Este cataclismo tan agradable

Ahora que ya no estoy en el Congreso, veo y oigo los hechos políticos con cierta distancia, lo que me hace llegar a unas conclusiones que quizá no sean tan precisas; pero son las mías

Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados, en Madrid.Mariscal (EFE)

De cuando estaba en el Congreso y cubría la crónica del Parlamento, había gente que me pedía a veces: cuéntame qué va a pasar, tú que estás ahí y lo sabes. La pregunta tenía sentido quitando el hecho de que yo vivía precisamente de eso, de contar por la radio las cosas que supiera, a las que llamábamos noticias. Hubiera sido un caso bien raro ―pero quizá no inédito, que de todo pasa― que yo me ganara el sueldo por explicarle al público lo ya sabido y las exclusivas buenas me las guardara para animar los karaokes e im...

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De cuando estaba en el Congreso y cubría la crónica del Parlamento, había gente que me pedía a veces: cuéntame qué va a pasar, tú que estás ahí y lo sabes. La pregunta tenía sentido quitando el hecho de que yo vivía precisamente de eso, de contar por la radio las cosas que supiera, a las que llamábamos noticias. Hubiera sido un caso bien raro ―pero quizá no inédito, que de todo pasa― que yo me ganara el sueldo por explicarle al público lo ya sabido y las exclusivas buenas me las guardara para animar los karaokes e impresionar a las amistades. Aprendí de aquellas que en la vida política, como en la vida en general, hay mucha leyenda y mucha improvisación que luego, si sale bien, los partidos hacen pasar por estrategia.

Ahora que ya no estoy en el Congreso, veo y oigo los hechos políticos con cierta distancia, lo que me hace llegar a unas conclusiones que quizá no sean tan precisas; pero son las mías. Me parece, por ejemplo, que Junts está probando hasta dónde puede tensar la cuerda, como si tuviera alternativa al Gobierno que le va a dar la amnistía. Me parece también que al PSOE quizá le resulte útil el argumento de la concordia, aunque habría sido más convincente ―o convincente a secas― si lo hubiera desplegado antes: justo cuando se oponía a la medida.

A mí me parece también que el Estado de derecho funciona y preserva sus garantías, que el Congreso representa la soberanía, que la Constitución rige y está en vigor y que el crimen no gobierna España, que son declaraciones que se han oído decir a dirigentes del PP o de Vox. Me parece que este no es un país roto y que fuera se tiene una impresión de España mejor de la que algunos, tan patriotas, propagan dentro. Me parece que después de la exageración no hay nada: que no estamos al borde de ningún apocalipsis democrático y que, en general y sin entrar en los problemas que cualquiera tiene, la libertad no es un eslogan sino una realidad con la que, si de veras nos faltase, no se frivolizaría tanto.

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A mí, en fin, me parece que asistimos a un exceso de teatro, y como es verdad que no se puede generalizar porque no todos actúan de la misma manera, habría que precisar que hay quienes nos hablan como se habla a los niños y hay quienes quieren asustarnos preconizando un colapso del que ellos nos salvarán. Todo eso pienso aunque qué sabré yo, si esto no me lo avala ninguna fuente, ni siquiera anónima. Estas son las cosas que se me ocurren al pasar, precisamente, por la puerta del Congreso, en una de esas tardes de Madrid tan agradables que asustan, con sus 20 grados a finales de enero y a principios de febrero. Pero eso sí sería realmente una rareza: que se oiga hablar tanto de que España se rompe y se acaba el mundo cuando lo que de verdad nos pusiera en peligro fueran estas tardes tan dulces por las que nadie se exclamaba tanto en las tribunas.

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