Yolanda y la termodinámica

Si un gobierno quiere poner en marcha una agenda partidista, un ambicioso programa de cambios legislativos, tiene que mantener un respeto escrupuloso a la imparcialidad y a los procedimientos legales

La vicepresidenta segunda del Gobierno y líder de Sumar, Yolanda Díaz, participa en un acto de Sumar en Madrid, el pasado 14 de enero.JuanJo Martín (EFE)

Para que un país funcione bien, la justicia debe llevar una venda en los ojos y el gobierno, unos prismáticos. Las acciones de un Estado democrático se rigen por dos fuerzas contrapuestas: la antorcha del partidismo, que deriva de la mayoría parlamentaria, y la ceguera de la imparcialidad, que resulta de la igualdad ante la ley.

Y, para que un gobierno goce de legitimidad popular, debe equilibrar esas energías. Si quiere poner en marcha una agenda partidista, un ambicioso programa de cambios legislativos, tiene que mantener un respeto escrupuloso de la imparcialidad, un seguimiento sumi...

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Para que un país funcione bien, la justicia debe llevar una venda en los ojos y el gobierno, unos prismáticos. Las acciones de un Estado democrático se rigen por dos fuerzas contrapuestas: la antorcha del partidismo, que deriva de la mayoría parlamentaria, y la ceguera de la imparcialidad, que resulta de la igualdad ante la ley.

Y, para que un gobierno goce de legitimidad popular, debe equilibrar esas energías. Si quiere poner en marcha una agenda partidista, un ambicioso programa de cambios legislativos, tiene que mantener un respeto escrupuloso de la imparcialidad, un seguimiento sumiso de los procedimientos legales. Un gobierno es un motor de combustión: una mayor potencia exige una mayor refrigeración.

Los principios de la termodinámica son esenciales para el éxito de un ideario progresista. Y este es el gran problema (¿u oportunidad?) del Ejecutivo actual. Los gobiernos de Felipe González eran muy partidistas. Lo que ocurre es que se nos ha olvidado. Y ahora González parece un consejero áulico del IBEX, pero las críticas que recibían sus ministros de la CEOE o la banca eran más severas que las de Garamendi o Imaz hoy. Pero, durante las primeras legislaturas, González se esmeró en mimar la imparcialidad. Eso le dio una pátina de aceptabilidad social que alumbró uno de los desarrollos más rápidos del Estado de bienestar de los que tengamos constancia.

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Asimismo, el gobierno actual podría ser más progresista. Sus ministros son muy de izquierdas. Pero, en la práctica, Yolanda Díaz ha sufrido lo indecible para poner sobre la mesa tres demandas básicas: subir el salario mínimo, ampliar el subsidio de desempleo, y cuestionar la irracional escalada de sueldos de los altos directivos. No hay que ser un aguerrido justiciero social para pensar que un país donde quien cobra menos gana 1.134 euros al mes, en vez de 736 como ocurría en 2018, y donde se estudiará por qué los ejecutivos de las grandes empresas cobran 174 veces más que sus trabajadores, como se hace hasta en la ultracapitalista Suiza, es un país mejor.

Necesitamos discutir más iniciativas como las de Díaz. Pero, para que el Gobierno vaya a la izquierda en partidismo, debe ir a la derecha en imparcialidad, revisando su opaco tejemaneje con los independentistas y su visible cuestionamiento de los jueces.

O se adhiere a las leyes de la termodinámica o se gripa. @VictorLapuente

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