Viaje en tren

El niño recordaba la primera vez que vio los raíles que se perdían entre los árboles. Imaginaba que más allá de esa curva existía una ciudad maravillosa en la que vivían sus héroes de los tebeos

Un hombre trabaja en el ordenador mientras viaja en tren.GETTY IMAGES

En las noches de verano, desde la cama con las ventanas abiertas oía a lo lejos el silbido desgarrado del tren que atravesaba toda la oscuridad. Nunca se preguntaba adónde iban aquellos trenes que oía pasar por la noche, pero sabía que un día a la semana dejaban en la estación un gran paquete con los tebeos que él leía con avidez. Su familia tenía un huerto que lindaba con la vía del tren. El niño recordaba la primera vez que vio los raíles brillando al sol y que al final se perdían en una curva entre los árboles. Imaginaba que más allá de esa curva existía una ciudad maravillosa en la que viv...

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En las noches de verano, desde la cama con las ventanas abiertas oía a lo lejos el silbido desgarrado del tren que atravesaba toda la oscuridad. Nunca se preguntaba adónde iban aquellos trenes que oía pasar por la noche, pero sabía que un día a la semana dejaban en la estación un gran paquete con los tebeos que él leía con avidez. Su familia tenía un huerto que lindaba con la vía del tren. El niño recordaba la primera vez que vio los raíles brillando al sol y que al final se perdían en una curva entre los árboles. Imaginaba que más allá de esa curva existía una ciudad maravillosa en la que vivían Roberto Alcázar y Pedrín, el Guerrero del Antifaz, el Capitán Trueno, El Jabato, el Hombre Enmascarado y soñaba con viajar un día hasta allí para saber si esos héroes que leía en los tebeos eran de verdad. En medio del silencio de la naturaleza en algún momento comenzaba a temblar la tierra y de pronto por aquella curva procedente de esa ciudad maravillosa aparecía un monstruo echando humo. Con un estruendo espantoso pasaba el tren y desde la acequia en la que el niño se bañaba desnudo adivinaba fugazmente a través de las ventanillas los rostros de los pasajeros; algunos iban dormidos, otros miraban absortos el paisaje; eran fantasmas que se dirigían a un destino desconocido. El niño había colocado unos clavos sobre los raíles y cuando ya se alejaba el último vagón buscaba entre las traviesas aquellos clavos que las ruedas del tren habían aplastado hasta convertirlos en pequeñas espadas. Después de tantos años hoy es un ejecutivo que acaba de tomar un tren de medianoche. En la oscuridad de la ventanilla a veces descubre reflejado el rostro de aquel niño que le acompaña siempre. Piensa que en cualquier viaje existe un andén perdido por donde pasa el convoy que se dirige a aquella ciudad maravillosa que está más allá de la curva de los sueños.

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