El clima no espera

El ‘retardismo’ puede contribuir a la crisis medioambiental tanto como el negacionismo

Tráfico por las calles de Barcelona, en mayo de 2022.CRISTÓBAL CASTRO (EL PAÍS)

Si unas semanas atrás el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, alertaba de que el cambio climático nos introducía en la “era de la ebullición”, en la inauguración de la minicumbre climática que precedió a la pasada Asamblea General, remachaba con todo el dramatismo: “La humanidad ha abierto las puertas del infierno”. Guterres se mostraba así de tajante ante ...

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Si unas semanas atrás el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, alertaba de que el cambio climático nos introducía en la “era de la ebullición”, en la inauguración de la minicumbre climática que precedió a la pasada Asamblea General, remachaba con todo el dramatismo: “La humanidad ha abierto las puertas del infierno”. Guterres se mostraba así de tajante ante la evidencia de ver devastada la ciudad libia de Derna y miles de hectáreas arrasadas en Grecia. Todo ello a consecuencia de la tormenta Daniel, uno de esos fenómenos extremos que cada vez son más frecuentes y virulentos.

Mientras los efectos de la “ebullición” se dejan sentir ya, el conocimiento sigue avanzando. El Instituto de Resiliencia de Estocolmo acaba de publicar un informe en el que advierte: de los nueve límites planetarios que mantienen el equilibrio en la biosfera ya se han sobrepasado seis. Son dos más que hace ocho años y el doble que en 2009, cuando se iniciaron estas investigaciones. Solo quedan tres dentro de lo razonable: la acidificación de los océanos, el agotamiento del ozono estratosférico y la carga de aerosoles en la atmósfera. Del calentamiento global al uso del agua dulce pasando por la conversión de bosques en cultivos y pastos, el resto están en niveles alarmantes.

Ante este cúmulo de evidencias, urge acelerar la transición ecológica. Por eso es especialmente grave el retraso de dos años anunciado esta semana por Bruselas para la entrada en vigor de la norma Euro 7, que endurece los límites para las emisiones de gases de efecto invernadero en el tráfico rodado, causante de 70.000 muertes prematuras al año. Además de acarrear costes ambientales y perjuicios para la salud, la moratoria introduce mayor incertidumbre en un mercado que ya sufre las consecuencias de encontrarse en plena transición, con aplazamientos en la compra de coches por parte de usuarios a la espera de un momento de mayor seguridad. A la par, el retraso anunciado resta empuje a la transformación en Europa de un sector estratégico que pierde capacidad de innovación en el mercado global. Paradójicamente ha sido la industria continental del automóvil la que ha reclamado esta medida, primando el corto plazo sobre las estrategias de futuro.

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En sentido contrario, sin embargo, se ha manifestado Lisa Brankin, presidenta de Ford en el Reino Unido, que protestó ante la rebaja de los compromisos ecológicos anunciados por el primer ministro, Rishi Sunak: “El objetivo 2030 es clave para acelerar los planes de Ford hacia un futuro más limpio. Nuestra industria necesita tres cosas por parte del Gobierno: ambición, compromiso y consistencia. La relajación del objetivo 2030 socava las tres”. Con su último giro, los conservadores británicos se alejan de los objetivos fijados, ya dentro de la UE, en el Pacto Verde —promovido por sus homólogos alemanes— y en los convenios internacionales de reducción de emisiones.

Sea por el desgaste político que supone la defensa del medio ambiente, por la influencia del populismo ultra o por las dos cosas, una parte de la derecha europea se está sumando a esa nueva versión del negacionismo que es el retardismo. Era indudable que la transición ecológica iba a ser difícil. Pero es una evidencia que, de no hacerse con criterios de justicia social, será más complicada aún. En lugar de frenar los compromisos medioambientales, es necesario profundizar en ellos mientras se emiten señales de estabilidad a los mercados para que ayuden a acelerar en la buena dirección.

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