‘Madrid ens copia’
El catalán asiste frustrado, móvil en mano, desde el sofá de su casa al atracón de manifestaciones que se suceden en la capital
Manifestarse siempre tiene algo de litúrgico. Quedas antes, te citas a la salida del metro, en la parada del bus, delante de El Corte Inglés… Quizá llevas una pancarta, una bandera… En la mochila, un bocata envuelto en papel de aluminio, agua, una mandarina… Y en el espíritu, la ilusión propia de la protesta en la calle, algo excepcional para el común de los mortales. Como cuando se salía de excursión con el colegio y no se podía dormir la noche antes por la emoción.
Menos para el catalán, que nace, crece, ...
Manifestarse siempre tiene algo de litúrgico. Quedas antes, te citas a la salida del metro, en la parada del bus, delante de El Corte Inglés… Quizá llevas una pancarta, una bandera… En la mochila, un bocata envuelto en papel de aluminio, agua, una mandarina… Y en el espíritu, la ilusión propia de la protesta en la calle, algo excepcional para el común de los mortales. Como cuando se salía de excursión con el colegio y no se podía dormir la noche antes por la emoción.
Menos para el catalán, que nace, crece, se manifiesta y muere. El morador del noreste de la Península —discúlpenme, de los Països Catalans, es por resumir— lleva más de una década pateando asfalto como si no hubiera un mañana. Los anti-Bolonia, los contrarios a la reforma laboral, el 15-M, las huelgas por la crisis, huelgas generales, los okupas de Can Vies y del Banc Expropiat, la pandemia, las protestas por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél… Y el procés, el procés, el procés… Solo en 2022 se comunicaron más de 6.600 manifestaciones en Cataluña, que pueden ser el doble si se computan aquellas de las que nadie informa antes. La cifra total anual oscila entre las 11.000 y las 13.000, dependiendo de si se trata o no de un año histórico. Solo en una pequeña parte —284 (!) en 2022— se desplegaron los antidisturbios.
No cabe duda de que, como en tantas otras cosas, el catalán es un auténtico experto en la materia que ahora se ve relegado a un frustrante segundo plano. Desde el sofá de casa, con el móvil en la mano, asiste al atracón de manifestaciones que se está dando la capital del reino. Ya no solo Madrid ens roba; ahora encima ens copia. Salvando las distancias de los Cara al sol, las banderitas preconstitucionales y los brazos en alto sin que pase ningún taxi, baste un repaso sucinto por X para comprobar que en Ferraz, Colón, Moncloa, Carrera de San Jerónimo o cualquier otra calle madrileña han robado sin escrúpulos lo que a otros les ha costado años, sudor y más de un porrazo conseguir.
“Manifestantes cortan la A-6, igual que los CDR cortaban carreteras en el procés”, escribe la periodista de El Mundo Lucía Méndez. “Stop Europe the amnesty. Help us!”, tuitea un perfil anónimo, en alusión clara al fracasado Europa ens mira. Otra periodista, Ana Pastor, lamenta: “Es intolerable lo que están teniendo que aguantar los equipos de @lasextatv en la calle con estos energúmenos”. Y se ve a unos periodistas huyendo al trote, entre insulto e insulto. Como cuando Pastor denunciaba, seis años antes, que sus compañeros tenían que ser protegidos por los Mossos mientras trabajaban. El “prensa española manipuladora” ahora se corea también en Madrid.
“Se acercan las 10 de la noche y ya empiezan a liarla los infiltrados de Marlaska para justificar las cargas policiales en Ferraz”, escribe otro tuitero, acompañado de un vídeo donde se escucha a los manifestantes gritar: “¡Son policías, son policías!”. “Estimado señor, qué más querríamos que los que provoquen disturbios no viniesen. Pero casi todos son policías (’que soy compañero, coño’), infiltrados de la policía o malhechores en connivencia con la policía. Y usted, como vicepresidente, lo debe saber”, respondía el politólogo Ramon Cotarelo en 2019 a un todavía inocente Pere Aragonès, quien pedía paz en las calles catalanas.
Es cierto, sin embargo, que alguna cosa propia ha aportado Madrid. Como lo de manifestarse rezando el rosario, pasear muñecas hinchables, aguiluchos y esvásticas o entonar gritos racistas del tipo “Monos no, España no es un zoo”. Al escucharlo, cualquiera lo diría. Que, una vez más, la inmensa mayoría de la gente normal que protesta legítimamente contra lo que no está de acuerdo no quede relegada por esta panda. Porque vaya troupe.
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