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La avalancha digital ha pillado por la espalda a aquellos hijos de proletarios que accedieron a la universidad en los años ochenta y los ha convertido en seres analógicos

Una mujer y su hijo de 16 años usan dispositivos electrónicos en el salón de su casa.PACO PUENTES (EL PAÍS)

Hubo en España una generación de jóvenes, hijos de proletarios, labradores, albañiles, obreros, que pudo acceder a la universidad gracias a un sistema de becas y al esfuerzo de unos padres deseosos de que su prole conquistara el horizonte de la cultura que la libraría de una vez de la pobreza hereditaria. Ir a la universidad significaba un cambio de estatus. En general este salto se dio en nuestro país en los años ochent...

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Hubo en España una generación de jóvenes, hijos de proletarios, labradores, albañiles, obreros, que pudo acceder a la universidad gracias a un sistema de becas y al esfuerzo de unos padres deseosos de que su prole conquistara el horizonte de la cultura que la libraría de una vez de la pobreza hereditaria. Ir a la universidad significaba un cambio de estatus. En general este salto se dio en nuestro país en los años ochenta del siglo pasado. Aquellos esforzados progenitores se sentían muy orgullosos. Oías decir a un taxista que su hija estaba estudiando románicas en Frankfurt; cualquier campesino presumía de que su hijo era biólogo, médico o arquitecto. Padres e hijos de aquella generación confluían en la mesa de la cocina a la hora de comer. Unos venían de la huerta con la azada al hombro, otros regresaban de la facultad con los libros bajo el brazo. Sobre el mantel de hule la madre dejaba el plato de sopa que unos y otros consumían sin hablar o hablando poco, solo lo necesario. Salvo de cosas rudimentarias de la vida ya no tenían nada que decirse. La cultura los había desconectado. Durante siglos los padres habían transmitido sus experiencias y conocimientos a los hijos, pero llegó un momento en este país en que estos hijos comenzaron a saber más que sus padres, un hecho que hoy se repite de nuevo. La avalancha digital ha pillado por la espalda a aquellos hijos de proletarios que accedieron a la universidad en los años ochenta y los ha convertido en seres analógicos que se ven ahora obligados a callar, a escuchar y a creer a sus hijos y a sus nietos cuando en la sobremesa les explican el mundo en que viven, donde las cosas son y no son al mismo tiempo, bajan hacia arriba y suben hacia abajo. Si hoy el conocimiento se expresa con los dedos sobre un teclado, basta con fijarse cómo los mueven unos y otros para saber que existe un abismo entre ellos.

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