un tribunal revolucionario condenaba a cuatro años de cárcel a Shervin Hajipour, un joven músico de 26 años que es uno de los más populares de Irán, cuyo delito es ser el autor de una canción cuyas dos últimas estrofas fueron coreadas por cientos de miles de personas en todo el país durante las masivas protestas de 2022 por la muerte, asesinada en una comisaría, de la joven Mahsa Amini.

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Formalmente había 15.200 candidatos, cuidadosamente cribados previamente por el régimen, para obtener alguno de los 290 escaños del Parlamento, pero apenas unos 30 podían ser considerados moderados o reformistas. Ante esta situación, el Frente de la Reforma —la agrupación de una veintena de organizaciones partidarias de modificar el estado actual del régimen— renunció a concurrir llamando al boicot, que fue secundado por profesores, estudiantes, políticos laicos y personalidades como Narges Mohammadi, premio Nobel de la Paz de 2023, militante por los derechos de las mujeres y encarcelada.

El desencanto con las votaciones de una población que en su mayoría no ha conocido otro sistema que el impuesto por los ayatolás no es nuevo, sino que tiene origen en el aplastamiento del movimiento reformista registrado a partir de 2009, cuando se produjo la reelección fraudulenta del entonces presidente, Mahmud Ahmadineyad, considerado de la línea dura y leal al líder supremo, frente a Hosein Musaví, en quien los votantes jóvenes habían depositado sus esperanzas de apertura. Desde entonces, la cifra de participación ha sido cada vez más baja, pese a los sistemáticos esfuerzos de los actuales gobernantes por maquillarla.

Pero conviene no llamarse a engaño. Nada de esto afecta a la teocracia iraní, que ha aplastado inmisericordemente todas las protestas y, además, ha reforzado su proyección exterior como agresivo líder regional intensificando su presencia y acciones en Líbano, Irak, Siria y Yemen, entre otros escenarios. Mientras, los iraníes siguen en una solitaria lucha para intentar conseguir libertades ciudadanas donde cada pequeño gesto cuenta. Ya sea cantar una canción o negarse a votar.

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