Ábalos, el mártir de las mascarillas

El diputado exsocialista sufre y llora sin chófer, sin secretaria, sin asesores. Un rey medieval lo condenaría a prestarnos su voz y su fuerza interpretativa

Qué equivocados estábamos. Nosotros aplaudiendo a rabiar a las ocho de la tarde para animar a los sanitarios que lo daban todo por nuestros enfermos cuando el verdadero drama estaba escondido a nuestros ojos. Hoy podemos comprobar nuestro error al encender la televisión y encontrar en cualquier canal a Ábalos, el mártir de las mascarillas, llorar porque su partido lo ha arrojado a los leones. Con todo lo que hizo por nosotros.

No solo luchó por traernos rápidamente cubrebocas, sino que hoy tiene que soportar car...

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Qué equivocados estábamos. Nosotros aplaudiendo a rabiar a las ocho de la tarde para animar a los sanitarios que lo daban todo por nuestros enfermos cuando el verdadero drama estaba escondido a nuestros ojos. Hoy podemos comprobar nuestro error al encender la televisión y encontrar en cualquier canal a Ábalos, el mártir de las mascarillas, llorar porque su partido lo ha arrojado a los leones. Con todo lo que hizo por nosotros.

No solo luchó por traernos rápidamente cubrebocas, sino que hoy tiene que soportar cargas aún más pesadas: “Siento que me enfrento a todo. Vengo solo en mi coche. No tengo secretaria, no tengo a naaaadie... Me enfrento a todo el poder político y lo tengo que hacer solo”. Sin chófer, sin aparato, sin asesores... ¿Os podéis poner en su lugar, por el amor de Dios?

Ábalos siempre ha tenido una espléndida voz de actor de teatro y le cuadra prestársela a un audiolibro épico y desolado como El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, en el que haría competencia al que tan bien interpretó Juan Echanove. Escuchen a los dos. Si esto fuera un cuento, estoy segura de que un rey todopoderoso lo condenaría a prestarnos a nosotros, pueblo oyente de podcast y audiolibros, esa inmensa capacidad de declamación. Sería su destino, y no el Grupo Mixto.

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Pero no es ahí donde estamos.

Por el contrario, el tablero que se nos presenta empieza a sufrir inmensos agujeros que convierten la partida en un sálvese quien pueda. Ya no se trata de estirar las reglas y observar las jugadas maestras de los contendientes para vigilar de cerca el marcador. Es que las goteras que sufre el Gobierno están dejando zanjas por las que se empiezan a descalabrar los jugadores.

La coalición y sus socios pueden naufragar. Primero ha sido Sumar, que ha sufrido la implosión en sus filas con la salida de Podemos y el fracaso rotundo en Galicia. Después ha sido Ábalos, que quiere morir matando en una arriesgada operación de lose-lose donde acabarán perdiendo él y su partido. Y mientras y todo el rato ha sido Junts, el socio menos fiable del escenario, que —como se decía siempre de Arafat— nunca pierde la oportunidad de perder una oportunidad. Puigdemont aún no ha salido del maletero ni ha aprendido a volver y dar la cara, como tan dignamente hicieron otros. Y nos recuerda cada día que no trabaja tanto para esos cientos de personas procesadas que podrían beneficiarse de la amnistía, sino para él. Los acuerdos con Junts son territorio minado.

Y esto es lo que hay. Lo triste para nosotros, ciudadanos, es contemplar lo que se ocultaba en las sombras mientras aplaudíamos a los sanitarios. No aprendemos.

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