Las lecciones de Mario Tascón
Convendría recuperar algunos de los tesoros escondidos en estas redes sociales antes de que un fallo tecnológico o un muro de pago lo haga imposible
Hubo un tiempo en que, en las redes sociales, todo era campo. Sus primeros habitantes correteaban, desnudos de prejuicios, por las cuentas de Twitter o Facebook, maravillados por la facilidad con que brotaba el contacto con otros moradores de aquellos parajes desconocidos hasta entonces. Nació así un nuevo foro de intercambio de conocimientos, un espacio de futuro que devolvió a nuestras vidas a algunos de los protagonistas de nuestro pasado extraviados por el paso del tiempo. La historia de las redes sociales es (o era) la de un permanente reencuentro con viejos cómplices de clase, con amigos...
Hubo un tiempo en que, en las redes sociales, todo era campo. Sus primeros habitantes correteaban, desnudos de prejuicios, por las cuentas de Twitter o Facebook, maravillados por la facilidad con que brotaba el contacto con otros moradores de aquellos parajes desconocidos hasta entonces. Nació así un nuevo foro de intercambio de conocimientos, un espacio de futuro que devolvió a nuestras vidas a algunos de los protagonistas de nuestro pasado extraviados por el paso del tiempo. La historia de las redes sociales es (o era) la de un permanente reencuentro con viejos cómplices de clase, con amigos perdidos, o con aquellos amores que nunca pudimos o quisimos olvidar.
Los primeros pobladores disfrutaron de un Twitter que era un nuevo jardín de las delicias, un edén de viralidad blanca donde construir y dar a conocer nuevos proyectos. Estábamos tan entusiasmados que no vimos llegar la fila de excavadoras encargadas de remover esa tierra tan fértil, ni las hormigoneras cargadas de odio y polarización, una aleación capaz de multiplicar la viralidad de las publicaciones y hacerlas mucho más rentables para el dueño del terreno. Terminó entonces la era de la euforia en Twitter. Aquello se asemejaba cada vez más al mundo real, donde la buena gente y los aguafiestas formaban parte del menú vital a partes iguales. Hubo que recoger la ropa y la inocencia y acostumbrarse a ver cómo algunas bandas de malajes ganaban, con su bravuconería, la plaza central de Twitter y ocupaban cada vez más espacio. Pero aun así, merecía la pena seguir explorando aquellos caminos que conducían a nuevas formas de comunicación.
Ahora, el patrón del lugar, rebautizado como X, reclama el pago de una renta para acceder a algunos sectores de una plataforma enriquecida año tras año por las aportaciones desinteresadas de miles de usuarios y el mismo camino parece seguir el propietario de Facebook e Instagram. Convendría recuperar algunos de los tesoros escondidos en estas redes sociales antes de que un fallo tecnológico o un muro de pago lo haga imposible. Compendios de conocimientos en forma de tuits, como los aportados a Twitter por uno de sus primeros usuarios españoles. Mario Tascón (@mtascon), abrió su perfil el 9 de agosto de 2007, mucho antes de que algunos supiéramos que esta red social existía. Había tuiteado 61.000 veces cuando una broma pesada del destino nos lo arrebató para siempre hace una semana. La cuenta de Mario es un viaje emocionante y doloroso por la historia de la comunicación global de los últimos 16 años, un periplo que contiene todos los elementos que hacen insustituible a un personaje como él. En la cuenta de Mario abundan los retuits a otros, señal de su generosidad natural, reproducciones de ilustraciones o infografías prodigiosas, como la que dio nombre a su proyecto profesional más querido. También libros, decenas de esos libros que él amaba tanto.
Al ingente legado de conocimiento que Mario deja, hay que añadir una forma de divulgar “a lo Tascón”, es decir, esbozando tímida y parcamente una idea que contiene un mensaje trascendente para el futuro de la comunicación y de los medios. Su cuenta de Twitter está llena de estas pequeñas perlas, “La revolución en la educación es la revolución pendiente”, le escuché decir el 8 de marzo de 2012. Cuatro años antes, en 2008, otro pequeño gran titular había puesto luz a lo que estaba por venir: “Los medios tienen que estar en las redes sociales”. Por entonces yo no tenía ni cuenta de Twitter. Tardé un año más en abrir mi perfil y otro tanto en descubrir sus enormes posibilidades. En este proceso me crucé con Mario, que no sólo entendió que estuviera tan entusiasmada, sino que, en 2014, me contrató para impartir clases de Twitter a grupos de redactores de la Cadena SER. Animada por empujones como el suyo, reorienté mi carrera profesional hacia el periodismo en redes sociales y por esa razón les escribo hoy a ustedes. Triste como todos los que conocimos a Mario y agradecida para la eternidad.